A un siglo del estallido de la primera guerra mundial

05
JUL
2014

El choque

Siete
Conscriptos franceses se embarcan hacia el frente en el quinto día de la movilización general.
Entusiasmo e inexperiencia estuvieron en la base de las espantosas bajas que se produjeron en los primeros encuentros de la guerra del 14. La fijación de la ofensiva a cualquier costo. La impreparación rusa. La batalla de fronteras, el Marne y la carrera hacia el mar.

En agosto de 1914 las principales potencias europeas se enfrentaban con las armas en la mano. Aunque después de la guerra las potencias victoriosas echaron toda la culpa del conflicto a Alemania y la obligaron a aceptar de manera formal ese dato en el tratado de Versalles (cosa que envenenaría aun más el futuro), no hay duda de que las responsabilidades estuvieron repartidas. Es cierto que el káiser empujó a los austríacos a agredir a Serbia y que él y su estado mayor en última instancia no parecían temer una guerra en dos frentes pues estaban seguros de arrancar una decisión favorable en el curso de poco más de un mes; pero la psicosis de cerco que habían desarrollado y que fue lo que en última instancia los llevó a precipitar su decisión, les fue insuflada con paciencia, persistencia y astucia a lo largo de una década. Esto puede percibirse claramente del testimonio del parlamentario Abel Ferry respecto de una entrevista que tuvo el 30 de julio de 1914 con el más eminente de los “revanchards” de la época y uno de los principales artífices de la Triple Entente, el ex ministro de Relaciones Exteriores francés Teophile Delcassé. “De pronto vi al menudo personaje crecer hasta alcanzar la estatura de Bismarck… Me expuso con voz de enamorado y con implacable lógica la idea fija para la cual había vivido… el ejército francés fuertemente organizado y todo un sistema de alianzas… Alemania no podía vivir en el mundo que le había hecho, demasiado estrecho para su crecimiento… Y yo comprendía que desde Bismarck nadie había tenido sobre los acontecimientos de Europa una influencia igual a la de ese hombrecito. Ya no era ministro, pero los hilos de la telaraña estaban tendidos y Alemania acudía a enredarse en ellos como un grueso moscardón zumbante”. [i]

Pocos, en los estados que entraban en guerra, se cuestionaban la justicia de su causa. Thomas Mann escribió “Consideraciones de un apolítico” para justificar la liza en que había entrado en Alemania y para subrayar el carácter idealista y fáustico de su combate contra el racionalismo positivista, reflejado por los franceses y los anglosajones. En toda Europa las grandes figuras de la cultura compartieron en su mayoría la necesidad de identificarse con el deber patriótico. En cuanto a los representantes de la vanguardia artística su  tendencia fue la de lanzarse de cabeza al combate o al menos de no expresar, en un primer momento, un rechazo manifiesto respecto a este. Los futuristas italianos, cuando su país ingresó a su vez en la guerra, en abril de 1915, hicieron un puntillo de honor en ir al frente. Y algunos de ellos no regresaron.

La batalla de las fronteras

El 2 de agosto se decretó la movilización francesa y el 20 de ese mismo mes comenzó el choque en gran escala de los ejércitos contrapuestos. Los alemanes debían encarar una guerra en dos frentes, pero, según las directrices del plan Schlieffen, concentraron en el frente occidental las siete octavas partes de sus efectivos. Introdujeron, empero, algunas modificaciones en el plan original que a la postre se revelarían funestas: el estado mayor dedicó un 20 por ciento más de tropas a la defensa de la frontera oriental alemana, y esa cantidad se engrosó aun más cuando la presión rusa en Prusia Oriental se hizo sentir. Esas modificaciones y esas sustracciones de efectivos iban a privar a los alemanes de la victoria que juzgaban segura y que hubiera debido terminar con la guerra en seis semanas.

