La política exterior argentina ha estado siempre tironeada entre una orientación cipaya y una orientación nacional. Esta última se encuentra condicionada por la insuficiencia de la voluntad política, hija de la debilidad e incapacidad para reconocer su rol, de los sectores que deberían componer la burguesía nacional. La primera, en cambio, encarnada en lo que se conoce como oligarquía, está determinada por su voluntad de asumirse como dependiente de los imperialismos y como correa de transmisión de sus intereses, lo que supone la ventaja que da el ser consciente de las metas que se propone y de los expedientes para alcanzarlas. Ambas tendencias, o castas, o como quiera llamárselas, como grupo carecieron y carecen de una real aspiración de grandeza y no se preocupan más que de su interés inmediato.
En el caso del sistema preponderante, el oligárquico financiero, henchido en el siglo XIX por la acumulación primitiva de la riqueza que le daba su control del puerto de Buenos Aires y luego por la feracidad de la pampa húmeda, se caracterizó por el servilismo hacia el imperio británico, que combinó con la mano dura en el plano interno. Tras las guerras civiles que remataron en una organización nacional coja, el aparato jurídico-securitario del sistema estuvo siempre presto para reprimir sin reparos las protestas y/o propuestas populares cuando estas rozaban sus sacrosantos intereses.
Las expresiones políticas que contradijeron esta tendencia –el radicalismo fue la más notoria- no intentaron cuestionar la matriz del sistema: buscaron –y no fue poca cosa- democratizarlo dando representatividad electoral a las clases populares, en especial a la clase media. Pero no fueron a la raíz del problema, que era poner de pie al país industrializándolo y adecuándolo para desempeñarse en un mundo en vertiginosa evolución.
Esta carencia dio lugar a nuestra experiencia bonapartista (que ya había tenido antecedentes en nuestra historia con Rosas y Roca) poniendo al ejército, con Perón, a ocupar vicariamente el papel que le competía a la burguesía. Perón llevó hasta donde pudo el proceso, pero cayó víctima de sus errores, pero sobre todo del odio que su pretensión generó entre los detentores del poder real y por la inmadurez de la clase media, que se tragó el discurso de la democracia formal y las grandes dosis de moralina que la clase dominante y los medios derraman cuando de denunciar la corrupción de los otros se trata. De la propia, que suele ser infinitamente más grande y que se filia a hechos mucho más graves, como son la entrega del patrimonio nacional y el robo descarado de divisas a través del contrabando y la timba financiera, no se ocupan.
Hoy estamos reviviendo esta historia circular, que se repite hasta el aburrimiento. Es un decir, porque no suele quedar margen para aburrirse cuando la necesidad aprieta.
El gobierno de Javier Milei ha desembarcado con un paquete de medidas espantosas, muchas de las cuales ya hemos enumerado en otras ocasiones. Sería bueno que no se las tomara a risa o se fuera escéptico a propósito de la posibilidad de llevarlas a cabo porque, más allá de las contradicciones entre el presidente y Mauricio Macri, y de las internas gubernamentales, el peso de las disposiciones del DNU y de la Ley Ómnibus es plúmbeo y amenaza la subsistencia de la Argentina. No cabe duda de la voluntad del círculo que rodea al presidente respecto de llevarlas adelante. Más allá de cualquier duda, Milei está poseído por los furores del iluminado. Cree poder imponer sus razones si actúa con decisión y rápido. La voluntad opositora no parecería por ahora estar predispuesta a rechazar la ofensiva de una manera contundente: hay probablemente un consenso difuso en esperar a que la batalla se trabe en el parlamento y a ver qué pasa en la calle antes de tomar posiciones. Pero ni siquiera esta posibilidad está segura, porque el ejecutivo apura sus pasos y aparentemente podría intentar pasar por encima de la legislatura aprovechando la pasajera pero todavía vigente inmunidad que le da su victoria electoral. Los decretos de “necesidad y urgencia” serían el instrumento para abrirse camino. Toda oposición sería barrida. Un ejemplo de esta capacidad resolutiva puede verse en el reacomodamiento en las fuerzas armadas que ha tenido lugar en estos días y que se asemeja a una verdadera purga: veinte generales han debido pasar a retiro con el nombramiento de un nuevo jefe del ejército y de un jefe del Estado Mayor Conjunto que sintonizarían mejor que sus predecesores no sólo con el gobierno de Milei sino con el de Estados Unidos.
La política exterior
El ejemplo más ruidoso de la prisa y la direccionalidad con que se mueven el nuevo jefe del Estado y el grupo que lo asesora y lo provee de cuadros –de filiación predominantemente macrista- se encuentra en el campo de la política exterior. El mundo en este momento se encuentra enzarzado en la polémica entre un poder unipolar en decadencia pero que se niega a soltar el timón (EE.UU., y sus socios europeos, algunos de ellos renuentes, pero en cualquier caso obedientes), y una serie de poderes emergentes –China, Rusia, Irán, India, Brasil, Arabia Saudita, Egipto, Sudáfrica y otros- que se agrupan en formaciones como el grupo de Shanghai o los BRICS.
