En Argentina los fantasmas del pasado –y las contradicciones que expresan- se resisten a desaparecer. En la génesis de la revuelta “gremial” de miembros de la gendarmería y la prefectura confluyen las líneas de una confusa percepción de la realidad que tienen los actores de la asonada, las intrigas de un sistema económico muy enraizado, determinado por la negativa a construir al país más allá de los límites que resultan cómodos para oligarcas y especuladores; el poderío de una corporación mediática que siempre ha actuado en simbiosis con este sistema y la arrogancia de una generación política que hoy está en el gobierno, que proviene de los 70 y que no ha podido superar el trauma del fracaso de una aventura insurreccional que se selló con un terrible retroceso nacional. Es esta una mezcla atrevida de factores, pero trataremos de demostrar su interrelación.
Digamos desde ya que la manifestación de descontento de miembros de la gendarmería y de la prefectura es indefendible, por muchas y legítimas que sean sus reivindicaciones salariales. En un estado democrático, con un gobierno elegido en comicios libres e irreprochables, los cuerpos de seguridad no pueden configurarse como un sindicato: deben expresarse a través de sus jerarquías y atenerse a lo que les marca la ley. Sus jefes, a su vez, no pueden ignorar la naturaleza de los reclamos y han de encargarse de canalizarlos por las vías que corresponden. Pero sobre todo deben prestar atención al hecho de que cualquier descuido en ese manejo va a ser aprovechado por el núcleo duro del conglomerado reaccionario que siempre ha conspirado contra el desarrollo del país y que, a través de la poliforme plataforma mediática de que dispone, está listo para fogonear el descontento. Y hasta para fabricarlo, soplando sobre el fuego a través de una información tergiversada y manipuladora, que tiene efecto no sólo entre los protagonistas de la protesta, sino en una amplia masa de público a la que se halaga en sus prejuicios y que, como no dispone de capacidad para objetivar las razones de su descontento, se refugia en una especie de rabieta permanente. En un malhumor difuso e injustificado, como hemos visto recientemente, pues los sectores de la clase media que rezongan deberían cotejar su situación a fines de los 90 con la que tienen en la actualidad para entender que el llamado “cepo” cambiario(1) que los molesta ahora no tiene punto de comparación con el auténtico cepo económico que por entonces los estrangulaba y les robaba los ahorros.
Malos recuerdos
El ruido de sables trae terribles recuerdos al país. Aunque se está en una situación muy diferente a los años 50 o 70 y ningún golpe de mano militar resultaría viable, cualquier desorden en el seno de las fuerzas de seguridad genera una inquietud, Pero en este caso la anarquía que resulta de este movimiento es expresión también de un adelgazamiento de la autoridad del Estado, cada vez más renuente a hacerse cargo de sus deberes y proclive a un laxismo que ha hecho escuela desde que los piquetes de Gualeguaychú que protestaban contra Botnia cortaron el tránsito entre Argentina y Uruguay. Esta labilidad del Estado, que no termina de ser corregida por los gobiernos Kirchner, acrecienta el temor de que cualquier convulsión en las fuerzas de seguridad pueda dar lugar a que las intentonas desestabilizadoras del establishment tengan mayores posibilidades de prosperar. De parte de la corporación mediática hay un intento de poner en dificultades a las autoridades constituidas, con el fin de recortarles poder y poner al sistema institucional en el tobogán. Se trata de una presión conspirativa, que intenta enancarse en el éxito que tuvo el cacerolazo del 13 de septiembre y sueña con aprovechar las técnicas movilizadoras que brindan las redes sociales y las nuevas tecnologías.(2)
No parece probable que la guerra de zapa en marcha vaya a tener éxito si el Ejecutivo hace las cosas con mediano buen sentido y se aplica a desarticular los motivos de la protesta de los cuerpos de seguridad, haciendo hincapié al mismo tiempo en la responsabilidad que compete a la corporación informativa en la tensión generada. Atacado de pánico ante la proximidad de la entrada en vigencia de la ley de medios, el oligopolio encabezado por Clarín está rabioso y no va a escatimar recursos para promover y azuzar el descontento, haciendo foco en los sectores que pueden sentirse minusvalorados por la política oficial. Busca así generar una sensación de desorden que podría sacar las cosas de quicio y suscitar, en algún juez, la tentación de prestarse una vez más al juego de las medidas cautelares. En el Consejo de la Magistratura el bloqueo por la oposición al nombramiento de cinco nuevos jueces federales en lo Civil y Comercial, parece estar en consonancia con este tipo actividades.
