Para una opinión pública desinformada, el conflicto entre Rusia y Georgia producido en estos días contiene las claves para comprender el actual punto de inflexión que se está produciendo en la política mundial.
El conflicto armado que ha estallado entre Rusia y Georgia contiene coordenadas mucho más profundas y peligrosas que las que surgen por la disputa de un territorio.
Se tiene la sensación de que no sólo el candidato demócrata sino también su adversario republicano no toman muy en cuenta la modificación que se está produciendo en las relaciones de fuerza entre las grandes potencias.
El terrorismo, en un mundo connotado por el caos y las operaciones clandestinas, tiene como rasgo más problemático la imposibilidad de fijar el origen real de las fuerzas que lo generan.
Una especie de maltusianismo que no dice su nombre parece presidir las acciones de los conductores del sistema vigente en el mundo. Pero su pretensión de inmovilizar la historia puede redundar, por el contrario, en su aceleración catastrófica.
Los expedientes institucionales para filtrar la opinión y para prevenir los choques más brutales de intereses, se están convirtiendo en una muralla que sofoca la libre expresión de la voluntad popular.
La vieja cortina de hierro, aunque lóbrega y deprimente, cumplía una función defensiva. Ahora ha aparecido otra que se mueve como un rodillo compresor, y apunta a sumergir a todo y a todos en una globalización indiferenciada.
Los criterios políticos conservadores parecen arraigarse cada vez más en el seno de las sociedades desarrolladas. Pero parte de esta buena fortuna proviene de la crisis de identidad que aflige a las fuerzas que deberían oponérseles.