Sea porque aún piensa ganar la partida, sea porque su economía necesita del anabólico de la guerra para sostenerse, sea porque percibe que si detiene la bicicleta lo único que le puede suceder es caerse, Washington no vacila en seguir provocando conflictos cuya responsabilidad atribuye a otros, valiéndose para ello de la coerción, la extorsión y el control de los oligopolios de la comunicación.
En este escenario Estados Unidos está más interesado que nunca en seguir ejerciendo el control de su patio trasero latinoamericano. Pero asimismo debe tomar en cuenta las tensiones de un mundo en trance. Ello da a los países del sur del hemisferio una oportunidad de oro para jugar a ser el fiel de la balanza y para hacer valer su presencia. Los gobiernos de Brasil, Venezuela y México son conscientes de esta oportunidad, como lo era el de Alberto Fernández. Esta ventana siempre se abre cuando existe una confrontación en las alturas, como ocurrió en ocasión de las guerras mundiales, sólo que por ahora el juego es más abierto y no se visualiza la posibilidad de un choque global inmediato. Aunque su eventualidad revolotee por ahí.
Lejos de emular la conducta de Lula, AMLO o Maduro, que buscan establecer alianzas que los fortifiquen frente a la presión imperialista, Milei y su canciller Diana Mondino desecharon cualquier posibilidad de hacer equilibrios y se volcaron, de la manera más estrepitosa posible, al sostén del bloque promotor de la globalización asimétrica y del mundo unipolar. La ministra Mondino proclamó sonoramente la ideologización de la política exterior argentina, sentenciando que: “Nuestra alianza es con las democracias liberales del mundo, Israel, Gran Bretaña, Canadá, Estados Unidos, Nueva Zelanda, Europa”.
Lo que es aún mucho peor, ambos determinaron la ruptura de nuestro país con el BRICS, al que acababa de ser invitado a formar parte, gracias en gran medida a los esfuerzos del presidente Lula. Todo aderezado además con las múltiples declaraciones, hilvanadas a lo largo de meses por Milei, a propósito del “comunismo” del mandatario brasileño y de calurosas expresiones de apoyo e identificación con Israel, que en este mismo momento se encuentra comprometido en una operación de limpieza étnica en Gaza, posible preludio para otra similar en Cisjordania no bien surja un pretexto para intentarla. Hasta Washington parece estar preocupado por el dinamismo agresivo del gobierno de Tel Aviv, pero esto no inmuta a nuestro presidente.
La insensatez de renunciar al BRICS no tiene parangón. ¿Qué gana la Argentina con semejante “volte-face” diplomático, aparte de la irritación y el desprecio del grupo ante el desaire? No gana absolutamente nada y pierde muchísimo. Hemos renunciado a una fuente de financiamiento barato y accesible, se priva al país de la posibilidad de aumentar el comercio en yuanes, nos alineamos con el bloque que tradicionalmente nos ha explotado y renunciamos a la posibilidad de fortalecernos formando parte del grupo de potencias que posee las mayores reservas energéticas del mundo, amén de una capacidad de desarrollo científico y tecnológico que no cede un tranco a la del bloque atlántico.
Si Argentina hubiese querido jugar la carta del BRICS sin perder la equidistancia respecto a Estados Unidos, le hubiera sido posible hacerlo. La India forma parte de los BRICS, pero sus intereses geoestratégicos no son rigurosamente los mismos que los de otros socios del grupo –hay graves diferencias con Pakistán y China, por ejemplo- lo cual no le impide formar parte de la agrupación para mejor cautelar los intereses que comparten entre todos. Lo mismo podría decirse de Arabia Saudita, el aliado de hierro de Estados Unidos en Medio Oriente, hoy aproximándose a la bestia negra de Washington, Irán, mientras el odio sectario entre sunitas y chiítas se modera en aras de una cooperación necesaria. Y qué decir de Turquía, que juega una difícil partida a cuatro manos con Ucrania, Rusia e Irán.
En el Palacio San Martín, sin embargo, en este momento parece que se ignora el principio básico de las relaciones exteriores: su polivalencia ideológica. Antes que las ideas y las doctrinas, cuentan los intereses estratégicos y los imperativos de la coyuntura. Argentina no tiene porqué ignorar que se encuentra en el hemisferio occidental y que a las relaciones con Estados Unidos debe prestárseles un máximo cuidado. Pero una cosa es ser cauteloso y otra manifestar su adhesión al sistema de una manera entusiasta que no le han solicitado y que exterioriza servilismo.
Nada de esto es casual. El núcleo que ha vuelto a tomar las riendas del gobierno en nuestro país, respaldado por el voto mayoritario, es la proyección del lado malo de la grieta que nos divide desde los orígenes. Con el agravante de que hoy no existe a nivel global la corriente imperial pujante como la que se aprestaba a dar vuelta el mundo en la primera mitad del siglo XIX, sino que se está en presencia de un poder en declive, empeñado en atar una hegemonía que revienta por todas sus costuras. Y aquí, en Argentina, para evaluar esta coyuntura, no queda ni siquiera la generación de los herederos de la oligarquía, sino que estos han sido reemplazados por una runfla de ignorantes o de mafiosos que ha ido creciendo en su seno y a la que no le importa un adarme el destino del país, de su integridad o su fragmentación.
