Las épocas se replican. Hasta cierto punto, claro está. La guerra que ha estallado en Ucrania remeda de cierta manera algunos aspectos de la época de la segunda guerra mundial. Desde luego que a otra escala. Esta, sin embargo, con ser muy menor respecto a aquella, contiene los ingredientes de una conflagración que abarca, potencialmente, al mundo entero. Pero incluso en su actual nivel está produciendo remezones que indican con claridad la caducidad de un modelo de mundo –el mismo en el que se ha vivido desde hace unos 80 años para acá- cuya crisis, se desarrolle esta gradual o espasmódicamente, está pronosticando ya un cambio de estatus de contornos revolucionarios. Similar al que se produjo después de las guerras mundiales.
En el juego de trampas, engaños y conspiraciones que la OTAN (es decir, Estados Unidos) ha venido realizando contra Rusia desde la implosión de la URSS, la utilización de Ucrania como caballo de Troya para promover la desintegración de ese país y su reducción a las condiciones de una potencia menor, ha ocupado la mente de los estrategas del Pentágono y de los “think tanks” que diseñan la política internacional norteamericana a largo plazo. Contaron para conseguir sus fines con la asistencia de una casta oligárquica neocapitalista ucraniana, con el activismo nacionalista que se remite a la figura de Stepán Bandera, jefe de un movimiento de tintes antisemitas, antipolaco y antirruso, colaboracionista de la ocupación germana en 1941-1944 y que cometió innumerables estragos durante la invasión nazi a la URSS; y, por supuesto, también con la desconfianza que Rusia despierta en los países de Europa oriental, obligados a formar parte, en su hora, del glacis defensivo montado por Stalin frente a occidente.
La hostilidad occidental contra Rusia terminó empujando a esta a una reacción militar cuando vio que su última línea de seguridad estaba a punto de ser traspasada. Occidente insinuaba ya sus propósitos de sumar a Ucrania a la Unión Europea y tal vez también a la OTAN. Así las cosas, el Kremlin primero recuperó Crimea y luego lanzó la invasión de Ucrania para reintegrar a los territorios ucranianos de mayoría ruso parlante, sometidos a una brutal presión de parte de Kiev. Este segundo movimiento tenía en su fondo la esperanza de que la operación produjera el hundimiento casi automático del gobierno de Volodomir Zelensky. Esta expectativa no tuvo fortuna: los extremistas filo-nazis enquistados en el régimen de Kiev y el apoyo desaforado que la alianza atlántica prestó a Ucrania, sumados al hecho de que los rusos no querían enredarse en una guerra de Vietnam propia, contuvo la “operación especial” dentro de un marco que, en este momento, tras el fracaso de la “contraofensiva” ucraniana, tal vez daría ya la oportunidad para tantear las posibilidades de una paz precaria.
Esas posibles conversaciones están, sin embargo, obstaculizadas por la cerrada negativa de Kiev y sobre todo de Washington a realizarlas a menos que Rusia ponga sobre la mesa su retiro de los territorios ocupados y que ya han sido incorporados, referéndum mediante, a la Federación Rusa. Una cosa semejante equivaldría a una rendición para Moscú, que la situación en el campo de batalla no justifica en absoluto. Y por supuesto causaría un terremoto político en el interior de Rusia que daría a Washington justamente el premio que ha estado buscando.
Por otra parte es imposible saber si Rusia no cultiva un deseo de futura expansión hacia el oeste. Si no para reconstituir el colchón de estados asociados de la época de la guerra fría (cosa evidentemente imposible) sí para al menos garantizarse el control de toda la costa del Mar Negro y de la Transnistria, región moldava con un fuerte núcleo rusoparlante.
Lo realmente doloroso –y también indignante- es la forma en que la alianza atlántica manipula al pueblo ucraniano y a sus autoridades, aunque estas sean plenamente cómplices de este engaño. Estamos frente a una guerra que Ucrania no puede ganar, que le está costando bajas terribles y que la dejará con sus infraestructuras devastadas y con la población reducida en gran proporción como consecuencia de los desplazamientos, la emigración y las pérdidas sufridas en combate. Uno de los teorizadores de la supremacía norteamericana tras el derrumbe de la URSS, George Soros, decía en 1993 que la alianza atlántica debía atraer a los países del ex bloque socialista oriental para que el peso de su abundante población, unida a las capacidades tecnológicas de occidente, pudieran potenciar las capacidades militares del bloque atlántico liderado por Estados Unidos, “reduciendo así el riesgo de que llegasen demasiadas “body bags” (bolsas para cadáveres) a los países de la OTAN”; esto es, achicando el riesgo psicológico que existiría allí en el caso de una guerra eventual con Rusia.[i]
Y bien, treinta años después, esas apreciaciones del magnate, especulador y… filántropo húngaro-estadounidense cobran un sentido oprimente. Las “body bags” no viajan hacia occidente –todavía- pero los cadáveres ucranianos se amontonan. La hipocresía y el cinismo de los líderes de la UE la OTAN no tienen parangón. Movilizan, incitan y arman a los ucranianos, hacen bailar ante sus ojos la sortija del ingreso a la comunidad europea; les exigen, en términos muy poco velados, eficacia en sus operaciones militares, y al mismo tiempo hacen depender ese acceso a los organismos europeos de su victoria en el campo de operaciones. Pues de hacer lo contrario antes de una paz que les convenga sería integrar a Ucrania en la OTAN con el riesgo de quedar involucrados directamente en la guerra. El coste podría ser altísimo, pues los rusos no bromean. ¿Entonces? Solo resta actuar como el “batallón de empujadores”, del regimiento “animémonos y vayan” como decía con sorna don Arturo Jauretche refiriéndose a la junta consultiva “democrática” que aplaudía los fusilamientos realizados en Argentina por militares contra otros militares y varios civiles en junio de 1956. El propósito de Washington (o al menos el de su actual administración) es seguir con la guerra y las sanciones hasta doblegar a Rusia a través del casus belli que le han fabricado mediante Ucrania.
Allá por los años 30 los británicos y los franceses deseaban que Alemania jugase hasta cierto punto ese mismo papel. El problema era que Alemania era Alemania, no Ucrania, y que los alemanes estaban encabezados por Adolf Hitler, cuyos motivos y pulsiones multiplicaban el dinamismo expansivo de su país convirtiéndolo en una amenaza para el estatus quo europeo. El Führer no se acomodaba al papel que hubieran querido hacerle jugar, obviamente… A Volodomir Zelensky, por el contrario, apenas le queda la posibilidad de aferrarse a los cordeles de los que pende como una patética marioneta.
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[i] Scott Ritter: “Requiem for a NATO’S nightmare”, consortiumnews.com, julio 31, 2023.