Confieso que el presidente norteamericano me cae casi, casi, simpático. Seguramente decir esto puede parecer estrambótico si se lo piensa desde una perspectiva de izquierda, pero si se compara a Donald Trump con sus adversarios internos en Estados Unidos creo que sale ganando. Aunque desde luego esta apreciación puede ser cambiada en una milésima de segundo, si el inquilino de la Casa Blanca decide optar por alguna de las terribles alternativas que se le ofrecen en el plano militar y económico y hunde al mundo en un caos mayor al que actualmente se encuentra. Pero hoy por hoy los motivos para abominar de su persona son más superficiales que otra cosa. Sus baladronadas en materia de política exterior, su muro antinmigrantes, las medidas económicas que adopta para sancionar y domar a potencias extranjeras, son sin duda odiosas; pero si nos paramos a reflexionar un poco vemos que se ajustan a un cuadro de presiones y negociaciones que no se aparta demasiado del compromiso que había tomado durante su campaña en el sentido de contener la inmigración, reducir las operaciones militares en lugares remotos y no continuar riñendo con Rusia, mientras se prioriza la rivalidad con China, se busca repatriar empresas y se potencia el mercado interno para devolverle su capacidad de empleo.
Estas tendencias van entremezcladas, sin embargo, con declaraciones incendiarias y con la convocatoria a formar parte de su entorno a personalidades del neoconservadurismo más intransigente, en algunos casos obsesionadas con los fantasmas de la guerra fría y propensas a acercar el fósforo a la mecha, en un todo afines a las políticas del “deep state” que ponen al complejo militar-industrial en el meollo de la dinámica económica norteamericana. Esto y el remolino de acusaciones, amenazas, desplazamientos de “fuerzas de tareas” en océanos lejanos, acercamientos a líderes extranjeros abominados hasta hacía apenas un momento y súbitos reemplazos en su equipo de colaboradores más próximos, contribuye a crear una sensación de desorientación que puede inducir a preguntarse si Trump sabe lo que hace. Creo que sí, aunque también quepa percibirle algunos rasgos de ingenuidad, que pueden haberlo inducido, por ejemplo, a imaginar a Mauricio Macri y su banda de especuladores como unos capitalistas en serio. Esto lo habría inducido a forzar un préstamo del FMI a nuestro país por 50.000 millones de dólares, contraviniendo los estatutos del Fondo… Esta ingenuidad contrastaría con el maquiavelismo que algunos atribuyen al presidente norteamericano. Pero no creo que el episodio sea más que un error de cálculo, si lo es, provocado por el deseo de mantener a la Argentina atada a una deuda impagable y dentro del bloque reaccionario –Argentina, Chile, Brasil, Paraguay, Chile, Perú, Ecuador y Colombia- que se ha venido creando en Suramérica desde unos años a esta parte.
Lo que parece predominar en el accionar de Trump es, más que maquiavelismo, una habilidad táctica disimulada detrás de una niebla de palabras y de actitudes detonantes. Hay un viejo proverbio chino que podría explicar este proceder y que dice que si quieres controlar a tu enemigo debes procurar tenerlo cerca. Enfrentado a la hostilidad intransigente de los grandes medios de prensa, del partido demócrata y también de un soterrado resentimiento del establishment republicano, Trump se rodea de elementos conocidos del “estado profundo” y procede a utilizarlos procurando que ellos no lo utilicen a él. Hasta dónde podrá hacerlo no se sabe. Pero es dentro de esta mecánica que parece encuadrarse la reciente destitución de John Bolton, hasta el lunes consejero de seguridad nacional del presidente, un cargo de alta relevancia estratégica, que combina funciones que competen tanto al departamento de Estado como a la secretaría de Defensa y por cuya jefatura han desfilado personajes tan determinantes como Henry Kissinger y Zbygniew Brzezinsky. Bolton fue –es- el halcón más destacado de la actual camada de “warmongers” que pulula en la administración norteamericana. Sus antecedentes meten miedo: desde hace casi 40 años ha estado mezclado en las aventuras más siniestras de Washington en tierras que no le pertenecen. Primero con Reagan en las guerras civiles fomentadas por la CIA en Centroamérica. También fue una figura central en la operación que llevó a la segunda guerra del Golfo y a la ocupación de Irak. Aclamó el intento de desestabilizar a Siria en el 2011 y cuanta aventura similar se produjo desde entonces y fue un elemento destacado en la perpetración del golpe de estado en Ucrania, que acabó con el gobierno legal de Viktor Yanukovich en las sangrientas provocaciones y desórdenes que plagaron durante semanas la plaza Maidan, en Kiev. Durante la presidencia de Trump se convirtió en el más ferviente defensor de la denuncia unilateral del pacto nuclear con Irán de parte de Estados Unidos, que terminó desarticulando un arreglo del que participaban Rusia y los países de la OTAN. Recomendó incluso un ataque nuclear preventivo contra las instalaciones nucleares iraníes como expediente para resolver el problema por la vía rápida, inhabilitando a ese país para seguir con su desarrollo atómico, de la misma manera en que los israelíes procedieron contra Saddam Hussein en 1981 al atacar el reactor nuclear que este había comprado hacía poco a Francia. También se manifestó predispuesto a invadir Venezuela y degradó al Estado Nacional Palestino, reconocido como tal por el Parlamento Europeo, al nivel de Autoridad Nacional Palestina. Lo que refleja una realidad técnica, pero que no ayuda en lo más mínimo a educar a los pueblos palestino e israelí en el hábito de la convivencia.