Frente a este desafío no cabe otra actitud que ponerse de parte del gobierno y alertar a la opinión acerca de quiénes son los que están detrás de la movida y de cuáles son los intereses que defienden. Estos no son otros que los de la mafia financiera, rural, transnacional y mediática que ha sostenido las políticas neoliberales que se han esforzado y se esfuerzan por mantener al país desindustrializado. Son los mismos que ensayan acomodarse al mercado global pronunciando el carácter dependiente del país, debilitando a las masas a través del desempleo y acumulando la riqueza en sectores concentrados y cada vez más minoritarios. Son los mismos que han abdicado la soberanía jurídica al consentir que los contenciosos entre el estado argentino y la compañías extranjeras que residen en nuestro suelo se ventilen en cortes internacionales, en vez de hacerlo en aquellas donde cabe ejercer nuestra potestad soberana. Son los mismos que estimularon los golpes de Estado contra los gobiernos populares y los mismos que supieron utilizar a las Fuerzas Armadas como idiotas útiles para sacarles las castañas del fuego cada vez que su posición se hizo precaria: en 1930, 1955 y1976. Son los mismos que están detrás de los esfuerzos por lavar el cerebro e intoxicar a las masas, sometiéndolas al bombardeo incesante de estímulos idiotas y de una información en apariencia desorganizada, pero siempre tendenciosa.
Frente a esta muralla conspirativa no es posible limitarse a emitir pronunciamientos éticos, ni especular con la posibilidad de llevar a la razón a esa clase dominante, ilusionándose con incorporarla a un proceso de desarrollo donde habría espacio para todos. Aunque ese lugar exista, la naturaleza del sistema en el cual han prosperado esos sectores no les permite modificarse a sí mismos, pues hacerlo les significaría convertirse en otra cosa y su razón de ser es ser como son. Están aherrojados o más bien fusionados a un sistema económico y a una cultura dependientes, que los han llevado a traicionar una y otra vez los intereses de la nación para sustentar los propios, sin importarles el costo que ello pueda implicar en vidas humanas, sacrificio de posibilidades de desarrollo y postergación social de millones de seres. .
No cabe esperar de esos sectores más que una hostilidad permanente. La astucia que les da el largo ejercicio del poder, aunada a su poderío económico, los hace muy peligrosos. Los dos Kirchner han enfrentado a un enemigo que no da cuartel y que está al acecho de cualquier oportunidad para promover una desestabilización que remate en la liquidación de la política moderadamente nacional y popular que han llevado adelante sus gobiernos, desde 2003 a la fecha. Ante ese enemigo no hay posibilidad de componenda; sólo queda plegarse a sus razones o erradicarlo sin piedad.
Errores
Ahora bien, mentiríamos si nos limitáramos a señalar el carácter nefasto de las acciones del conglomerado reaccionario. También es necesario indicar los errores y las limitaciones con que los gobiernos Kirchner han tratado problemas fundamentales para el país. Dejemos de lado por una vez el elogio a sus logros indudables en lo referido a la política latinoamericana y a la nacionalización de varios rubros fundamentales de la economía privatizados a la manchancha durante la gestión Menem. Dejemos también de lado la crítica a la falta de una ofensiva a fondo que haga progresivo al impuesto, que nacionalice la renta minera y que coordine un plan de desarrollo a mediano y largo plazo. Focalicémonos en la inhabilidad de este gobierno para aprovechar el capital electoral del que ha dispuesto y en la propensión casi suicida que demuestra para cortarse de todos los respaldos capaces de contrabalancear, con su activismo en la calle o su peso institucional, a la conspiración facciosa.
Más de una vez hemos indicado este punto en esta columna. Hemos visto con desasosiego el progresivo abismo abierto entre el Ejecutivo y la CGT de Hugo Moyano, y hemos señalado que amputarse el único brazo organizado que podía poner gente en la calle podía ser funesto en algún momento.(3) Ese momento parece estar llegando más pronto que tarde, pues los caceroleros y las protestas del personal de las fuerzas de seguridad están sacando al exterior contradicciones propicias para ser aprovechadas en la plaza pública por los sembradores de la discordia.
La asonada de gendarmes y prefectos tiene como trasfondo el equivocado dimensionamiento del tema militar de parte del gobierno nacional. Los gobiernos Kirchner han carecido de una política para las fuerzas armadas. Si esa política hubiera existido, los acontecimientos de estos días no habrían tenido lugar. No tanto porque el tema salarial hubiera sido atendido de manera mucho más competente, sino sobre todo porque las fuerzas en cuestión se hubieran sentido más contenidas y no habría habido lugar para el resentimiento y la irritación que se derivan de sentirse maltratadas u hostigadas. Aunque la Gendarmería y la Prefectura son fuerzas a las que el gobierno ha dedicado grandes elogios y ha favorecido otorgándoles autonomía respecto del Ejército y la Marina, no son inmunes al destrato que desde el poder se ha dado a las fuerzas armadas. La palabra destrato puede sonar fuerte, pero me temo es la adecuada para caracterizar la actitud oficial hacia las FF.AA. Los fantasmas de la horrible experiencia de la dictadura parecen ser un trauma insanable en quienes están en el gobierno. Lo que es aun más grave, han influido en los seguidores periodísticos y juveniles de este, orientándolos hacia una percepción maniquea de ese proceso y a una actitud de desdén y rencor hacia los “milicos” que, de manera inevitable, debía potenciar su alejamiento. Se arruinó así una oportunidad única, la de aprovechar la conmoción producida en el estrato militar por su desastrosa acción represiva y su fracaso en la gestión gubernamental, para reorientarlo hacia una comprensión más racional e históricamente objetivada del problema del que el mismo ejército forma parte.
