Una película de mucho nivel, que devuelve inmediatez física y hace afectivamente reconocibles a dos figuras a las que el imaginario popular ha tendido a convertir en leyenda.
Un premio previsible y varias gemas de buen cine en la ceremonia en la cual todos los años la industria se premia a sí misma. El valor del cine norteamericano.
Una solvente pero limitada aproximación a la guerra de Irak.
El último premio Oscar fue para una película que comprime dos características típicas de la cultura masiva estadounidense: su sapiencia técnica y su autoencierro.
Quentin Tarantino se supera a sí mismo en Bastardos sin gloria, una desbordada aventura narrativa que demuestra que, para él, el cine es sensación pura.
Un filme de Laurence Cantet aportó algo de frescura y una problemática genuina a un cine que hoy por hoy en general aparece embarrado por la parafernalia tecnológica y una violencia vacía.