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06
FEB
2024
Diputados se apresta a tratar el articulado de la Megaley.
Diputados se apresta a tratar el articulado de la Megaley.
Diputados da tratamiento en particular a la ley ómnibus. Esta ha perdido aire, pero su complejo articulado, que no ha sido conocido por la opinión en su totalidad, puede guardar muchas sorpresas. De ahí lo crítico de su abordaje en el Congreso.

Olla podrida llamaban los españoles al puchero o cocido, allá por el Siglo de Oro. La apelación no tenía nada de negativo, puesto que se refería la mezcla de vegetales, hortalizas y carne de cerdo, de vaca o de pollo con la que se confeccionaba un plato de fuerte valor nutritivo. “Después de Dios, la olla y lo demás bambolla”. Esa acepción, si bien no ha perdido vigencia, se ha visto inficionada por el peso que ha cobrado la palabra “podrido”; o sea, corrupto, putrefacto, echado a perder. De ahí que, entre nosotros, el término haya quedado en desuso. Los franceses lo tradujeron como “pot-au-feu” y luego como “popourri” para designar a un género musical que enhebraba una serie de fragmentos de canciones en una sola canción larga.

Y bien, el debate sobre el megaproyecto enviado al Congreso por el ejecutivo nacional se parece a un revuelto de todas estas acepciones con predominancia de la segunda, es decir, de la presencia de un fuerte olor a abombado a causa de los tejemanejes en que se ha visto envuelto el proyecto. Su aprobación en general, agónicamente conseguida por el oficialismo gracias a los buenos servicios de la oposición “blanda”, ha dejado al texto original muy deshilachado, con el agravante de que nadie sabe exactamente en qué consisten las modificaciones que se le introdujeron extramuros de la Legislatura, ya que parte de ellos se negoció en un departamento de la Recoleta.

Este desbarajuste debería tener un principio de resolución a partir de ahora, cuando se reinicia la sesión interrumpida el pasado viernes. La incógnita rodea a qué va a pasar con las reformas más peligrosas del proyecto. El tema de las privatizaciones, la coparticipación y sobre todo el del fondo de sustentabilidad, la movilidad jubilatoria y la concesión de facultades delegadas al presidente por un año o más, están entre los que más preocupan, aunque la maraña del articulado de las seiscientas y más leyes y decretos que comporta la macro cirugía que Javier Milei quiere aplicarle al país puede ser un terreno minado, sembrado de trampas que requerirán de un examen circunstanciado que no es precisamente lo que el presidente desea, urgido por la necesidad de cumplir con el FMI y de conseguir un instrumento que potencie sus facultades antes de que se le desinfle el apoyo que obtuvo en la elección.  

La personalidad de Milei es un factor de peso en el desarrollo de los acontecimientos. Los condiciona por su imprevisibilidad. No es que los fines últimos de su prédica y de su accionar sean un misterio. Más allá de la charlatanería del anarco-capitalismo, sus actos responden a las categorías neoliberales, como lo manifiesta el equipo de que se ha rodeado, de pura impronta macrista. A este ariete neoliberal, Milei le aporta su eventualmente fugaz arraigo popular y sus propias ínfulas personales, más el carácter estrambótico de su entorno íntimo, en el cual descuella su hermana Karina, extraño personaje del cual no conocemos ni la voz, pero que parece ser su fuente de inspiración y su sostén anímico. Este entorno parece estar cargado de una fuerte tensión afectiva, lo que no tiene porqué ser un factor de equilibrio precisamente.

La inestabilidad y la imprevisibilidad parece que van a ser los acompañantes de la gestión del nuevo mandatario. La viabilidad del cambio propuesto por el gobierno está chocando ya con la realidad: la gran manifestación popular de la pasada semana, más los disturbios generados por una provocación policial que parecería calculada para ensayar los métodos represivos de Patricia Bullrich, es un adelanto de lo que puede llegar a pasar después de marzo, cuando el ajuste apriete a pleno con la suba de tarifas, la eliminación parcial o total de los subsidios y una escalada inflacionaria que, al menos hasta ahora, no da señales de remitir. Y conste que aquí nos estamos refiriendo sólo a los factores que golpean inmediatamente al público y lo mueven a movilizarse. La devastación de la riqueza nacional que promete una aplicación desenfadada de la privatización del subsuelo, de las empresas del estado y la brutal inversión de la política externa que ha comenzado a aplicar el actual gobierno, quizá no sean receptadas en toda su gravedad por la opinión pública, pero equivalen a la promesa de una desintegración de la Argentina a corto o a mediano plazo.

Frente a este maremoto la resistencia no puede pasar por la mera declamación. Habrá que ganar la calle. No va a ocurrir de inmediato; primero tiene que precipitarse una crisis que empuje, convulsivamente y por razones específicas, no por consignas artificialmente agitadas, una protesta que, esperemos, no se limite a desahogar la rabia sino que busque una salida. Ahí entra el tema del mediador: un vector, una fuerza, un partido, un frente que pueda aglutinar consignas, interpretar la realidad tomando en cuenta los factores históricos que nos han llevado al lugar en el que estamos, y que sea capaz de no caer en las antinomias maniqueas de peronistas o radicales, “milicos” o civiles, izquierdas o derechas sino que pueda entender el fenómeno argentino como una peripecia ligada a una dependencia –económica y también cultural- que requiere de crítica y autocrítica. Para luego cohesionar una política nacional digna de ese nombre.

Lamentablemente las fuerzas políticas están muy desprestigiadas en el país, y su conducta en este mismo momento dista mucho de inspirar confianza. Con todo, como siempre en la vida, hay que arreglárselas con lo que hay, esperando que del movimiento de las cosas y de una voluntad reflexiva se vaya decantando una solución. Claro que hay episodios que resultan chocantes: la fuga de cuatro diputados tucumanos de Unión por la Patria conminados por el gobernador de su provincia para hacer rancho aparte y jugar el juego del gobierno, las vaguedades de los legisladores “blandos” –o cómplices- en torno a algunas definiciones fundamentales, como la cuestión de las facultades delegadas al presidente. Es norma que no se le rehúsen al jefe del ejecutivo cuando las pide después de asumir un mandato, pero Milei…, vamos, es un mono con navaja. O peor, con motosierra.

Por último, Daniel Scioli. ¿Qué bicho le picó al motonauta? Siempre prudente, un sí es no tibio, pero en última instancia obediente a la fuerza que lo contenía y con un excelente y dúctil desempeño como embajador en Brasil, de repente responde a un pedido del ministro del interior Guillermo Francos y asume como secretario de Turismo, Ambiente y Deporte del gobierno de Milei, que se ubica en las antípodas de las ideas de la fuerza a la que debía lealtad. No es una actitud estimulante para esa convocatoria a la que nos referíamos.

Pero, en fin, este partido recién empieza. Dadas las condiciones en que está el mundo y el grado de extravío que ostenta el sistema dominante en Argentina, se puede afirmar que de este match va a depender la permanencia o el eclipse de la República.

 

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