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07
JUN
2008

La nueva cortina de hierro

La vieja cortina de hierro, aunque lóbrega y deprimente, cumplía una función defensiva. Ahora ha aparecido otra que se mueve como un rodillo compresor, y apunta a sumergir a todo y a todos en una globalización indiferenciada.

Decíamos la pasada semana que la Argentina no ofrece un panorama agradable. A pesar de las últimas informaciones en el sentido de que el lunes a las 0 hora se levantaría el lock out agrario, el tironeo entre productores del campo y gobierno en torno del tema de las retenciones seguirá girando en el vacío, en tanto y en cuanto no se defina el proyecto de país que se requiere para arrancar a Argentina de su adhesión -¿o adicción?- al modelo agroexportador que casi sin intervalos marcó nuestro destino desde la época de la organización nacional.
Ahora bien, si apartamos nuestra mirada de este desconsolador espectáculo y la dirigimos hacia el resto del mundo… veremos que no pocos de los rasgos que caracterizan a nuestro estancamiento se reproducen –de una manera mucho más fiera y furiosa, es cierto- en el escenario internacional.
Porque, ¿qué otra cosa que una adhesión viciosa al modelo neocapitalista o neoconservador es lo que salta a la vista en el espectáculo que ofrecen Estados Unidos y la Unión Europea, en todo lo referido a la definición del mundo neocolonial al que se pusieron en disposición de forjar a partir del derrumbe del bloque comunista?
Nos encontramos en presencia de algo a lo que podríamos definir como una demencial obstinación en el error, si no fuera porque sabemos muy bien que no se trata de error alguno, sino de la persistencia en una locura que es intrínseca al sistema capitalista y que prolifera cuando no hay factores alternativos que puedan oponérsele. El espectáculo que brinda el Medio Oriente es aleccionador en este sentido. Los portavoces de la Casa Blanca y del Pentágono han comenzado a regocijarse por la disminución de las bajas norteamericanas en Irak, y han vuelto a su extraña cantinela en el sentido de que “no estamos ganando, pero tampoco estamos perdiendo” en el gran escenario que va del Canal de Suez a las profundidades del Asia central.
Esa paradójica afirmación implica tres cosas. Primero, la justificación teórica para la instalación dentro de los parámetros de la guerra permanente –o infinita, como la definió George W. Bush después de los atentados del 11 de Septiembre de 2001. Segundo, que las perspectivas para los desdichados pobladores de esa zona son cada vez más sombrías. Tercero, que el diseño de los conflictos a futuro con Rusia y con China persiste como la hipótesis de guerra más valedera para los geoestrategas de Washington y Bruselas.
Todo apunta a la perpetuación de la guerra. La imagen del Medio Oriente “liberado para la democracia”, hipócritamente esbozada por Bush hace unos años, se revela más falaz que nunca. En realidad, para arribar a ese objetivo, el Medio Oriente tendría que ser liberado primero de los norteamericanos y europeos, y luego de la acción provocadora de su socio israelí.
Actuando de acuerdo al principio no escrito de que la guerra moderna, en las condiciones del choque entre un mundo desarrollado y otro que patalea en la miseria, no busca la victoria sino la perpetuación del estatus quo, las potencias occidentales se han instalado en una ecuación que configura a la guerra cada vez más como un conflicto a distancia, librado por mercenarios o por artilugios tecnológicos que excluyen al soldado o lo remodelan de acuerdo a los principios de la cibernética, consintiéndole matar sin riesgo. El soldado universal, de acuerdo a los informes que resumen el perfil del guerrero del futuro, actuará (en cierta medida está actuando ya) en base a combinaciones de drogas potenciadoras del rendimiento militar, que reducen el estrés de combate, multiplican la energía física y pueden “blindar” a los soldados respecto de los recuerdos angustiosos e intrusivos. ¿Estaremos ante la perspectiva de un ejército de zombies?