Una oportunidad perdida
Debería haber sido posible instrumentar los necesarios ajustes de cuentas con el pasado y satisfacer los requerimientos de la justicia castigando a las cúpulas y a los efectivos responsables de los más graves delitos cometidos durante el proceso, sin necesidad de echar un manto de duda sobre el conjunto de las instituciones militares y, sobre todo, sin minusvalorar el emprendimiento bélico con el que en parte los redimieron: la guerra de Malvinas. Pese a la opinión muy difundida entre la progresía, este conflicto en el fondo obedeció a motivos que nada tenían que ver con el oportunismo y expresó un problema geopolítico que sigue vigente hoy en día y que se hace comprensible sólo si se lo encuadra en las coordenadas del mundo globalizado. Esa derrota pudo muy bien haber operado como punto de partida de un acto de contrición de las fuerzas, que las llevase a una comprensión más sincera de los errores y crímenes del pasado, del papel que les había tocado cumplir como marionetas del imperialismo y de la necesidad de invertir la pirámide de ideas con arreglo a las cuales se habían movido entre 1955 y ese momento.
Por desgracia, en la tesitura de la centro izquierda que ha prevalecido en la política de estos años, pesó más el temor a una eventual recuperación de las ínfulas golpistas del estrato militar que la comprensión del papel que le toca jugar a este en una nación dependiente pero orientada a su integración. Esto ha redundado en una desconfianza mutua que no puede sino acentuarse por unos recortes presupuestarios que, más incluso que a los sueldos, han afectado la capacidad operativa de las fuerzas armadas.(4)
Los límites de la condescendencia
El conjunto de factores que venimos reseñando –descontento sordo en el estamento militar, errores de conducción política de parte del gobierno, conspiración descarada de parte del oligopolio Clarín- han generado en estos días una situación desdichada, a la cual sin embargo será posible hacer frente si el gobierno y el conjunto de las fuerzas políticas que creen en la democracia hacen gala de ponderación y firmeza. Con toda la comprensión que quepa desplegar hacia los gendarmes y prefectos y los motivos que promovieron su ruidosa protesta, hay que ponerles en claro que no son una fuerza susceptible de agremiación, que no pueden pretender su sindicación y elevar pliegos de condiciones al gobierno. No son trabajadores de una fábrica, son servidores armados del Estado y negociar con ellos implica para este, en las actuales condiciones, someterse a una capitis deminutio intolerable. Esto es, a una mengua en su libertad y su derecho, que le puede quitar autoridad y disminuir su valor representativo. Cosa que es, en el fondo, lo que buscan los azuzadores de la crisis.
Supongo que esta terminará de una manera soportable para todos, pero el daño se habrá hecho. Tal vez su súbita irrupción sirva, sin embargo, para que el gobierno tome conciencia de que no es omnipotente, de que se enfrenta a un enemigo escurridizo, múltiple e implacable, y que la única manera que tiene de reducirlo es cuidando sus flancos, no cortándose de posibles aliados y tomando las medidas que más hieran al núcleo de intratables conspiradores que tiene al frente. Esas son las que precisamente los asustan y los hacen proceder de acuerdo a la vieja norma futbolera que reza que la mejor defensa es un buen ataque. Sin embargo ese principio vale para todos, y la presidenta ha sabido aplicarlo en otras oportunidades, cuando también se vio en situaciones apuradas. Sólo que en esta ocasión, si decide la contraofensiva, no debería levantar el pie del acelerador.
Notas
1- Que de cepo no tiene nada, pues no es otra cosa que la necesaria intervención del Estado para impedir la fuga de divisas y no obstaculiza los viajes al exterior que tan gratos resultan para algunos sectores de las clases acomodadas, en especial para los que suelen elegir comodestino a Miami.
2 - Estas dan una vez más prueba de su carácter neutro, pues sirven tanto para movilizar al pueblo contra una dictadura real como la de Egipto en tiempos de Hosni Mubarak, como para azuzar el descontento hacia un gobierno democrático que en general hace las cosas bien o al menos con arreglo a la Constitución, como sucede en Argentina.
3 - Más allá de los despropósitos en que incurre el camionero, quien parece haber perdido definitivamente la brújula y se deja arrastrar por broncas personales que le impiden medir las consecuencias de sus actos, de parte del Ejecutivo se ha incurrido en un error parecido al no negociar a tiempo algunos reclamos salariales y algunas reivindicaciones políticas del movimiento sindical.
4 - Según una información que ha circulado on line pero que requeriría de una confirmación oficial para prestarle pleno crédito, las horas de vuelo de la Fuerza Aérea previstas para el 2013 serían la mitad de las que se ha dispuesto para el actual ejercicio, lo que redundaría en una drástica reducción de su capacidad operativa y de la aptitud de combate de sus pilotos.