El debate de nuestro tiempo circula por un doble andarivel: por un lado la lucha por la supremacía y por otro el establecimiento de un equilibrio social que haga justicia a la enorme mayoría de los marginados del modelo capitalista vigente.
El Líbano se asoma otra vez al caos. Paga el precio de ser una sociedad compleja en una encrucijada de culturas que es a la vez un engranaje comercial y geopolítico.
La crisis desatada con la pandemia no encuentra un programa que la contraste. No hay respuestas convincentes a sus estragos –uno se pregunta si hay conciencia- y entre nosotros esa parálisis se expresa de manera agobiante en la oposición.
Los pasos aparentemente finales de la guerra en Siria exacerban el temor del presidente turco de quedar fuera del juego, haciendo que suba su apuesta por permanecer de alguna manera dentro de él.
El perfil de un bombardero británico se recorta sobre Dresde en llamas.
No decimos nada nuevo, pero la racionalidad no suele ser la regla en la historia. Ayer y hoy, cada cosa con arreglo al ritmo de su tiempo, los raptos de obcecación o locura menudean alrededor de nosotros.
Soldado norteamericano en operaciones en Afganistán.
¿Se está frente al albor de un conflicto mayor, o ante otro acto del desgaste que Estados Unidos pone en práctica para desestabilizar un escenario que no puede dominar y al que elige sumir en la guerra permanente?
El Brexit se precipita. Y con él crece la confusión en los planos altos de la política europea. ¿Es la salida de Gran Bretaña de la UE la punta del hilo que hay que tirar para desarmar el ovillo que se mantuvo unido durante más de medio siglo?
China es la gran potencia emergente del siglo. En apenas 70 años pasó de ser la última de las grandes potencias a ser la segunda, con una clara perspectiva de convertirse en la primera a la vuelta de una década.
La política mundial continúa su curso crítico. El que sigue es un abordaje a un problema peculiar que la ha afectado, en especial tras el fin del comunismo.