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14
MAR
2009

Los medios, el campo y el frente opositor

La coyuntura política argentina está cruzada por fantasmagorías, utopías reaccionarias y una malignidad corta de miras.

La decisión de la presidenta de adelantar las elecciones legislativas para junio es una iniciativa demuestra que, en esencia, los Kirchner no están dispuestos a rendirse ante la actual movida opositora, cuyo carácter desestabilizante analizaremos luego. Más allá de las especulaciones políticas a corto plazo que se le asignan, las razones que sustentan la decisión presidencial son inobjetables: no se puede vivir por un largo plazo en el torbellino de una elección, mientras el mundo vive convulso por la crisis económica. La decisión asimismo toma de contrapié a un segmento opositor. ¿Con qué cara Macri puede oponerse a una resolución que reproduce la que él acaba de tomar respecto de la Capital Federal? Los histéricos comentarios que La Nación se apresuró a descolgar en su edición electrónica son ilustrativos de la eficacia de la iniciativa gubernamental frente a un bloque opositor que se ha cerrado en una negación cerril a cualquier posibilidad de acuerdo y que busca, cada vez con mayor desparpajo, desgastar al gobierno y desestabilizarlo sin otro fin que acabar con el aun vacilante intento gubernamental de revertir los destinos de este país en un sentido más nacional y socialmente más solidario. Cuál será el destino del proyecto que el lunes se elevará al Congreso es otra historia. La batalla está planteada, de todos modos.

Una de las características de la ofensiva lanzada por los sectores del privilegio, los medios y la oposición contra el actual gobierno, es su irresponsabilidad, asimilable en algunos casos a la idiotez absoluta. En efecto, se trata de un ataque masivo, empeñado y oportunista, que suma a los sectores en apariencia más dispares en la prosecución de una política ensuciada por lo peor que hay en el subconsciente de las clases altas y medias de la Argentina, incluido un componente racista que en nuestro país se ha mimetizado de alguna manera en la expresión “gorila”. Mote autoinfligido en el ’55 y significativo, asimismo, de una actitud regresiva y elemental. El primitivismo parece ser el patrón que rige este discurso, así como la carencia de ideas. Pues, ¿qué proyecto alternativo ofrece el frente opositor a la de por sí tímida política reformista del gobierno? La gestión de los Kirchner, con todas sus luces y sus sombras, sacó al país del precipicio en que había caído en el 2001, como fruto de décadas de hegemonía neoliberal. Mejoró el empleo, reorganizó la justicia, palió los efectos más devastadores de la crisis y reorientó la política exterior, sumida hasta entonces en un genuflexo seguidismo de las pautas dictadas por Estados Unidos y los organismos internacionales de crédito. ¿Qué diablos nos puede ofrecer a cambio la caótica conformación del frente opositor? En él, tengámoslo en claro, la fuerza mandante es la del sistema oligárquico que siempre se ha coaligado con el interés externo para reducir a la Argentina al rol de una factoría, en la cual lo único que cuenta es el disfrute suntuario de la renta por parte del sector privilegiado que concentra la riqueza.

En el caso actual el factor determinante de esta ecuación es la alianza entre los sectores agropecuarios locales de alto vuelo y las transnacionales que explotan el agro y han dictaminado, desde sus laboratorios ubicados en el Norte desarrollado, que nuestro país debe limitarse al papel de exportador de commodities y renunciar a tener un destino industrial. Para este proyecto, que aniquila el empleo, sobran 25 millones de argentinos o más. El elemento nuevo que ha venido a agregarse a esta ecuación, vieja como el país del Centenario, es la aparición de un sector proporcionalmente minúsculo, los chacareros de la Pampa gringa, que brinda al grupo dominante un aparente color popular. Estos granjeros enriquecidos que se envuelven en banderas argentinas y exhiben sin pudor una codicia sin límites en el momento en que aprieta la crisis mundial, también poseen – en la medida en que se los deje actuar en libertad- una gran capacidad de presión debido a su potestad para someter a sitio a las ciudades, provocando su desabastecimiento y achicando el espacio de maniobra del gobierno.