Al principio los franceses, a pesar de encontrarse en inferioridad numérica, hicieron honor a la doctrina de la ofensiva “a outrance” que se había convertido en la doctrina oficial del ejército cuando este decidió abandonar el “plan Michel” y adoptar el “plan XVII”, criatura del general Ferdinand Foch y apadrinada por el general Joseph Joffre, jefe del ejército en el momento del estallido de la guerra. Fue una decisión desafortunada, pues el plan concebido por el general Michel tenía en cuenta la superioridad numérica alemana y planteaba asumir una actitud defensiva y cubrir gran parte del frente con tropas de la reserva para compensar el desnivel de los efectivos. Su doctrina fue abominada por sus colegas, todos ellos impregnados de una creencia casi mística en el valor del “elan”, del impulso heroico y del valor absoluto de las virtudes marciales para obtener la victoria[ii]. Esta fue la primera de las insensateces cometidas por los mandos de la “Gran Guerra”. Había una enorme ignorancia de los cambios que al  escenario bélico aportaba la tecnología y aun tenía primacía una comprensión bravucona del oficio de la guerra, aunada a un concepto rígido de la disciplina que no se adecuaba a los requerimientos de tropas conformadas en su gran mayoría por ciudadanos-soldados. Por supuesto había excepciones, y entre los oficiales de tropa –cuyo sacrificio fue proporcionalmente superior al de los soldados rasos- maduraría a lo largo de la guerra una comprensión más articulada del deber militar que ofrecería cuadros técnicamente mucho más capacitados, entre los que sobrevivieron, para enfrentarse al reto de la segunda guerra mundial. Pero la generalidad de los altos mandos fue ciega durante mucho tiempo respecto a los horribles sacrificios que exigían de sus hombres. En parte esto pudo haberse debido a que, en las condiciones del campo de batalla del primer conflicto mundial, los jefes de división o de ejército estaban a varios kilómetros de la línea del frente y no experimentaban las condiciones en que sus subordinados se desenvolvían. Pero sin duda hubo mucho de necedad y estúpida arrogancia, derivados de su inflación social y de su cortedad de miras, en la  conducción de una guerra que superaba por mucho la escala de todas las conocidas hasta entonces.

 La primera expresión de este deplorable estilo de conducción se produjo no bien comenzaron las hostilidades. Los alemanes tomaron la ofensiva, pero los franceses, en cuanto divisaban a sus enemigos, atacaban a su vez. Al grito de Baionette au canon! En avant! Vive la France!” los regimientos y divisiones franceses se desplegaban en línea y arremetían contra los alemanes, que se detenían, hacían cuerpo a tierra, se fortificaban someramente y disparaban contra las filas de soldados bien visibles con sus capotes azules y sus kepis y pantalones rojos. Los ingleses habían adoptado el kaki durante la guerra boer y los alemanes habían reemplazado el azul de Prusia por el gris (feldgräu) varios años antes. Los franceses seguían vistiendo las mismas prendas que en 1830, cuando las infanterías disponían de armas de corto alcance, de un solo tiro y se fusilaban a cuarenta pasos de distancia, sin posibilidad alguna de confundirse con el paisaje. En 1914 las ametralladoras, los fusiles máuser y la artillería de campaña alemanes segaron a la colorida infantería francesa a cientos de metros de distancia, tanto en Alsacia Lorena como en el bosque de las Ardenas y en Bélgica, donde se desplegó el grueso del ejército alemán para desarrollar su maniobra envolvente.

Los franceses no ignoraban los trazos generales del plan alemán, pero por supuesto no lo conocían en toda su amplitud y potencia. Pensaban cortar  la maniobra envolvente alemana a través de Bélgica por medio de un golpe que, teniendo a la fortaleza de Namur como eje, atacase por la espalda al tenso despliegue alemán en Bélgica, cortándolo y sumiéndolo en la confusión. Este procedimiento fue el que Hitler aplicó con pleno éxito, bien que a la inversa, 26 años más tarde, en la campaña de 1940. Pero en 1914 la maniobra francesa no tuvo tiempo siquiera de insinuarse.

El primer paso del asalto alemán fue la toma de la fortaleza de Lieja, juzgada inexpugnable y que cayó en 13 días tras de que sus fuertes fueran destruidos por la acción de enormes morteros transportados allí con ese propósito. La otra fortaleza, juzgada insustituible porque en ella debía apoyarse la maniobra francesa, Namur, cayó en apenas dos días.[iii] Mientras los ejércitos franceses se retiraban del frente de Alsacia Lorena perseguidos por el enemigo, en Bélgica los alemanes extendían su ala derecha hacia Bruselas. El primer contacto directo entre franceses y alemanes en Bélgica se produjo simultáneamente a los choques en Lorena, en la batalla de Charleroi, no muy lejos del campo de batalla de Waterloo, donde los prusianos y los ingleses habían acabado con la carrera de Napoleón 99 años atrás. También en Charleroi se reprodujeron las condiciones de la batalla en Alsacia Lorena. Los franceses atacaban, los alemanes los barrían y avanzaban luego. Los franceses, duramente castigados, se replegaron y comenzó así la “Retirada”, nombre que los galos dieron a un repliegue puntuado por numerosos combates de retaguardia.

