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18
JUN
2019
Buque cisterna ardiendo en el estrecho de Ormuz.
Buque cisterna ardiendo en el estrecho de Ormuz.
El ataque de proveniencia ignota a unos petroleros en los accesos al Golfo Pérsico permite que Estados Unidos haga sonar nuevamente los instrumentos de su panoplia bélica. ¿Habrá guerra otra vez?

El ataque a varios petroleros en el estrecho de Ormuz, que da acceso al Golfo Pérsico y es la llave maestra del transporte energético en esa estratégica región del mundo, es ominoso. Puede indicar que se trata de la movida inicial para una escalada contra Irán que termine desencadenando la guerra contra ese país de parte de Estados Unidos y sus dos grandes aliados en la zona, Israel y Arabia Saudita.

Washington tiene una larga tradición en el arte de las emboscadas y la provocación. No fueron ajenas a ella el incidente del “Maine”-la voladora probablemente accidental de un crucero estadounidense fondeado en el puerto de la Habana que sirvió de mecha para la guerra contra España en 1898- ni el mismo Pearl Harbor, inducido por una larga serie de presiones contra Japón que dieron lugar, finalmente, al objetivo deseado, que no era otro que provocar una agresión nipona que permitiese al presidente Roosevelt meter de lleno a su país en la segunda guerra mundial. Cosa que hasta ese momento era resistida por el grueso de la opinión norteamericana.[i] Más cerca de nosotros tenemos al llamado incidente del Golfo de Tonkín, donde los norteamericanos inventaron una agresión contra su flota de parte de unas cañoneras norvietnamitas, a partir de la cual comenzaron su intervención masiva en el sudeste asiático.

Este último emprendimiento terminó de la manera catastrófica que se sabe, pero incluso esa horrible guerra podría empalidecer ante las repercusiones y la expandida violencia que podría tener un conflicto en gran escala en el medio oriente, de llegar a desatarse. El origen de los misteriosos ataques contra los petroleros en el estrecho de Ormuz no ha podido determinarse –ni es factible que se lo haga nunca- pero ello no fue obstáculo para que la Casa Blanca echara toda la responsabilidad sobre Irán. Entre las “pruebas” que exhibió hubieron unas imágenes que mostraban a los guardias revolucionarios iraníes ocupados en desmontar una presunta mina adherida al costado de uno de los barcos afectados, durante o después del rescate de la tripulación. Por qué esa tarea, que podría ser definida como de auxilio, debe ser interpretada como la prueba de un intento de ocultar un delito, es cosa que no se explica.

La progresión de las presiones y provocaciones contra Irán experimentaron un sensible aumento no bien John Bolton fue nombrado por el presidente Donald Trump como Consejero Nacional de Seguridad. En mayo del año pasado Trump se retiró del convenio nuclear con Irán que el presidente Barack Obama había negociado con el gobierno de Teherán junto a otros miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. En consecuencia las sanciones que gravaban a la economía iraní antes de la firma de ese pacto fueron reimpuestas, a las que se agregaron otras antes de que finalizase el año. En abril de 2019 Trump declaró por sí y ante sí a la Guardia Islámica Revolucionaria, que es el cuerpo de elite del ejército iraní, como una organización terrorista. Dos semanas después el presidente retiró las exenciones que había concedido graciosamente a otros países para que comprasen petróleo iraní, con lo que agravó el ahogo económico de los persas. No contento con esto, Bolton anunció poco después el despacho de una Task Force compuesta de un portaaviones y navíos de apoyo, más un número sustancial de aviones de combate, al medio oriente, como parte de un esfuerzo “para enviar un claro e inequívoco mensaje al régimen iraní en el sentido de que cualquier ataque a los intereses de los Estados Unidos o sus aliados tropezaría contra una fuerza implacable”. Y la semana pasada se produjeron los ataques contra varios petroleros de diversas banderas en el estrecho que separa al golfo Pérsico del golfo de Omán, cuya responsabilidad Washington no vacila en atribuir a Irán. Ayer se produjeron varios pronunciamientos que atribuyen directamente la culpa de esos ataques a los iraníes, sin que hasta ahora se haya producido ninguna prueba fehaciente de tal cosa. Como prudente respuesta a tantas presiones, Irán anunció que renunciará al cumplimiento de un punto clave del acuerdo del 2015 y se permitirá sobrepasar el límite que este le fijaba en la acumulación de iranio enriquecido, a menos que los países europeos signatarios del pacto lo ayuden a superar el daño que le causa el endurecimiento de las sanciones norteamericanas.

