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21
FEB
2019
Trump advierte a militares venezolanos que perderán todo si defienden a Maduro.
Trump advierte a militares venezolanos que perderán todo si defienden a Maduro.
Estados Unidos en la era Trump. Rusia advierte. La situación latinoamericana sigue haciéndose más difícil cada día.

Recuerdo que en mis años infantiles vi la página de una revista que titulaba un artículo o el anuncio de un libro: “¿Japón corre Amok?” El ejemplar debía ser de los meses inmediatamente anteriores o posteriores a Pearl Harbor y la palabra “amok” me fascinó. Para colmo iba acompañada del primer plano de un soldado japonés en la selva, agazapado entre la maleza. Con el tiempo vine a saber que se trataba de un término malayo, popularizado en occidente por Rudyard Kipling y luego por Stefan Zweig, y que viene a significar algo así como un desorden asesino. En psiquiatría, según informa Wikipedia, es un síndrome cultural que consiste en una súbita explosión de rabia salvaje, que hace que la persona afectada corra alocadamente o ataque con armas a quienquiera que encuentre en su camino.

En la actualidad esa pulsión destructora parece haberse generalizado al planeta entero. Al nivel de las iniciativas particulares los ejemplos son legión y no se circunscriben al oriente ni a un solo país, aunque uno de ellos concentre la mayor cantidad de casos: Estados Unidos. Los horrores que suelen cometerse en otros lugares por cierto son repugnantes, pero en general comportan cierta carga ideológica que, si no los explica ni los absuelve, suministra al menos un hilo para interpretar la furia vesánica del agresor. Los hombres bomba que se “inmolan” entre una multitud de inocentes para alcanzar a un enemigo o porque son manipulados para que sirvan como provocadores para detonar un conflicto mayor; o especímenes al estilo del neonazi noruego Anders Breivik, que asesinó a 77 chicos y chicas de las juventudes socialistas en una isla del Báltico, desconciertan por su cólera fría o por la perversidad de sus recorridos mentales, pero ofrecen al menos una explicación “política” a sus actos.  En Norteamérica, en cambio, cuando un escolar ingresa a una escuela y barre a tiros a un montón de sus compañeros o cuando un chiflado se sube  al décimo piso de un hotel en Las Vegas y desde allí ametralla a una multitud en un concierto al aire libre, no existe ni la sombra de una motivación ideológica. El sujeto en cuestión es en todo caso el reflejo de una violencia y una irracionalidad ambiente que puede llegar a degenerar, en los seres propensos, en ataques de furia asesina.   

El sistema norteamericano parece cultivar este tipo de caracteres. Pero lo realmente grave es cuando esa tipología se encarna subrepticiamente en la clase dirigente. A estar por el recorrido histórico de esa nación, en especial en la época contemporánea, el problema se encuentra en la raíz del sistema y devendría de la combinación de la dinámica del capitalismo salvaje tal como se desarrolló sin trabas en la Unión, con un mesianismo arrogante de carácter racista y que funde al nacionalismo biológico anglosajón con la psicosis bíblica del “pueblo elegido”. En esta atmósfera pueden prosperar los chiflados, que a veces desahogan su propensión asesina desde una ventana,  o los cazadores de seres humanos que se engañan respecto a su vocación depredadora con el discurso patriótico que los convoca en nombre de la justicia a exterminar a pueblos extraños a los que dicen querer proteger.[i] El problema, sin embargo, sólo alcanza su real y más terrorífica dimensión, cuando aparece instalado en la psiquis de la clase dirigente. Porque, más allá de las declamaciones en torno a la “guerra humanitaria” y a la “obligación de proteger” que los gobiernos norteamericanos de todo signo se arrogan por sí y ante sí, ¿qué clase de contención o de frenos podemos esperar en materia internacional de parte de un establishment que no cree sino en su propia fuerza y ha sido mimado por la historia porque siempre hubo de enfrentarse a poderes que no lo igualaban o eran infinitamente inferiores a él?

La defensa de los intereses imperialistas -propios en primer término, y los de sus socios en segundo lugar, en la medida en que estos convienen a Estados Unidos-, ha sido la constante de la política exterior norteamericana desde 1945, si queremos ceñirnos a un período más o menos conocido por todos. Pero no se trata sólo de la defensa de tales intereses en sí, cosa que puede comprenderse -como también puede entenderse que el imperialismo, por su naturaleza intrínseca, tenga como fatalidad imponer su voluntad-, sino de la conjunción de matonismo con hipocresía lo que más choca en los actuales conductores del estado norteamericano. La cosa es doblemente seria porque esa superioridad ya no es tan abrumadora y porque el miedo carcome a muchos de ellos, pudiendo inducirlos a la huida hacia adelante. Su actual presidente es una veleta y está lleno de iniciativas contradictorias: un día  proclama que quiere arreglar los asuntos con Rusia (o con quienquiera que sea) y otro, por presiones internas, toma iniciativas que van en el sentido exactamente contrario al que cabía suponer por sus anteriores declaraciones.

Ejemplo de esta dicotomía son las retiradas (anunciadas) de las tropas de una porción de territorio sirio y de la mitad de los efectivos en Afganistán, y la casi inmediata resolución de anunciar la derogación del tratado INF (International Range Nuclear Forces) que excluía la instalación de misiles de mediano alcance en Europa y en las inmediaciones del territorio soviético, tratado signado entre Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov en las postrimerías de la guerra fría. Este acto, que viene a sumarse a los despliegues de escudos antimisiles en Polonia y otros lugares del este de Europa, es de una gravedad suma y apunta un dardo nuclear al corazón mismo de Rusia. La respuesta de Vladimir Putin no se hizo esperar y tiene una resonancia cataclísmica: de concretarse tal decisión "Rusia estará obligada a desplegar armamentos que podrán ser utilizados no solo contra los territorios de donde viene la amenaza directa, sino también contra los territorios donde se encuentran los centros de decisión del uso de misiles que nos amenazan". El centro de decisión último es Washington D.C.

