El Cono Sur acaba de recibir un directo al plexo. No es posible disimular la gravedad de lo acontecido en Paraguay bajo argumentos leguleyos que jueguen a las escondidas con la verdad aduciendo el carácter “constitucional” del desplazamiento de Fernando Lugo del poder. Se trata de un golpe institucional que amenaza no sólo al país afectado sino también al MERCOSUR, institución de la que Paraguay hasta ayer formaba parte y de la cual ha sido suspendido como consecuencia del golpe consumado contra su presidente.
La situación es grave y requiere de una enmienda rápida pues atenta no sólo contra la democracia sino contra el equilibrio geopolítico de Iberoamérica, donde está en curso una incipiente tarea unificadora. Este trabajo unificador ostenta todavía muchas debilidades. En parte estas pueden ser imputadas a los diversos niveles de compromiso que se detectan a la cabeza de los Estados que deberían configurarse como una entidad continental. No todas las dirigencias piensan exactamente lo mismo en torno al proyecto y son propensas a asustarse ante la magnitud del emprendimiento que ellas mismas han convocado.
Sin pretender establecer analogías abusivas, el dicho de Saint-Just en el sentido de que “quienes hacen revoluciones por la mitad no hacen más que cavar su tumba”, las palabras del tribuno francés deberían ser escuchadas por los mandatarios de los países del Cono Sur, pues encierran una verdad que, aunque provenga de una época y de unas circunstancias diferentes, suponen un principio conductor al que conviene atenerse.
Lugo ha supuesto, en la historia contemporánea del Paraguay, un tibio intento de enmendar el atraso, la pobreza y la injusticia que padece su tierra. Hay que reconocerle el mérito de haberlo intentado a pesar de la grave enfermedad que lo aquejaba. Pero el
liberalismo económico conservador y autoritario, que prorrogaba el de las dictaduras militares o cívico militares del pasado, siguió tan vigente como antes. Lugo no pudo o no quiso ir al meollo de la cuestión, que es la gran propiedad latifundista, explotadora, ineficaz y de por sí propensa a asociarse con las grandes transnacionales agrarias. Por supuesto, Lugo estaba acorralado en el Congreso –su destitución acaba de demostrarlo-, agredido por la prensa y jaqueado por su mismo vicepresidente; situación esta que se ha dado en más de una ocasión en América latina y que dice mucho de la inconsistencia de nuestras estructuras partidarias. Pero debería haber estado consciente de que esa composición de fuerzas alineada en su contra le iba a resultar insuperable si no era capaz de contrabalancearla con expedientes drásticos que aprovechasen el impulso inicial que implicaba su legitimación en las urnas. El único instrumento con el que hubiera contado, si esa hubiera sido su decisión, habría sido el llamado al pueblo para que sostuviese su gestión en la calle; puenteando, con esa apelación a la democracia directa, el obstruccionismo y el desgaste que le imponía el control opositor de la legislatura.
Argentina y Brasil tienen mucho que hacer en el problema que acaba de explotar en el corazón de la cuenca del Plata. En parte por la capitalísima responsabilidad que les cabe en el desastre primigenio que hizo retrogradar al Paraguay, desde la condición de primer país industrial de Suramérica que detentaba en 1865, hasta el umbral de las cavernas: la infame guerra de la Triple Alianza. Y en parte porque, en un encuadre global, lo que sucede en Paraguay es inseparable del destino de ambas naciones en tanto configuración geoestratégica dirigida a gravitar –junto al resto de Suramérica- en el concierto mundial. No hay porqué engañarse respecto de los agentes últimos de la movida antidemocrática urdida en Paraguay: la mano del imperialismo, como en Honduras, se disimula detrás de la provocación armada que salpicó de sangre al gobierno de Asunción. La conducta de cerril oposición a la plena integración de Venezuela en el Mercosur, de parte del Congreso paraguayo, no responde a otro motivo.
