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07
MAR
2009

Economía y geopolítica

La crisis económica derivará de manera inevitable en una crisis política. El fin de la historia al que se refiriera Fukuyama está lejos.

El receso veraniego brindó la ocasión de constatar la rapidez con qué evolucionan las cosas tanto en el campo internacional como en el nacional y, al mismo tiempo, permitió sorprenderse por el hecho de que la crisis galopante que experimenta el sistema capitalista todavía no haya desembocado en una alteración de fondo de las líneas de fuerza de la política real. Este discurrir paralelo de las dos variables fundamentales que actúan en el mundo con toda seguridad no durará mucho más: la confluencia de ambas corrientes habrá de promover un sacudimiento global del cual hoy apenas estamos sintiendo las primeras vibraciones. Pero mientras tanto no se puede evitar una ligera sensación de irrealidad.

La tormenta financiera repercutirá de forma inexorable en el campo de la economía productiva. De hecho ya lo está haciendo: por ejemplo, la General Motors se encontraría a punto de quebrar. Esta segunda manifestación de la crisis promoverá una rápida descomposición de las tendencias dominantes en el plano geopolítico, o bien su aceleración desenfrenada. Dependerá del grado de madurez mental de los dirigentes mundiales que el escenario se tranquilice un poco o se despeñe en el caos.

Muchos creen que la política y la economía son sectores separados o, cuando mucho, que la segunda predomina sobre la primera, orientando “fatalmente” sus desarrollos. No es así, sin embargo. Tanto la economía como el poder político se hacen eco. Una crisis de sobreproducción y especulación desenfrenada como la de 1929 tuvo un correlato inmediato en las tendencias que llevaron a la guerra 1939-1945, de la cual surgió a su vez un nuevo ordenamiento económico mundial. Y el cataclismo financiero de hoy, maridado como está a una política agresiva de parte del imperialismo norteamericano determinado a imponer el “Project for a New American Century”, tendrá por fuerza que promover un remolino que pondrá en juego no sólo la viabilidad de ese proyecto y por lo tanto la supremacía norteamericana, sino la decisión de otras grandes potencias en el sentido de no dejarse arrollar por ese ímpetu y de afirmarse en sus trece. Sostener un proyecto como el mencionado requiere de un poderío económico y financiero indiscutible, capaz de respaldar el activismo militar que le va asociado. Y si ese poderío económico falla y al mismo tiempo se decide mantener el compromiso autoritario expandiendo cada vez más la zona de influencia de la Otan, sólo una solución militar al problema puede suministrar una salida. Terrible, desde luego, cualquiera sea el resultado al que se arribe.

En estos momentos el Pentágono y la alianza atlántica profundizan su envite hacia el Mar Negro y el Asia central. A través de ese mar la Unión Europea y Estados Unidos se ubican estratégicamente a las puertas del Asia central, los Balcanes y el Medio Oriente, proyectándose hacia el control de las fuentes de hidrocarburos más grandes del mundo y de las zonas de tránsito por las que el petróleo corre o puede correr.

Esto, ni que decir tiene, inquieta a Rusia, que ya dio una demostración de su nula disposición a seguir tolerando las provocaciones de la Otan en ocasión de su conflicto relámpago con Georgia, otro de los estados cuya independencia fue fomentada en una de las clásicas “revoluciones naranja” alentadas por Occidente para fragmentar el antiguo espacio soviético y acorralar a Rusia en sus últimas trincheras. La agitación antirrusa en los países que recibieron esa dudosa bendición democrática, sigue siendo alentada y se diseña ya un proyecto provocador en grado sumo, que será prácticamente imposible que Rusia pase por alto: la reivindicación de la península de Crimea como parte incorporada de lleno a la nación ucraniana, a pesar de la preponderancia de la población rusa en ese lugar, de la significación estratégica de la península y del peso simbólico que la fortaleza de Sebastopol reviste para el orgullo nacional ruso. Sebastopol es la base marítima más importante de Rusia en la zona, y asimismo el bastión que resistió los ataques de la coalición anglo-francesa a mediados del siglo XIX, determinada a vedar a Moscú el acceso a los Dardanelos, y fue escenario de una épica batalla durante la segunda guerra mundial.

Implosión

Pero la cuestión es si al Imperio le quedará aliento para mantener el compromiso que ha contraído consigo mismo. El propio Zbygniew Brzezinsky, mentor del proyecto dirigido a asentar el predominio global de Estados Unidos, está reposicionándose. Ahora alerta sobre la posibilidad de una agravación de los conflictos sociales en Estados Unidos. Las protestas populares en los países periféricos como consecuencia de la crisis alimentaria pueden alcanzar a las metrópolis, si se agrava el desempleo y la recesión se convierte en Depresión. Muchos dicen que estamos ya en ella.

Tal como vienen las cosas, el sistema capitalista está dando señales de implosión. Al menos, en lo referido a la primacía norteamericana dentro de este. Pero si el capitalismo norteamericano se hunde es difícil que lo haga sin arrastrar al resto del sistema en su caída.

¿Cuánto tiempo más podrá sostenerse el dólar como moneda de reserva? De hecho Rusia ha liquidado ya el 20 % de sus tenencias en esa divisa, y China da la impresión de querer deshacerse de cantidades considerables de esa moneda, vertiéndolas a la adquisición de alimentos y minerales, en previsión de los años de vacas flacas que se avecinan. Sube el precio del oro y los capitales que afluían a Wall Street desde Europa y Medio Oriente y que permitían sostener el déficit estadounidense, se están retrayendo.

Ante este panorama se hace incomprensible la corrida hacia el dólar que parece estar produciéndose en nuestro país. Los mecanismos psicológicos de los ahorristas argentinos parecen afectados por una suerte de reflejo pavloviano. Durante tanto tiempo se hizo del billete verde el gran fetiche ante el cual había que arrodillarse que ahora no parecen caer en la cuenta de que el navío al cual esperan subir hace agua.

La gravedad de la situación global debería inducirnos a reflexionar sobre la naturaleza de los problemas de fondo en que está implicado el mundo y que arrancan, cuando menos, de principios del siglo XX, cuando el modelo de acumulación y competencia imperialista precipitó al planeta en una ola de conflictividad que no cesa y que, esto es lo grave, está propiciando la posibilidad de un autoaniquilamiento general.

Empobrecimiento climático, hambre, guerras difusas en todo el mundo, migraciones, desempleo y amenaza de utilización del armamento nuclear exhiben todos los males de la agonía de la modernidad burguesa. Ante los riesgos del “capitalismo senil”, como lo llama Samir Amin, se debe abrir el espacio para la reflexión y la praxis orientadas hacia un horizonte poscapitalista en el cual entren a jugar antiguas hipótesis revolucionarias y las experiencias derivadas de estas. Contrariamente a lo que se afirmó después de la caída de la URSS, ni el capitalismo ha triunfado ni el socialismo ha muerto.

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