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22
NOV
2023

Elecciones: el eclipse de la memoria histórica

El país está en peligro. El triunfo de la Libertad Avanza amenaza las ya de por sí frágiles defensas que protegen la soberanía y hace planear la sombra de la represión sobre la protesta social.

Confieso que la derrota de Unión por la Patria, por el abrumador margen que ha tenido, me resultó una fea sorpresa. Tendía a suponer que Sergio Massa ganaría el balotaje, o que, en el caso de ser derrotado, lo sería por un estrecho margen. No fue así. Javier Milei barrió en casi todo el país y se apresta a abordar desde la presidencia un programa de corte radicalmente reaccionario, entroncado con todo lo peor que le ha pasado a la Argentina desde 1955 a esta parte. Y lo hace armado con la legitimación que le da una abrumadora votación popular.

¿Qué hay detrás de este desastre?

En el plano inmediato, la floja gestión del gobierno de los Fernández, recorrida por los juegos de masacre en los que se especializa el kirchnerismo y, del lado de la presidencia de Alberto, por una timidez ejecutiva a la hora de enmendar las pésimas costumbres de la “casta” (apropiémonos del término acuñado por el neo-presidente Milei) empresarial y financiera, de los medios y de parte de la justicia. Esto no significa que no debamos valorar la contribución del actual gobierno a la recuperación nacional luego de la devastación neoliberal practicada por Mauricio Macri. Se recuperaron YPF, Aerolíneas, se construyó el gasoducto, se potenció Vaca Muerta y se fortalecieron los aportes a la tecnología, la salud, la educación y la ciencia. Pero no fue suficiente frente a la aplastante herencia recibida, al peso de la deuda criminal de U$S 45.000 millones, contraída por Macri y su pandilla para llenar el enorme hueco dejado por su timba financiera y cumplir con sus cómplices. A ello se añadieron el castigo de la pandemia y la obligada recesión que esta impuso y, para rematar, los 25.000 millones de dólares que costó al país la sequía más grande de que tengamos memoria. A lo que se debe sumar el flagelo de una inflación determinada por la combinación de estos factores, fogoneados por maniobras especulativas y golpes de mercado.

La responsabilidad por estos reveses no es atribuible al gobierno que hoy recorre sus últimas jornadas. Esto no obstó para que el público le pasara la cuenta en las elecciones, cuyo resultado nos arroja, como sociedad, al vacío. Pues todos conocemos las propuestas de Milei, que no son otras que las que le propone el deus ex machina que lo respalda, el funesto Mauricio Macri, quien con una jugada de titiritero se ha constituido en su mentor y lo dotará de un equipo de expertos listo para repetir la experiencia de 2015-2019, solo que esta vez sin subterfugios, a gran velocidad y predispuesto a recurrir a la violencia para reprimir sin piedad la protesta social que seguramente la aplicación de la “motosierra” va a generar en los sectores más desfavorecidos. Desvalorización, recorte o anulación de subsidios, subidas de precios, despidos masivos en la administración, liberación de importaciones, privatización de jubilaciones, desguace del estado a través de su reforma y de la venta de sus empresas, incluida YPF; cierre del Banco Central, destrucción de la salud pública, desindustrialización y desempleo van a ser los expedientes que el “libertino”[i] se apresta a descargar sobre el país. Sus declaraciones son explícitas: “no hay lugar para el gradualismo”, dice.

Que se pueda votar a quien vocea estas enormidades suscita sorpresa. La psicología de masas es un terreno difícil de sondear, sobre todo cuando se está en una situación de extrema pobreza, de cansancio existencial inducido por la lucha infructuosa para pasar de un nivel social bajo a otro más alto, y de una incultura desparramada impunemente por unos medios de comunicación de masa descontrolados y que sólo reconocen la ley de la maximización de beneficio.

En el caso de Milei su éxito, paradójicamente, pudo en parte haber procedido de la bastedad y desprolijidad de su discurso, e incluso de su pobre demostración en el debate con Sergio Massa, quien prácticamente lo dio vuelta en un par de oportunidades. Pero cuando un individuo aparentemente desvalido se mide con un contrincante que le es intelectualmente superior, suele suscitar simpatía entre los espectadores que padecen, ellos sí, de veras la condición de sumergidos, desprotegidos y desarmados. De manera que al triunfador ostensible en esa justa oratoria, Massa, quizá “las lanzas se le volvieron cañas”.

Las razones de la derrota del domingo, sin embargo, van mucho más lejos. El mundo está cambiando vertiginosamente y la Argentina con él, sólo que hasta ahora no parecemos haber cobrado conciencia de la magnitud de esos cambios y de cómo impactan en el tejido social. O mejor dicho, sí hemos caído en la cuenta de ello, pero no acerca de la forma en la cual encarar el fenómeno. La clase trabajadora organizada se está disgregando bajo el impacto de la automación y del achicamiento de la necesidad de la mano de obra, así como de su dispersión determinada por el trabajo larocéntrico, hogareño, facilitado por la instantaneidad de la comunicación a distancia, que impulsa a una disociación e individualización del empleo. Esa muchedumbre de seres desconectados y carentes de seguridad en la permanencia de su fuente de subsistencia, cuyos ingresos precarios están roídos por la inflación, están políticamente a la deriva. Están “uberizados”. Son poco solidarios y se sienten propensos a identificarse con el discurso del “sálvese quien pueda”, al que pueden camuflar con el verso de la “meritocracia”.