¿Hay que pensar, como lo afirmaba un año atrás el ex alcalde Nueva York y confidente de Donald Trump, Rudy Giuliani, que “la guerra con Irán está a la vuelta de la esquina”? No necesariamente, pero la manía del establishment norteamericano de tratar con ligereza los problemas más graves, fundada en un complejo de superioridad que deviene de su abrumadora fuerza, complica las cosas. Por otra parte, ¿qué sentido tiene esta progresión agresiva si no se trata de acabar con el régimen iraní ya sea procurando su dislocación interna o por medio de una agresión directa? La irresponsabilidad de los “neocons”, de los halcones que anidan en los servicios, en los rincones del Pentágono y en el Departamento de Estado, para no hablar de la Casa Blanca y de los grandes grupos de presión económicos, es terrible y para mensurarla no hace falta más que recordar la cantidad de veces en que hicieron pasar al mundo por el borde del abismo. Corea en diciembre de 1950, Cuba en 1962, la crisis de los misiles Pershing en Europa en 1982-83…

El crudo iraní representa un insumo esencial en las importaciones de las grandes economías del extremo oriente. Japón, Corea del sur y sobre todo China se nutren de esa fuente. Los chinos abastecen su formidable máquina productiva en un 80 por ciento con energía proveniente del Golfo. La guerra comercial que les ha planteado Estados Unidos debe hacerles ver la crisis actual en el medio oriente como otra forma de presión contra sus intereses, a la vez que deben sentir que, oh casualidad, alguna mano extraña puede estar moviendo las grandes manifestaciones que se producen en Hong Kong contra el estado chino. La ex colonia británica, reincorporada a la madre patria china bajo un estatusespecial, está experimentando en efecto, en este momento, un revival de la llamada “revolución de los paraguas”, también identificada como la de los teléfonos celulares, por las linternas de los móviles con que los protestantes iluminaban sus asambleas cuando se indignaban, unos pocos años atrás, por la injerencia de Pekín en los asuntos internos de la isla. Y Hong Kong representa una pieza importante para el comercio del régimen chino con el exterior.

No parece casual tampoco que los ataques contra los petroleros en el estrecho de Ormuz se hayan producido justo en el instante en que el primer ministro japonés Shinzo Abe visitaba Teherán. Los mecanismos de relojería que regulan la andadura de las provocaciones parecen estar funcionando a tiempo. Quizá demasiado a tiempo, pues ponen en evidencia el carácter deliberado de la movida norteamericana. Pero a los capitostes del neoconservadurismo esto no parece importarles demasiado. Como decíamos antes, hay una irresponsabilidad hija tal vez de la falta de un sentido de la prudencia que es consecuencia de unatrayectoria histórica demasiado exitosa contra adversarios siempre demasiado débiles. Ahora bien, ¿quiénes están más decididos a hacer la guerra contra Irán? ¿Será Donald Trump o serán sus más encendidos asesores?El presidente habla sin ton ni son y amenaza hacia los cuatro costados, pero da la sensación de querer sacarse los compromisos militares de encima y que son los tipos como Bolton o el secretario de Estado Mike Pompeo los que manejan los hilos y representan a lo más pesado del sistema, el sector que más persuadido está de dar una salida drástica al problema de los “estados delincuentes”, como califican a Irán o a Siria, para adquirir definitivamente la llave del predominio en el área estratégica del Levante. El deseo de borrar la “vergüenza” de la derrota en Vietnam ha sido un motor psicológico oculto a lo largo de décadas en la política exterior norteamericana. Con el tiempo muchos se han persuadido de que eso había sido logrado con la victoria en la guerra fría y con una serie de éxitos militares logrados con intervenciones directas o indirectas en Irak, Libia, Afganistán, y los Balcanes.[ii] Pero sólo con el control del medio oriente podrían sentirse en condiciones de adueñarse de un enclave estratégico decisivo para llegar a ejercer una virtual hegemonía. El problema radica en que sus adversarios globales también perciben esa posibilidad y van a oponerse a ella.

¿Cómo? En primer lugar renunciando a la relativa pasividad con que han tolerado los retozos de la superpotencia desde la caída del Muro de Berlín hasta acá. En segundo término porque Irán no es una potencia del tres al cuarto: es sólido, no está recorrido por las divisiones étnicas o confesionales que cabían detectar en Irak, Afganistán o Libia; tiene 80 millones de habitantes y unas fuerzas armadas más que respetables. La vecindad con Rusia, por otra parte, le garantizaría un apoyo cercano en materia de suministros y eventualmente de efectivos y tecnología militares. Y faltaría medir la reacción de China, que se vería directamente afectada por el corte en la provisión de sus insumos energéticos.

Es posible que, una vez más, todas estas tensiones se aflojen y sigan por un tiempo más en estado de latencia. Pero no es posible jugar con fuego indefinidamente; en algún momento alguien va a quemarse. Hay demasiados actores deseosos de un desenlace en la zona. Israel, en primer término, que ve en Irán a la potencia regional que, de conseguir un estatus nuclear, la anularía en su carácter de primera fuerza militar en la zona. Y luego Arabia Saudita, cuya corrupta dinastía podrida en oro y petróleo, encarna al peor sistema de gobierno regional y que detesta profundamente, por razones confesionales y por rivalidades económicas, al régimen de los ayatolás iraníes. A los “neocons” norteamericanos les encantaría arrimar un fósforo a todo este material combustible para irrumpir en la brecha abierta por la explosión.

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[i] Esto no significa justificar al imperio japonés ni a las potencias del Eje, por entonces lanzadas a una serie de guerras de agresión que intentaban competir con el poderío del bando llamado democrático, pero sirve para clarificar el carácter genérico del bandidaje imperialista y desenmascarar la hipocresía de quienes dicen ser los adalides de la verdad  y la justicia.

 

[ii] Victorias militares en lo inmediato; a largo plazo se han revelado como empresas desastrosas, que fuera de devastar a esos países y de empobrecer y masacrar a millones de personas, no han implicado rédito político a los Estados Unidos ni estabilidad a sus intereses. 

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