Esta ha sido una semana nutrida de acontecimientos espectaculares. Empezando por los zapatazos contra George W. Bush, siguiendo por la sanción parlamentaria a la reestatización de Aerolíneas Argentinas y culminando con la cumbre de presidentes latinoamericanos que se realizó en Bahía. La espectacularidad, a veces, puede ser asociada a una especie de parada, de gesticulación retórica, o implicar, en otras oportunidades, por la forma arrolladora en que un hecho irrumpe en escena, una carga significativa esencial. En esta ocasión creo que se trata más bien del segundo caso. Sobre todo si se examinan esos episodios en el marco de un universo en crisis.
La actitud del periodista iraquí Al Zaídi que arrojó sus mocasines a George Bush mientras le gritaba ¡Al Kalb! (perro), propinándole así el más mortal de los insultos que pueden proferirse en árabe, fue tratado por la prensa norteamericana como un episodio menor, útil en todo caso para poner de relieve la rapidez de los reflejos del presidente para esquivar los envíos. Pero ha generado una satisfacción profunda en el mundo árabe, donde menudearon las manifestaciones de apoyo callejeras a favor del periodista, cuya acción fue saludada por sunnitas y chiítas como un acto de coraje mayor. Cosa cierta: tras su arresto Al Zaídi desapareció de circulación y es más que posible que haya sido brutalmente torturado.
El descubrimiento de una conspiración en el seno del gobierno fantoche iraquí, dirigida a reconstituir el partido Baaz, es otro dato indicativo del tembladeral que los norteamericanos se aprestan a dejar tras de sí después de su retirada programada para el 2011. Treinta y cinco funcionarios del ministerio del Interior, incluidos cuatro generales, fueron arrestados en el curso de esta semana. El “arco de la crisis” que Estados Unidos y sus asociados británico e israelí se empeñan en establecer desde Egipto hasta el Asia central para garantizar sus propios intereses geoestratégicos, puede convertirse en un escenario absorbente y muy difícil de controlar.
En el plano nacional, el dato destacado de la semana fue el retorno al Estado de Aerolíneas Argentinas y Austral, sancionado por el Congreso. Es un hecho genéricamente auspicioso, pero connotado por dificultades que no consienten hacerse demasiadas ilusiones a corto plazo. Aerolíneas se erigió como el ejemplo más acabado del saqueo al patrimonio del Estado consumado por el menemato y por uno de sus más activos agentes, el por entonces ministro de Obras Públicas Roberto Dromi. La venta se realizó a través de una operación más que sospechosa: se cargó en el propio balance de la empresa privatizada la deuda contraída por el Estado español para comprarla, a cambio de la esperanza de inversiones que nunca se realizaron. El gobierno argentino no ejerció en ningún momento su derecho al veto, mientras la aerolínea de bandera era saqueada y, en la práctica, retirada del circuito de la competencia internacional. La estatal española Iberia, más adelante American Airlines y la privada Marsans, asimismo española, vaciaron la empresa, quitándole sus simuladores de vuelo y consintiendo que el 58 por ciento de su flota se convirtiera en chatarra, mientras se renunciaba a cubrir rutas internas esenciales para la comunicación de la República, aunque eventualmente no fueran rentables a nivel comercial. En el plano internacional se consintió (o se favoreció) que caducaran los convenios con otras empresas que permitían derivar pasajeros complementando las rutas propias con las de otras líneas extranjeras. Todo esto redundó en la emigración del pasaje, en el desprestigio del nombre Aerolíneas y en una reducción del tránsito de cabotaje que ha llegado al 40 % respecto del que existía antes de la privatización.
Se trata de un panorama poco alentador. En especial en un momento internacional como el actual, en el cual cabe presumir una disminución en el tránsito de pasajeros. Pero en apariencia no existía otra alternativa que la expropiación para salvar lo que queda y reconstruir la empresa para elevarla a los muy buenos niveles que tuviera en el pasado. Para lograr este fin mucho, si no todo, dependerá de la capacidad de gestión que la nueva administración pueda desplegar para reorganizar al personal y para allegar del Estado, del que la empresa vuelve a formar parte, una inversión que poco a poco permita ir reconstruyendo la estructura de la aerolínea, proveyéndola de los elementos técnicos que necesita y ampliando la flota en la medida de lo posible.
Pero, a mi entender, el episodio de veras de punta en estos días fue la cumbre latinoamericana del Grupo de Río, efectuada en Bahía, pues toca a un asunto de gran magnitud a nivel global. Como es la progresiva gestación de un bloque latinoamericano que pueda asumirse como una región diferenciada y provista de intereses peculiares, en un mundo cada vez más peligroso y donde si los hermanos no son unidos, “los devoran desde afuera”. Que Cuba haya estado presente por primera vez, que haya sido admitida en el grupo, que la reunión haya reclamado en forma unánime el fin del bloqueo a la isla, y sobre todo que Felipe Calderón, el mandatario mexicano que a priori podría ser considerado como el más conservador de los reunidos en Bahía, haya reivindicado la necesidad de que América latina cuente con un órgano representativo propio -esto es, una OEA sin Estados Unidos y Canadá-, son datos más que relevantes.
Esto es magnífico, pero no hay que olvidar las medidas prácticas que son necesarias para tornar activas las políticas preconizadas por los presidentes más radicales del cónclave: la creación del Banco del Sur, el emprendimiento de obras de infraestructura y por fin la formulación de una política de defensa común que atienda al resguardo de los bienes naturales (agua, petróleo, plataforma marítima). Para eso hay que fortificar unas instituciones armadas que en muchos casos se encuentran necesitadas no sólo de recursos sino también de planteamientos geopolíticos serios, que piensen a la región como un todo y que se desprendan del servilismo intelectual en que cayeran en décadas recientes, primero respecto de la guerra fría y luego del esquema globalizador de mercado elaborado por el primer mundo.
No es demasiado fácil operar este tipo de transformaciones, aunque la orientación general está dada. Se necesita cierta grandeza de miras para comprender que en América latina se da también, en alguna medida, una relación asimétrica entre sus partes. Los casos de Brasil con Ecuador, Bolivia y Paraguay, y el de Argentina con Uruguay, por ejemplo, son demostrativos de la necesidad de que las potencias mayores de Sudamérica se apeen de conductas que algunos podrían calificar como interesadas o negligentes, y que los malintencionados definirán de inmediato como subimperialistas.
En este terreno de consideraciones las secuelas de la oportunista posición del gobierno de Néstor Kirchner en ocasión del bloqueo a los puentes internacionales que unen al país con Uruguay, se pone ahora de manifiesto. El atropello al derecho internacional cometido por los piqueteros “paquetes” que cerraron las comunicaciones con el país hermano propósito de la presunta contaminación que causaría la papelera Botnia, fue el prólogo a la aparición en escena de la sedición “gauchócrata”, que sirvió de ariete para diseñar una tentativa de golpe institucional en ocasión del conflicto por las retenciones agrarias. Pero esa fanfarronada también infirió un daño considerable al proyecto del Mercosur y, consiguientemente, a las tendencias a la unificación latinoamericana. El rebote por Uruguay de la candidatura de Kirchner a la presidencia de la Unasur es una consecuencia lógica de aquel garrafal error. En sí mismo este rebote es un episodio menor, pero es un síntoma de lo delicados que son los primeros pasos que hay que dar para construir la unidad iberoamericana. Esperemos que la Providencia –y la capacidad de reconocer la realidad- nos iluminen.