En este grupo hay dirigentes no se avergüenzan de pedir una flexibilización de las leyes laborales que, en teoría, protegen a los trabajadores del campo. Diríamos adiós al Estatuto del Peón, una de las conquistas del primer peronismo, bien que poco respetada en las últimas décadas. Una muestra del tenor intolerante de los campestres para con todo lo que huela a regulación laboral en su espacio, fue el episodio en cual un grupo de productores de Monte Caseros cercó a los inspectores del Ministerio de Trabajo que iban a comprobar las condiciones en que los trabajadores rurales desenvolvían sus tareas.

Es triste contemplar, en estas circunstancias, como los partidos de oposición, incluidos grupos desprendidos de la célula matriz del justicialismo para desahogar rencores personales o para expresar intereses asociados a los grupos de presión económicos, es triste, decimos, ver como se abalanzan sobre la oportunidad que les ha brindado la sedición del campo para hostigar al gobierno nacional.

Ahora bien, si en los campestres la motivación económica es mezquina pero real, en el caso de la oposición política no hay forma de encontrar otra motivación racional que no sea la del “salí vos de allí, que me pongo yo”. ¿Qué programa alternativo al del gobierno pueden gestar el PRO, la Sra. Elisa Carrió y compañía? Ninguno. El único que les cabe es volver a las pautas del modelo económico neoliberal, que permitió a los grupos concentrados de capital realizar pingües negocios. Este modelo es cínico y utópico a la vez, pues sólo podría funcionar a través de la represión feroz de la protesta social. Sin embargo esta gente no parece tener otro proyecto, pues los sectores que teóricamente se ubican a la izquierda del actual gobierno no tienen peso social. Si se produce un revés electoral para el gobierno, es difícil que este elija negociar con ellos. Más plausible será un escenario en el cual el Ejecutivo, debilitado en el Congreso, deba transar y bajarse de sus propósitos de reforma. Para redondear el concepto, puede decirse que el conflicto se da entre el gobierno y las grandes corporaciones agropecuarias, aliadas a la clase política que consumó el enorme desastre sistémico de la gestión neoliberal.

Habría que ver, por esto, si el vuelco antigubernamental de la situación en Argentina no es más aparente que real. El factor determinante del ostensible cambio de humor político que se percibe en la calle ha sido la campaña que los monopolios mediáticos han llevado adelante con toda libertad y que busca saturar el ambiente con una disconformidad artificial, con argumentos tan irrelevantes o mentirosos como el vestuario de la Presidenta y el supuesto carácter autoritario de su gestión. El otro factor que los medios blanden, con mayor éxito, es el de la inseguridad, tema en cuyo torno han creado un ambiente terrorífico. Ese temor se apoya en experiencias reales, desde luego, pero que son magnificadas fuera de toda proporción por la prensa, en especial la televisiva. El morbo paga y atrae a una platea que rinde buenos dividendos, pero de paso sirve para pronunciar el aturdimiento del público, al que se incita a buscar soluciones simples y drásticas a un problema sobremanera complejo y que se asienta, básicamente, sobre la destrucción del tejido social provocado por las políticas de la dictadura, del radicalismo y, sobre todo, del menemismo. Reconstituir dicho tejido llevará tiempo y trabajo, y sólo podrá tener éxito si se deroga la “opción por los ricos” que propugna, implícita o explícitamente, el remendado frente opositor. Este dato no aparece en el discurso antagónico al gobierno. En cualquier caso, en el sentir de grandes sectores de la clase media, lo más fácil es echarle la culpa a “los negros”: a los pobres, a los desocupados, a los villeros y, por esta vía, al gobierno al que han votado. Parafraseando lo que cantaba Rita Hayworth en Gilda, “ put the blame on Mame, boys”, ahora el frente opositor diría “échenle le la culpa a Cristina, muchachos”…

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