Ahora bien, un Paraguay convertido en otra Colombia –no olvidemos que ya existe una base norteamericana en Mariscal Estigarribia, camuflada como un centro de entrenamiento para unidades del ejército paraguayo y de Estados Unidos-, supone un peligro mayor para el futuro de la integración de América latina. La dotación de efectivos norteamericanos en ese lugar es imprecisa y en cualquier caso menor, pero dispone de un aeropuerto dotado con una pista capaz de recibir aviones Hércules y B-52, y de instalaciones que, se dice, serían capaces de alojar a 16.000 efectivos. Se encuentra en el departamento más grande y despoblado de Paraguay, Boquerón, a 200 kilómetros de las fronteras con Bolivia y Argentina, y a 300 de la de Brasil. También está a tiro de piedra de la represa de Itaipú y cerca del acuífero guaraní, una de las reservas de agua subterránea más importantes del planeta.
Por supuesto que no faltarán quienes se burlen de este tipo de consideraciones, considerándolas apocalípticas o “conspiranoicas”, pero si se dispone de un mínimo de conocimientos acerca de los rudimentos de la historia contemporánea, se podrá observar que el melodrama isabelino se queda pequeño frente a la magnitud de las intrigas y los trabajos de zapa que se verifican en ella y que con mucha frecuencia acaban convirtiéndose en catástrofes mayores. Y en el pasado sucedía de igual manera: la misma guerra del Paraguay fogoneada por Gran Bretaña y consumada por sus aliados de la oligarquía porteña y brasileña, fue un ejemplo de manual respecto a este tipo de conducta.
No romper el frente nacional
La crisis precipitada en Paraguay –y sus proyecciones- deberían aleccionar al bando nacional en nuestro país, que desde hace meses está sumido en una controversia intestina entre el gobierno y el sector más combativo del movimiento obrero. Tensar la cuerda de las disensiones entre sectores, en lo sustancial afines a pesar de sus divergencias, es cortarse de apoyos decisivos a la hora de tener que afrontar confrontaciones que no se podrán sostener sin un gobierno fuerte, sin la presencia del pueblo en la calle y sin la certidumbre del apoyo que sólo puede encontrarse en este y en sus formaciones orgánicas. Asimismo, la magnitud de la amenaza militar que supondría la introducción de una base del Comando Sur en el corazón del subcontinente, debería obligar al gobierno argentino a darse una política militar que no estuviese fundada en la sola desconfianza respecto de las fuerzas armadas y que valorase la concreción de lazos prácticos con sus similares de Brasil. Estos podrían ir de una política común en materia de armamento hasta la creación de un Estado Mayor Combinado, destinado a seguir, evaluar y eventualmente aconsejar al gobierno civil la forma de resolver las crisis que pudieran ir presentándose en la región. No olvidemos que si el golpe en Paraguay se desarrolla en toda su potencialidad, el MERCOSUR perdería una de sus piezas y comenzaría a desenvolverse una operación de pinzas que amenazaría los intereses brasileños en dos frentes, dividiendo un escenario de conflicto que para Brasil hasta el momento contemplaba solo la Amazonia y la “Amazonia azul”. Y sobra señalar el riesgo que un desarrollo de ese tipo supondría para nuestro país, ya ocupado por el diferendo austral con Gran Bretaña, si debe soportar también la vecindad de los USA en una zona a la cual la prensa imperial se ha ocupado de demonizar con las historias de narcotráfico y terrorismo fundamentalista que corren a propósito de la Triple Frontera.
Mientras tanto es necesario que la UNASUR y el MERCOSUR den los pasos para revertir la situación que se ha creado en Paraguay. La cumbre del MERCOSUR que se efectuará en Mendoza el jueves y viernes próximos será la ocasión de poner en marcha resoluciones que tiendan a cambiar el escenario que se ha montado en Paraguay. Se ha vedado el ingreso a la Cumbre de representantes del actual gobierno asunceño. Venezuela ya ha cortado sus exportaciones de petróleo a ese país y Argentina y Brasil han retirado sus embajadores.
La moda del golpe institucional lanzada en Honduras contra el ex presidente Manuel Zelaya es un riesgo que se debe anular. En ese caso tuvo éxito: hoy es el día en que los mecanismos bien aceitados de una democracia formal, manipulada en sus elementos, han puesto fuera de juego a los que intentaban alterar en algo el estado de cosas, mientras se suceden los asesinatos de periodistas respecto de los cuales la SIP se cuida bien de darse por enterada.
América latina no debe volver a la edad de las tinieblas. Lo que comenzó a nacer a fines del pasado siglo y se afirmó en la cumbre de Mar del Plata que desbancó al ALCA, tiene que seguir creciendo.