Los continuos cambios de figuritas en el gabinete de Trump pueden estar revelando a un irresponsable improvisador o a un táctico consumado. Me inclino por lo segundo.
En el aniversario del bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki es conveniente reflexionar sobre la manera en que todavía se conduce la información y la discusión sobre ese episodio, uno de los más atroces de la segunda guerra mundial.
¿Es el fascismo un fenómeno transferible a cualquier situación o geografía? ¿O fue un acontecimiento político filiado a una época y un ámbito precisos, eventualmente irrepetibles?
El ataque de proveniencia ignota a unos petroleros en los accesos al Golfo Pérsico permite que Estados Unidos haga sonar nuevamente los instrumentos de su panoplia bélica. ¿Habrá guerra otra vez?
La conciencia de la necesidad de una transición hacia un sistema mundial diferente del actual se está abriendo paso y provocando desplazamientos políticos que serán gravitantes hacia el futuro.
Lo grotesco de ciertas acusaciones contra Trump no significa que estas no comporten un serio riesgo para él. Es lógico, pues las disputas en Washington se producen en un momento muy crítico de transición global.
Los viejos rivales de la guerra fría han vuelto a las andadas. Y los pueblos, convidados de piedra en este debate, dan síntomas de querer recuperar su personería, como parecen querer demostrarlo los tumultos en Francia.