Mucho ruido y pocas nueces. La protesta inorgánica de los “indignados” argentinos –en su caso indignados no se sabe bien por qué- terminó en orden. Pero encierra incógnitas poco tranquilizadoras.
El sistema global no perdona a Argentina sus arrebatos de independencia. Pero esto no es importante, lo grave es que nuestro país no los continúa con la coherencia y persistencia que son necesarias.
El categórico triunfo de Chávez desbarató, provisoriamente, la contraofensiva sistémica que se insinúa en América latina para revertir la oleada nacional-populista que arrancó a principio de siglo. Pero su peligro subsiste.
La frivolidad y la inconsistencia de los reclamos del cacerolazo no debe disimularnos la existencia de una ancha franja de población que no sabe lo que quiere y que por lo tanto puede ser manipulada a discreción por el sistema oligárquico-imperialista.
La fractura entre el gobierno y la CGT obliga a replantear, una vez más, el problema de la necesidad de contar con un protagonista social que sea capaz de promover el progreso y el definitivo despegue de Argentina.
La fractura del FPV da cuenta de la debilidad que todavía padece el frente nacional. Fortificarlo no es tarea fácil, habida cuenta de la obcecación y la cortedad de miras de muchos de sus integrantes.
El derrocamiento “legal” del presidente Fernando Lugo es un duro golpe al proyecto de unidad suramericana. No reaccionar frente a él sería suicida. Brasil y Argentina cuentan con elementos para inducir a una reversión de esa destitución viciada.