Hugo Chávez ha triunfado de manera inequívoca, por cuarta vez, en una elección presidencial. Es una hermosa noticia y un reaseguro de que la ya larga marcha emprendida por varios países de América latina para liberarse de la dependencia de Estados Unidos y del esquema económico global que este lidera, continuará al menos por un tramo más.
Chávez encabezó el intento más profundo de los varios procesos que se produjeron desde principio de siglo para romper el consenso de Washington y para imprimir un nuevo rumbo a la política latinoamericana, dirigidos a configurar un bloque regional que enganche con el proyecto de la Patria Grande que afloró y se marchitó rápidamente en el momento de la independencia. La apuesta de Chávez le valió la hostilidad de Estados Unidos, la oposición de los estamentos burgueses de su país que viven en simbiosis económica y/o cultural con el imperio y el resentimiento de los estratos blancos de la población que resienten su origen mulato y sobre todo se erizan al contacto con el pueblo bajo, que ha cobrado protagonismo y ha invadido la calle al calor de la experiencia chavista.
La reversión del proceso de privatización gradual a que estaba sometida PDVSA –la empresa de petróleos venezolana- desde principios de los años 90, y su recuperación de manos del núcleo tecnocrático que respondía a la orientación opositora y no hesitaba en sabotear la producción; el acceso de las mayorías a los beneficios del crecimiento económico; una importante reforma agraria; una política de reforma sanitaria y una vasta campaña de alfabetización –rubros estos últimos en los que médicos y educadores cubanos tuvieron parte esencial-, fueron algunos de los logros de los gobiernos del gobierno bolivariano, que engarzaron con una política exterior planteada sobre un sólido basamento geopolítico y que encontró en los gobiernos de Brasil y Argentina los socios necesarios para cobrar cuerpo y delinearse como un potencial polo de poder. Su existencia, en estado casi latente todavía, ha bastado sin embargo para imantar a países como Ecuador, Bolivia, Paraguay y Uruguay, y podría haberse extendido ya hasta Centroamérica si en Honduras la reacción no hubiera puesto en escena el primero de los golpes de nuevo estilo que buscan el derrocamiento de mandatarios populares a través expedientes que conjugan, en proporciones bien dosificadas, las emboscadas jurídicas con el empleo de la fuerza.
El atrevimiento de Chávez le valió hostigamientos de todo tipo, incluido un fugaz derrocamiento, cancelado por la presencia del pueblo en la calle y por el apoyo que a este prestó la parte de la corporación militar que responde al presidente y que lo ha acompañado en su travesía del desierto, primero, y luego en su obra de gobierno. También en varias ocasiones hubo indicios de conjuras para asesinarlo.
La victoria del pasado domingo representa, pues, un momento de cumplimiento. Pero es evidente que no todo es de color rosa. Hay incógnitas que pesan hacia el futuro. La primera es el estado de salud de Chávez. Es imposible saber si está definitivamente recuperado del cáncer y aun más lo es si podrá sostener el tren de trabajo que le exige el puesto y su peculiar manera de hacer política. En el caso (al menos probable) de que desaparezca o deba dar un paso al costado, ¿quién o qué podrá sustituirlo? Chávez ha designado a Nicolás Maduro, hasta ayer su canciller, como su eventual sucesor al designarlo como vicepresidente. Pero el movimiento bolivariano depende en altísima medida de la efervescente personalidad de Chávez y no sabemos si hay alguien o algún organismo que pueda mantener atadas las riendas del gobierno en su ausencia. Tenemos entendido que existe un alto grado de corrupción e ineficiencia en la burocracia partidaria y, pese a los avances que se han producido en materia de asistencia social, la violencia delictiva parecería haber crecido de manera exponencial en los últimos tiempos. Hay –tanto en el chavismo como en la derecha- grupos armados organizados, prestos a enfrentarse en el caso de que se produzca una crisis. Esta podría haberse dado incluso si los resultados de los comicios del pasado domingo hubiesen arrojado guarismos muy estrechos. Los grandes medios oligopólicos que, pese a sus protestas, gozan de una amplia libertad de expresión, no hubieran dejado de aprovechar la ocasión para echar leña al fuego.(1)
El fantasma de la reacción