Contrariamente a lo sucedido con las administraciones de Bush padre, Bill Clinton, Bush jr. y Barack Obama, que multiplicaron las guerras y las operaciones encubiertas por todo el oriente medio, el presidente Trump hasta ahora no se ha comprometido en ninguna guerra abierta ni ha producido ningún ataque de envergadura contra objetivos militares, salvo el ataque con cohetes Tomahawk a una base aérea en Siria, que aparentemente fue más una demostración previamente anunciada que una incursión propiamente dicha. Y por estos días ha producido una serie de variaciones en sus actitudes hacia líderes extranjeros habitualmente abominados por los neocons y por él mismo, que seguramente han elevado las tensiones con su principal asesor estratégico al punto de ruptura. En efecto, Trump tuiteó el sábado que desea encontrarse con el presidente de Corea del Norte Kim Jong Un en la zona desmilitarizada para decirle ¡hola! y reanudar los contactos, interrumpidos después de fallido encuentro del pasado mes de febrero en Vietnam. Poco tiempo atrás se había manifestado predispuesto a reunirse con el mandatario iraní, Hassan Rohani, en la próxima asamblea general de las Naciones Unidas, cosa reconfirmada por ayer por el secretario de Estado Mike Pompeo, a pesar de que Rohani había manifestado que no contemplaría ninguna reunión si previamente EE.UU. no levanta las sanciones que le ha impuesto a su país. Y por último, como guinda que corona el postre, días pasados Trump dijo que estaba dispuesto a reunirse con representantes talibanes en Camp David, para tratar la pacificación de Afganistán, donde la Unión viene sosteniendo el conflicto más largo de su historia.[i]
Esta aparentemente confusa trayectoria ha estado punteada por una variabilidad en el gabinete que debe ser un récord en la Casa Blanca. No menos de 20 puestos de importancia significativa dentro de la administración han cambiado de manos a lo largo del presente ejercicio. No se los puede mencionar a todos, pero algunos son expresivos de la incidencia que pueden tener en el rumbo de la gestión de gobierno. Volaron, entre otros, el jefe del FBI, Frank Comey; el secretario de Estado, Rex Tillerson; el principal asesor económico, Gary Cohn; la asistente personal de Trump durante la campaña, Hope Hicks; el director de comunicación encargado del contacto con la prensa, Anthony Scaramucci, que aguantó sólo 12 días en el cargo; el jefe de gabinete Reince Priebus y, por último, tres –¡tres!- consejeros de seguridad nacional al hilo: el general Michael Flynn, caído en los enredos del Russiagate, el teniente general Herbert McMaster, un moderado, y por fin, el recién defenestrado John Bolton, el incendiario.
Como se ve, la realidad supera a la ficción. Más que en “West Wing” la famosa serie televisiva norteamericana aunque sin tocar los extremos truculentos de “House of Cards”, la Casa Blanca puede ser una calesita de colores. Esperemos que no explote nunca la bomba termonuclear que lleva en su seno.
(Fuentes: Strategic Culture Foundation, The New York Times, El País, Infobae)
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[i] Haciendo honor al nombre clave que se había dado a la operación: “Libertad duradera”…