La imagen de los soldados equipados con chalecos y cascos de kevlar y provistos de aparatos de visión nocturna, que deambulan como murciélagos en las calles de Bagdad a la caza de insurgentes, ya nos está suministrando un adelanto de lo que será la guerra del futuro. Para librar su guerra infinita Occidente implicaría cada vez menos a los hombres y más a la tecnología. La fórmula “no estamos ganando pero tampoco estamos perdiendo”, se adecua a esta ecuación como un guante a la mano.
Para este tipo de concepción del mundo, Al Qaeda es un enemigo necesario. Pero no hay por qué no suponer que la réplica del terrorismo fundamentalista al terrorismo de Estado no pueda hacerse con los instrumentos capaces, no de derrotar a la tecnología occidental, pero sí de inferir en cambio a esta parte del mundo daños enormes y casi proporcionales al agravio que el Occidente causa al mundo atrasado. La profecía de la guerra infinita, aunque forjada para servir los intereses del establishment, puede autocumplirse de una forma espantosa también para este.
Esto se debe, como señala el periodista inglés Robert Fisk, a que Al Qaeda es una forma de pensar o de sentir, no un ejército. Como tal, no puede ser batida, y puede multiplicarse de muchas maneras. Esta cualidad proteica es lo que la hace tan temible. Se alimenta del dolor, el terror y la crueldad que se desploman sobre los musulmanes desde los aviones Stealth, los helicópteros Apache, los tanques Abrams y Merkava, los misiles y los piquetes entrenados para los asesinatos selectivos, aunque de hecho la política general de Occidente para la región no tenga nada de selectivo y busque bloquear, hambrear, despiezar y destruir a todos los Estados que no se acomoden a su diktat.
¿Cómo se podrá construir un mundo seguro en una zona donde el conflicto palestino-israelí se arrastra desde hace 60 años, por lo menos, y donde Israel sigue construyendo asentamientos exclusivos para judíos en los territorios conquistados en 1967, operación que cierra cualquier perspectiva de arreglo a corto, mediano o largo plazo? Los diversos gobiernos israelíes, en efecto, han forjado un doble cerrojo que veda cualquier salida. Si instalaron a los colonos en un primer momento con la expectativa de que podrían usarlos como moneda menuda para negociar, se hace evidente que ese proyecto era utópico o mentiroso, toda vez que los colonos no iban a aceptar que se dilapidese su esfuerzo y su bíblica concepción de restaurar el estado israelí en el espacio que ocupara en la antigüedad. Y si los gobernantes de Tel Aviv lo hicieron con el propósito de dejarlos donde están, “batustanizando” a un eventual Estado Palestino, era evidente que los palestinos se iban a rebelar sin cesar contra ese proyecto, manteniendo abierto así un foco infeccioso que en algún momento puede contagiar a toda la región.
Es probable que este sea el cálculo de los mandamases del sistema global. La inestabilidad permanente conviene a sus fines. Si deciden lanzarse contra Irán, la conflictiva situación en Gaza, Cisjordania y el Líbano puede servir como disparador de un conflicto que consienta la eliminación del régimen de los ayatolas como factor de poder en el área. Qué irá a pasar después de abrir las puertas del infierno, es un misterio, pero eso no parecería preocupar demasiado a los planificadores de las hipótesis de guerra: cuánto más abarcadoras y ambiciosas sean estas, más satisfactorias pueden resultar para los fogoneros del complejo militar-industrial y para los teóricos de la globalización a mano armada.
Se está erigiendo una nueva cortina de hierro. De carácter ofensivo y no defensivo esta vez. Dijimos en otra ocasión que la política de la Otan se proyecta como un rodillo compresor. Este va desde Groenlandia al Asia central. Las tropas norteamericanas están en Gran Bretaña, Alemania, Grecia, Italia y Turquía, y se extienden por Egipto, Jordania, Irak, Bahrein, Yemen, Qatar (donde funciona el Estado Mayor conjunto), Omán, Arabia Saudita, Pakistán, Afganistán y Tadjikistán. ¿Y qué hay frente a ese rodillo compresor? Nada más y nada menos que Rusia, China y la India.
La globalización desde arriba sigue su camino. Y mientras tanto aquí somos incapaces todavía de diseñar un proyecto de país a escala regional. Que Dios (y Brasil, y Venezuela) nos guarden.

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