Que en los comicios hayamos elegido esta opción cuando existía otra en sentido contrario, dice mucho y mal del momento por el que está pasando lo que podríamos llamar nuestra tonicidad histórica. Con todo, no cabe desesperar. El pueblo aprende más rápido que desaprende. Con Perón hubo una política exterior argentina digna de ese nombre. Se fundaba en el reconocimiento de la posición argentina en el mundo tomando en cuenta no sólo las grandes contradicciones mundiales sino el papel que potencialmente podía tener Argentina en ella si se la visualizaba como parte de un conjunto regional latinoamericano. Fueron los años del segundo ABC (Argentina, Brasil, Chile)[i], una iniciativa que no pasó de la tentativa y de la evaluación teórica ya que sus animadores, Juan Perón en Argentina, Getulio Vargas en Brasil y el general Carlos Ibáñez del Campo en Chile, no tuvieron oportunidad de concretar nada pues Vargas se suicidó en el 53 en protesta contra la conspiración político-mediática que lo expulsaba del poder, Perón fue derrocado en el 55, e Ibáñez, caído el peronismo en Argentina y apretado por una situación económica que no pudo revertir, dejó el gobierno sin volver a hablar del proyecto por falta de interlocutores…
En este momento las circunstancias globales son muy diferentes a las del 55. Las relaciones internacionales se transforman a pasos agigantados. El sistema-mundo presidido por Estados Unidos tiene diferencias internas a las que se pretende ignorar pero que son indisimulables: ¿hasta cuándo los europeos pueden fingir que no caen en la cuenta de que las voladuras del North Stream, los gasoductos rusos que abastecían a Alemania, no son otra cosa que un acto de sabotaje USA con el cual los obliga a abastecerse de gas licuado de origen estadounidense muchas veces más caro que el gas ruso? ¿Y hasta cuándo subsistirá la hegemonía del dólar cuando las potencias emergentes empiecen a intercambiar con otras divisas, como sucede ya con varios países petrolíferos? ¿Y qué sucederá cuando Rusia termine de redondear sus objetivos en Ucrania y ponga al descubierto los groseros errores de cálculo de la OTAN al pretender reducirla al estatus de una potencia de segundo orden? ¿Y qué pasará en el Mar de la China del Sur y en el estrecho de Bab el Mandeb y en el estrecho de Ormuz?[ii] ¿Y cómo evolucionará Egipto ante la creciente inestabilidad en el área, que incluye la limpieza étnica de Gaza practicada por el ejército israelí, los atentados del ISIS en Irán fogoneados por el Mossad y/o la CIA, y la creciente actividad bélica en el Líbano entre Hezbolá y la IDF?
Este es un mundo donde pululan los interrogantes, pero donde cada día se hace más evidente que el modelo basado en la financiarización de la economía tropieza con mayores resistencias. No puede ser de otro modo con un sistema basado en la híper concentración de la riqueza, la guerra, la extorsión económica, el desguace de los estados y la anarquía de derechas que reemplaza al orden natural por el orden de la tribu, de las maras y los cárteles de la droga, volcados a guerras intestinas que se convierten en un vórtice que atrae o paraliza a la sociedad toda.
En medio de este torbellino, los exponentes del viejo poder en Argentina, lejos de buscar soluciones que ayuden al país a pararse sobre sus pies, optan por seguir plegándose a las normas del sistema y seguir dócilmente sus indicaciones, aunque estas sólo prometan pobreza y aumento de la disolución social, alejándonos al mismo tiempo de los socios regionales y globales que podrían proveer de sustento a las alas de la nación. No se puede saber cuánto tiempo durará la atonía del pueblo ante esta situación. Pero será mejor que no tarde mucho. La ola criminal que sacude a Rosario puede ser un anticipo de las secuelas delictivas que pueden enhebrarse a partir de la destrucción de los lazos sociales que es consecuencia de las políticas de la anomia y el desprecio.
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[i] El primero, el único jurídicamente válido, fue refrendado en 1915, a menos de un año de comenzar la primera guerra mundial, y estaba dirigido a reforzar la no agresión y la cooperación entre los tres países.
[ii] China está siendo amenazada por el AUKUS (Australia, United Kingdom, United States) conformado para frenar su expansión comercial configurando un cerrojo sobre sus vías de tránsito marítimo hacia Europa, África y América. El imperialismo inglés, y el norteamericano después, siempre tuvieron muy en cuenta el valor de los pasos marítimos –sean estrechos o islas estratégicamente situadas- para aposentarse en ellos y desde allí vigilar, abrir o clausurar el tráfico de mercancías o flotas. Los casos de Gibraltar, Suez, Panamá, Diego García, Ascensión y… las Malvinas, están ahí para recordárnoslo.