El mando francés, sorprendido por la magnitud de las pérdidas y por el total fracaso de su concepción de la ofensiva a toda costa, lejos de descreer en su doctrina prefirió echar la culpa a la impreparación de las tropas que, según el general Joffre, “a pesar de la superioridad numérica que se les había asegurado, no han mostrado en el campo las cualidades ofensivas esperadas…” En realidad esa superioridad numérica no existía, pues los alemanes estaban en una proporción de dos a uno y, en Charleroi, que fue el engranaje sobre el que pivotó el primer enfrentamiento, esa relación fue de tres a uno, gracias al plan XVII aplicado por Joffre, que dedicó una enorme masa de tropas al  desastroso ataque en Alsacia Lorena. Por otra parte, esa diferencia numérica era conocida por los franceses y nada los obligaba a tomar la iniciativa en condiciones tan desfavorables.[iv]

El repliegue ordenado por el mando francés involucró también a la pequeña fuerza expedicionaria británica conformada por siete divisiones, que había pasado el Canal de la Mancha entre el 9 y el 22 de agosto. Esas fuerzas iban a ser reforzadas de continuo a lo largo del conflicto, hasta sumar millones de hombres provenientes de las islas y del imperio, representando el primer compromiso total de la Gran Bretaña en una guerra europea desde la Guerra de los Cien Años. Los ingleses sostuvieron bien el primer choque en la batalla de Mons, donde, peleando a la defensiva, infligieron elevadas bajas a los alemanes; pero igualmente hubieron de retirarse, como los franceses, librando combates de retaguardia.[v]


Notas

[i] Marc Ferro: “La grande guerre 1914-1918” (Idées, nrf, 1969). Abel Ferry sirvió alternativamente en el  gobierno, el parlamento y el frente de guerra, a todo lo largo del conflicto. Murió en combate dos meses antes de la finalización de este.  

[ii] El general Victor Michel cayó en desgracia ante sus colegas por sus doctrinas heterodoxas y no sólo fue alejado de sus funciones sino que no se le asignó papel alguno a lo largo de la guerra. La estupidez no fue privativa de los militares: hubo diputados lo suficientemente imbéciles como para rechazar una reforma que cambiase los coloridos uniformes estilo 1830 por otros, adecuados a la necesidad de confundirse con el paisaje, con una frase de este tenor: “¿Eliminar los pantalones rojos? ¡Jamás! ¡El pantalón rojo es el color de Francia!” (Citado por Bárbara Tuchman en “The Guns of August”, 1962, Bantam Books).

[iii] La caída de fortalezas juzgadas inexpugnables como Lieja y Namur puso en evidencia la fragilidad de los grandes fuertes ante la eficacia de los altos explosivos y de la artillería pesada. El cemento, incluso el cemento pretensado, tenía menos capacidad de absorción que las trincheras cavadas en la tierra. Esto supuso un choque psicológico muy grande, que llevaría más tarde a los franceses a cometer imprudencias como la de retirar, antes del ataque alemán, los cañones instalados en los fuertes de Verdun para respaldar la línea del frente.

[iv] Marc Ferro, Op. Cit.

[v] Las bajas francesas durante el par de semanas que duró la batalla de las fronteras sumaron alrededor de 206.000, los alemanes sufrieron 136.000 y el todavía reducido cuerpo expedicionario británico unas 10.000. Fue la matanza más concentrada de toda la guerra. También hubo numerosas ejecuciones sumarias, practicadas por la “ gendarmerie” o policía militar , de soldados que desertaban del frente, lo que suministró un anticipo del estilo brutal y, más grave aun, inepto, con que los mandos –todos los mandos, pero en especial los aliados- iban a imprimir a la conducción de la guerra. En cuanto a los alemanes, se “distinguieron” por las represalias indiscriminadas que realizaron en Bélgica, ante cualquier intento de resistencia civil, en ocasiones inexistente.

 

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