Hacía tiempo que el cine no proporcionaba una muestra de su vigor y de su explosiva capacidad para inventar imágenes provistas de sentido como lo hace en el caso del filme "Quién quiere ser Slumdog millionaire". O, más simplemente, "Slumdog millionaire". Algo así como “perro de albañal millonario”.
Por suerte, en este universo cinematográfico poblado de comicidad pasatista, de niños magos, de terrores parapsicológicos; de escepticismo, de violencia de cartón maché y de un sadismo desasido de toda proposición humana y expresivo de un nihilismo indiferente, de cuando en cuando irrumpen filmes como este. Cuya explosión de luz y color impacta como una granada.
Coproducción anglonorteamericana ambientada en la India, el filme de Danny Boyle es de una suculenta riqueza formal, que sabe henchir los datos de un melodrama Hollyood –o Bollywood- style con un contenido humano cuya fusión con la técnica cinematográfica hace pensar en la eficacia con que Charles Dickens trataba unas historias en apariencia sensibleras que se elevaban, sin embargo, al nivel intangible de la obra de arte en razón de su compromiso afectivo con los personajes, de la dexteridad con que los trataba y de la densidad humana que emanaba de ellos.
El relato de "Slumdog millionaire" está llevado adelante con estupenda energía, con un torrente de imágenes de la India que no ahorran nada de la dureza e incluso el horror que habita a sus sectores más desamparados y que contrastan con la visión de la otra India, la potencia emergente que se perfila como uno de los colosos asiáticos y como un polo de poder en formación.
Es imposible remitirse al análisis de una película como esta sin señalar el parentesco, no necesariamente buscado, con el poderoso novelista inglés que mencionamos. Aquí hay la misma exposición de la brutalidad social vivida como cotidianeidad y el consiguiente esfuerzo de adaptación a esta de parte de quienes les toca vivir en medio de ella. Personas que a veces terminan hundiéndose en el desorden o bien consiguen sobrenadar a él.
Tampoco está fuera de lugar la referencia al cine de Frank Capra, habilidoso manipulador de emociones que era capaz de trenzar un drama en apariencia insoluble y desanudarlo al final, con algún expediente súbito y reconfortante. Pero en este caso hay que remarcar que lo que en Capra era un conformismo de última hora, acomodaticio respecto de un estado de cosas al que sugería se podía redimir a través de la bondad, en Boyle y su codirector indio Loveleen Tandan, la trama romántica, sentimental, melodramática y turbulenta en la que se enredan los protagonistas no se cierra con un gesto pacificador, sino con una explosión de alegría que no es una ruptura con el contenido esencial del filme, sino una especie de epifanía. Esto es, de rescate centrado en una afirmación existencial que no pasa por la simpatía blandengue sino que es expresiva de una rebelión fundada en la certeza de una vitalidad que fluye y que es capaz de arrostrar –a nivel generacional y, porqué no, histórico¬- todas las adversidades.
El argumento del filme nos describe la peripecia de tres huérfanos en Bombay-Mumbai. Dos son hermanos, el menor Jamal y el mayor Salim. A ellos se suma una niña, Látika. Todos son víctimas de una de las tormentas étnicas que periódicamente devastan la ciudad y de las cuales la minoría musulmana es la víctima preferida. Los tres han perdido a sus padres en el tumulto, y a partir de allí la película se enhebra en una serie de encuentros, desapariciones y reencuentros, durante cuyo transcurso Salim, enamorado de Látika desde un primer momento, revuelve cielo y tierra para encontrarla, hasta participar en un show de preguntas y respuestas televisivo en la esperanza de que, a través de él, su enamorada pueda ubicarlo y reunírsele. Contra toda expectativa Salim, que ha ascendido con mucho trabajo desde la mendicidad al rango de chico de los mandados en un “call center”, acumula una portentosa cantidad de dinero, al que arriesga a todo o nada en cada programa. En la presunción, arteramente instigada por el conductor del programa, de que el muchacho esté trampeando con las preguntas, la policía le detiene y lo tortura para hacerlo confesar los mecanismos de la supuesta estafa en la que estaría envuelto.
Este planteo argumental aparece fragmentado en un discurso abarcador, que altera la continuidad temporal y remite incesantemente al pasado y al presente, utilizando el interrogatorio policial como nexo conductor del recuento de los relatos separados entre sí, que van y vienen sobre sí mismos sin que el espectador pierda por ello el hilo de los acontecimientos. El filme se estructura en una construcción formal que sigue el ritmo afiebrado de la vida de los personajes y de la ciudad terrible que habitan. Un montaje sincopado que refracta una banda sonora sensacional, una fotografía de colores restallantes y continuas variaciones de tono, una música que aprovecha los matices de la música oriental y los mezcla con la de Occidente, van derivando en escenas y tomas sorprendentes, que sin embargo en ningún momento caen en el rebuscamiento efectista.
Como insinuamos al principio, "Slumdog millionaire" contiene los elementos argumentales de un melodrama de Hollywood revestido por una audacia formal que los tapa o que, al menos, ciega al espectador respecto a estos. No se trata sin embargo de una manipulación, sino del rescate de los elementos válidamente humanos que habitaban a aquellas viejas historias, sacudiéndoles la hojarasca sentimentaloide. La India que nos muestra el filme de Boyle es la dramática India de hoy, donde conviven dos mundos separados por las barreras de las castas pero, sobre todo, por una diferenciación social abrumadora. Por un lado la India de la gente que malvive y muere en la calle, que alivia sus intestinos en la vereda: la India de la Madre Teresa, todavía; y por otro la India de los rascacielos espectaculares, del crecimiento económico sin tregua, de los autos de lujo, de las computadoras y del protagonismo estratégico que la iguala a las grandes potencias.
Por sus méritos intrínsecos, nos parece, "Slumdog millionaire" debería ser la principal recipiendaria de los premios Oscar. De entre lo visto hasta ahora de la producción del 2008, es la mejor película, ostenta la mejor dirección, el montaje articulado con mayor destreza y la fotografía de mayor plasticidad: la más abigarrada, fluida y rica de todas. Pero vaya uno a saber. La Academia tiene sus caprichos y se trata además de una película hablada en inglés pero en parte también en hindi. De lo que no cabe duda es que tardará mucho en borrarse de la memoria de quienes la hayan visto.
"Slumdog millionaire". Dirección: Danny Boyle. Codirección india: Loveleen Tandan. Guión: Simon Beaufoy, basado en la novela "A&Q", de Vikas Swarup. Intérpretes principales:Dev Patel, Freida Pinto, Madhur Mittal, Tanay Hemant Chheda, Tanvi Ganes Lonkar, Sashutosh Lobo Gajiwala, Ayush Mahesh Khedekar, Rubina Ali, Azharuddin Mohammed Ismail.)