Irregular y un tanto caótica, la producción de Oliver Stone da sin embargo testimonio de un vigor infrecuente en el cine de hoy. Stone es, dicho sea con franqueza, uno de los pocos cineastas que encajan en el llamado cine de autor.
De un tiempo a esta parte la atribución de los Oscar está dejando de lado la monumentalidad acartonada de las superproducciones de prestigio, para ceñirse a asuntos provistos de un matiz siniestro pero mucho más realista.