El discurso único de los medios, suministrado a través de una aparentemente caótica oferta informativa y de esparcimiento, contribuye a extraviarlos y los hace propensos a seguir a un flautista de Hamelin, quienquiera que sea, que les ofrezca certidumbres fuertes. La palabra “cambio” los seduce porque el presente es insoportable, aunque ese cambio no sea tal, sino el regreso a una receta probada varias veces en el pasado con resultados siempre catastróficos.

Volver al pasado, tal como lo preconizan Milei y Macri, es volver a Menem y Cavallo; y al mismo Macri, por supuesto, en el ejercicio 2015-2019. No es un expediente aconsejable. Los que han votado con inocencia al propalador de la necesidad de un ajuste feroz no saben lo que se viene.

¿Pero hasta qué punto la inocencia no puede ser también culpable? ¿Cómo se explica que se aplauda a quien no ofrece más que castigo y reniega de los atributos fundamentales de la soberanía nacional: la facultad de acuñar dinero y la existencia de un estado capaz de custodiar la riqueza del país, que se compone de sus recursos y su población? En vez de esto tendremos a un gestor que en nombre del mercado libre abre las puertas a todos quienes quieran hacer negocios. Y en los negocios que se dirimen entre fuerzas muy desiguales los que salen ganando son siempre los de afuera, que son más fuertes, a menos de que exista un estado capaz de arbitrar el trámite. Cuando este no existe, el saqueo es la consecuencia obligada de este tipo de negociación, que de negociación no tiene nada salvo para el que abre el cerrojo desde dentro y facilita el ingreso del tropel invasor, cobrando una gruesa comisión por el servicio. En buen romance, esto se llamó siempre traición a la patria.

 ¿Se puede hablar de un extravío de la memoria histórica ante el resultado de las elecciones del pasado domingo? Creo que sí. El voto a Milei provino en gran parte de los radicales de Juntos por el Cambio. Pero ¿cómo pueden votar a Milei si este no se cansa de denostar a Irigoyen y usa la palabra “radical” como un insulto? Aquí la animadversión residual contra el peronismo ha jugado su papel, como lo ha hecho en muchos sectores de clase media. Otro caso que llama poderosamente la atención y que deberá ser cuidadosamente revisado cuando las fuerzas que componen el frente nacional o pueden ser afiliadas a él ensayen la profunda autocrítica que el resultado de las elecciones impone, es el de las Fuerzas Armadas. Aunque el dato está referido tan solo a la Antártida, sorprende que en ese lugar tan significativo para el sentir patriótico el voto del personal allí destacado fuera abrumadoramente favorable a Milei: 90,52 por ciento contra 9,42. Nuevamente, el asombro: ¿cómo puede un militar dar su sufragio a una fuerza política cuya nominada ministra de relaciones exteriores habla de reconocer el derecho a la autodeterminación de los kelpers, lo que equivaldría a renunciar a la soberanía en Malvinas?

El desconcierto ha calado hondo en la Argentina. La predisposición cainita a destruir al hermano o a desconocer su identidad como ser humano y social, lleva a la pérdida de la perspectiva. El horizonte se esfuma. En su lugar queda la lista de agravios que nos hemos inferido mutuamente. Así vinimos a parar a la actual situación, donde nos encontramos retrogradando en un mundo que, a diferencia nuestra, cambia de veras. Como hemos señalado en otras ocasiones, la Argentina se encuentra, en la coyuntura global, a punto de ingresar a un círculo virtuoso del que podría extraer grandes provechos. La demanda de nuestros productos está a punto de dispararse y eso podría asegurar el desarrollo integral de nuestras posibilidades. En lugar de esto, lamentablemente, las elecciones del domingo han entronizado a fuerzas que representan todo lo contrario y que se esforzarán por remeter al país en un molde en el que ya no cabe, porque ha perimido hace un siglo. Si en esa operación con fórceps empleados a la inversa se derrama sangre al hacerla, el futuro se anuncia tenebroso. Y las declaraciones de Javier Milei y de Mauricio Macri sobre las modalidades de la represión a la casi segura protesta social, no anuncian nada bueno al respecto.

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[i] Me resisto a calificar como libertario a Milei. Ese nombre era enarbolado por el anarquismo romántico de principios del siglo XX, que arremetía contra el capital con bombas y pistolas. Aunque su función fue históricamente contradictoria y en ocasiones negativa en grado sumo, tenía un aura de generosidad y de sacrificio individual que nada tiene que ver con la complicidad que La Libertad Avanza observa respecto de las fuerzas empresariales y oligárquicas. LLA se corresponde con los policías de Martínez Anido que se dedicaban a cazar anarquistas en la Barcelona de los años 20, y para nada con Durruti o Ascaso.

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