Gravita sobre toda América del Sur el espectro de la no digamos contrarrevolución, porque revolución no se ha producido ninguna –salvo,relativamente, en el caso de Venezuela-, sino la posibilidad de una marcha atrás o al menos de un estancamiento en el curso asumido a principio de siglo. Brasil está hasta cierto punto inmune a un retroceso debido a su peso específico y a la aguda percepción geopolítica de su planta administrativa y de sus cuadros militares, que aseguran la permanencia de las coordenadas centrales de la orientación general del país más allá de los avatares de la política interna; pero en el resto del Mercosur y de la Unasur las cosas no son tan sólidas. Entre nosotros, por ejemplo, no termina de configurarse un proyecto que rescate al país de su dependencia de las commodities y del rol de los consorcios transnacionales que siguen controlando una proporción mayoritaria de la producción. Lo que es peor, el frente plebeyo que venía esbozándose a lo largo de una década se ha deteriorado y de hecho se ha fracturado al separarse del mismo el sector más combativo de la CGT. No vamos a volver sobre la cuestión de las responsabilidades individuales en esta fractura, que atañen en gran medida a las intemperantes personalidades de la Presidenta y del titular de la CGT de Azopardo, pero es necesario señalar que esos rasgos no hubiesen tenido tanta importancia si no existiese una divergencia de intereses que gira en torno a la definición de ese escurridizo “modelo” que desde el gobierno se insiste en propalar, pero cuyas características no se precisan en modo alguno. Como tampoco se lo hace desde el sector sindical, salvo en el caso de Juan Carlos Schmid, que sostiene la necesidad de hacer del movimiento obrero el factor propulsor de un proyecto de cambio que apunte a la industrialización, el pleno empleo y al diseño de una reestructuración de la geografía económica de la nación.
La inconsecuencia del gobierno en cuanto a lo que propala y a lo que hace, sumados a la lentitud de que suele dar muestra en hacerse cargo de problemas salariales a los que se deja madurar hasta que explotan –el caso de la Prefectura y la Gendarmería, y en cualquier momento el problema del impuesto a las ganancias y el de la ley de accidentes de trabajo-, están señalando una separación del kirchnerismo respecto de los datos de la realidad práctica que resulta inquietante. No basta sentarse sobre el 54 por ciento de los votos obtenidos en la última elección presidencial para sentirse seguros. La opinión pública es variable y la presión mediática ejercida por el sistema puede tener efectos deletéreos sobre ella. Esa presión va a seguir ejercitándose aun después de que se cumpla con la ley de medios. Y la capacidad de distorsión, mentira y tergiversación informativa de ese conglomerado es muy grande, capaz de erosionar el capital electoral, si no se percibe una actitud ofensiva de parte del gobierno que no pase sólo por las alocuciones presidenciales sino que se articule en medidas prácticas. Cosa que cada vez estamos menos seguros de que el poder esté en disposición de llevar adelante. Razón por la cual habría que ir diseñando un “polo de reagrupamiento” –como lo define Néstor Gorojovsky- que sea capaz de aglutinar las voluntades de cambio de los argentinos, sin por esto dejar de brindar apoyo al gobierno nacional respaldando las iniciativas positivas que adoptó en el pasado y las que pudiera tomar en el presente y en el futuro, pero sin caer en obediencias “verticalistas”.Es decir, contar con una coalición de fuerzas con capacidad para criticar los errores gubernamentales y que propulse una articulación política más amplia, capaz suministrar una respuesta a los problemas estructurales que afectan al país.
Es una una ecuación difícil, pero no imposible.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Nota
1) La lamentable operación de Jorge Lanata en Caracas da una pista de cual podría haber sido la tesitura de los medios. Lanata fue a cubrir las elecciones venezolanas y cuando estas consagraron una vez más a Chávez con cifras inequívocas, intentó disimular la decepción que le causó su resultado montando una ridícula escena en el aeropuerto y anunciando después –bombásticamente, como es su estilo- haber sido víctima de un “secuestro” y de una imaginaria desaparición de persona. ¿Cuáles no hubieran sido las provocaciones que él y la prensa opositora venezolana habrían puesto en escena de cerrarse la elección con un resultado apretado?