Los rusos, incluso en la época del nefando Stalin, han sido sumamente prudentes en materia de relaciones internacionales; pasada la fiebre y la ilusión expansiva de la primera década posterior a la revolución de 1917, su conducta se ha apegado a las normas de la realpolitik. Pero esto no los exime del miedo ni de la reacción pánica cuando se creen amenazados, en especial cuando los armamentos con que cuenta su enemigo son de un carácter literalmente aniquilador y el tiempo para reaccionar a la sospecha de un eventual ataque prácticamente no existe.

Como en la época de la guerra fría, el mundo está comenzando a girar en torno al abismo y la gente, absorbida por una cotidianeidad incómoda, no se da cuenta o prefiere no hacerlo. Total, lo que hemos aprendido en el trascurso de un siglo recorrido por grandes conmociones, es que los factores de poder siguen allí sin que nada aparentemente los afecte. Esto es un grave error. Los cimientos del sistema han sido sacudidos varias veces en ese lapso y se produjeron transformaciones positivas que hoy, como fruto del agotamiento del modelo de cambio y de la transición tecnológica que impulsa a otro tipo de sociedad, están siendo empujadas hacia atrás, generando desconcierto en las masas. Pero los problemas subsisten, se agravan y requieren de soluciones urgentes. La vuelta al pasado, el retorno a las prácticas coloniales o neocoloniales que se perciben hoy en África y en América latina; la demolición del estado de bienestar en los países europeos y en el mismo Estados Unidos, son expedientes que causan problemas insostenibles y que sumergirán al mundo en el caos.

Venezuela: horas decisivas

Una demostración del carácter viciosamente arrogante de política norteamericana está en plena representación en el caso de Venezuela. Toda la vieja parafernalia de la política del “big stick” y de la diplomacia de la cañonera está siendo desplegada en estos momentos para intimidar y defenestrar al presidente Maduro y su gobierno, electos en comicios limpios y supervisados por observadores internacionales. Se ha puesto en acción a la batería mediática de los oligopolios de la comunicación y se han fogoneado a los serviles del imperio en toda Iberoamérica para que contribuyan al aislamiento de Venezuela. Con una hipocresía mayúscula se ha preparado el terreno para que la entrega de “ayuda humanitaria” por 20 millones de dólares para el “hambreado” pueblo venezolano se convierta en la ocasión para fomentar un casus belli en la frontera. Se está creando el escenario para que el “Derecho a Proteger” que se arroga a Estados Unidos encuentre un pretexto para verificarse en la forma de una intervención militar directa o indirecta. Mientras esta entelequia jurídica inventada por Barack Obama y Hillary Clinton es esgrimida  por Donald Trump, nadie se pregunta en el Congreso norteamericano sobre el Derecho a la Autodeterminación de los Pueblos ni sobre el Principio de No Intervención en los asuntos de pueblos ajenos. Y menos aún se interroga acerca de los 30.000 millones de dólares que le han sido sustraídos al pueblo de Venezuela a través de las sanciones económicas, el bloqueo de cuentas y la deflación del precio del crudo.

En qué acabará todo esto es momentáneamente una incógnita. Pero detrás de estos movimientos cabe discernir una voluntad de parte de la dirigencia norteamericana de dar comienzo a un reordenamiento sistemático de Latinoamérica que la convierta de una vez por todas en el patio trasero de la superpotencia y reduzca a cero cualquier veleidad de desarrollo independiente. En meses recientes hemos tenido ocasión de escuchar a los más altos funcionarios de la administración Trump expedirse sobre la existencia de una “troika del mal” en el Caribe, conformada por Venezuela, Cuba y Nicaragua. ¿Pensarán John Bolton, Mike Pence o Donald Trump hacer del caso venezolano la cabeza de playa para la conversión de ese mar en un lago norteamericano? Si atendemos sólo al presente y a la naturaleza de los actuales gobiernos suramericanos un plan de esas características no debería encontrar dificultades. Con Jair Bolsonaro en Brasil, poseído por la fiebre neoliberal y el furor anti izquierdista, y con Mauricio Macri en Argentina, preocupado en hacer los deberes con el FMI y con devolver al país a su rol de productor primario, no habría dificultades. Tampoco las tendrían con Rafael Piñera en Chile o con Lenín Moreno en Ecuador, ni con Iván Duque en Colombia. El único que podría presentar resistencia sería el mexicano Andrés Manuel López Obrador, pero “con Dios tan lejos y con Estados Unidos tan cerca” es difícil que pueda hacer otra cosa que mantenerse al margen en una actitud de resistencia ética. Pero nunca es más oscuro que antes del amanecer. Los pueblos latinoamericanos sabrán reencontrar un camino.  

Mientras tanto el presidente Maduro acaba anunciar el cierre de la frontera de su país con Brasil a partir de las 20 horas de hoy (hora local) hasta nuevo aviso, y está estudiando una medida similar con Colombia. Como ha dicho Trump: “todas las opciones están sobre la mesa”.

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[i] Una buena muestra de este último tipo de motivación puede encontrarse en “American sniper”, de Clint Eastwood, con Bradley Cooper en el papel protagónico. Es una glorificación del más letal francotirador del ejército norteamericano en Irak, filmada por el más brillante de los directores derechistas de Hollywood.

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