El panorama mundial, durante décadas caracterizado por la superioridad de una potencia cuasi hegemónica, Estados Unidos, está experimentando cambios de fondo que apuntan a trastrocar o a poner en tela de juicio a esas relaciones de fuerza. Nuestro país, que no es una entidad aislada sino que forma parte del escenario universal, se ve tocado por ese proceso de cambio. Este ofrece oportunidades inéditas para buscar una inserción más cómoda y provechosa que permita a Argentina escapar de las limitaciones que le ha impuesto su historia, marcada por la dependencia y sobre todo por la dificultad de liberarse del abrazo constrictor que resulta de la coalición del imperialismo con una “burguesía compradora” que no se preocupa de los intereses generales de la nación sino más bien de su propio beneficio. Esta lucha ha sido trabajosa y, hasta aquí, no ha terminado de cuajar en un salto cualitativo. Después de mil y una peripecias, algunas terribles, en la actualidad estamos frente a un panorama a la vez prometedor y muy frustrante. Sobre todo porque en el proceso de cambio que está viviendo el mundo se nos ofrecen muchas oportunidades para salir del impasse, si los estamentos dirigentes o que al menos están en condiciones de acceder al poder, son racionales, patriotas y coherentes respecto de las reglas básicas que deben regir la economía, la política social, la defensa, la educación, las reservas naturales y la salud pública.
Si miramos alrededor, sin embargo, el alma se cae a los pies. ¿Qué es esto, por Dios? De la oposición al actual gobierno ni hablemos. Está en la cerrazón gorila del 55, con el agravante de que ni siquiera disimula sus pésimas intenciones: mano dura, represión, más privatizaciones o reprivatizaciones; privilegio a las opciones extractivas sin control estatal, “reforma” laboral tendiente a recortar derechos trabajosamente ganados y, planeando por encima de todo, un resentimiento social propio de los estamentos privilegiados -o que se imaginan tales- contra todo lo que se supone huele a “populismo”, a “negrada” o a pobreza.
Una demostración de cómo estos propósitos y sentimientos pueden articularse en el futuro lo da la represión desatada en Jujuy contra docentes, sindicalistas y representantes de los campesinos agraviados por las políticas opresivas o expropiatorias del gobierno de Gerardo Morales. Aparentemente, después de los disturbios el gobernador dio marcha atrás en los artículos más polémicos de una reforma constitucional aprobada entre gallos y medianoche por la legislatura provincial y que hacían a la propiedad de tierras ricas en litio, amén de limitar el derecho a la protesta callejera en un ámbito castigado por desajustes sociales y por la vigencia de sueldos de hambre para el personal docente.
No vamos a opinar acerca de los tecnicismos que cabe tejer en torno al litio. No conocemos nada salvo las generalidades que están en los medios y que subrayan su importancia como el “oro blanco”. Es decir, como equivalente del “oro negro”, el petróleo, combustible determinante para la evolución global durante el siglo XX y también en el presente. Pero sí creo que es oportuno señalar que en torno a esta riqueza mineral debería regir el principio del privilegio del Estado nacional respecto a toda reserva estratégica. Es decir, que habría que nacionalizarla, tal y como lo ha hecho en México su presidente, Andrés Manuel López Obrador.
Este mineral liviano, fácil de comprimir y almacenar, es clave para el desarrollo tecnológico de este siglo. Es esencial para la fabricación de sistemas de almacenamiento de energía más eficientes y limpios y todo indica que será el elemento principal para la transición global hacia una economía menos dependiente de los combustibles fósiles. Celulares, notebooks, autos eléctricos, y desde luego una infinidad de aplicaciones en las industrias aeroespacial y aeronáutica, además de muchas más que ya están encontrando empleo en el campo de la medicina, dan la pauta de la significación que revestirá este elemento en el próximo futuro.
Ahora bien, la reforma constitucional que abordó estas delicadas materias y que fue aprobada casi a escondidas de la opinión pública, fue sancionada con el voto favorable tanto de radicales como de justicialistas. Esta coincidencia se asemeja a un contubernio. Es más, es un contubernio, expresivo de la naturaleza “feudal” que tanto place a los partidos antiperonistas atribuir a su enemigo, pero que encuentra en el gobierno del radical Gerardo Morales en Jujuy quizá su expresión más consumada. Poder judicial alineado, policía brava, complicidades políticas y corrupción brindan una imagen inquietante. Más aún si el nombre del gobernador Morales suena como una de las opciones más probables para integrar el segundo término de una de las fórmulas que podría resultar de las internas de Juntos para el Cambio para competir en las elecciones a la presidencia de la nación.
La participación justicialista en la sanción de la reforma constitucional en Jujuy es un escándalo, que ha motivado que el presidente Alberto Fernández haya decidido la intervención al PJ de esa provincia, acompañado en esta ocasión por el apoyo de la vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, enfrentada a muerte (es un decir) con el primer magistrado. Lo cual sin embargo nos lleva al que quizá es el mayor escándalo político argentino en estos años, la disputa a cara de perro de los dos exponentes máximos del gobierno nacional. Escándalo no porque haya involucrada en esta pelea algo turbio referido a intereses crematísticos, sino porque en esa grieta dentro de uno de los principales bandos de la política argentina viene a expresarse una mezquindad, una cortedad de miras y una incapacidad para acceder a una conciencia nacional superadora que es un auténtico desastre, pues puede vedarnos la comprensión y la capacidad para aprovechar esta coyuntura internacional a la que hacíamos referencia al principio de esta nota.
Ya en un artículo reciente (“Más de lo mismo”, del 29 de mayo) tocamos el tema, que ha sido objeto de consideración en otras oportunidades en esta columna, por otra parte. El problema está en el carácter verticalista del movimiento y de las heridas que vienen de los 70 y no se han subsanado todavía. Pero sin adentrarnos demasiado en el pasado y atendiendo a antecedentes más próximos, las invocaciones a la unidad y las exigencias de una fórmula salida “por consenso” del que fuera el Frente de Todos y que ahora se llama Unión por la Patria, suenan a una tergiversación monumental. Resulta que las PASO, que fueran lanzadas por el kirchnerismo como el instrumento para democratizar la vida interna de los partidos, cuando no prometen una salida segura para el gusto de la jefa del movimiento son una amenaza a la unidad... Pues parecería que el bloqueo de una candidatura que no place a Cristina –como es la de Daniel Scioli- podría ser una amenaza aún mayor a este proclamado deseo unitario, pues podría terminar en una fractura o en una retracción de una parte de los votantes a la hora de los comicios, que sería doblemente peligrosa. Scioli ya hubo de enfrentarse a una suerte de sabotaje interno en ocasión de las elecciones del 2015 y evidentemente ha quedado herido por la serie de zancadillas y desaires que su buena parte tuvieron en la victoria que obtuvo Mauricio Macri en los comicios de ese año. De ahí que se retobe y se aferre a su derecho a dirimir su suerte en las primarias. En cuanto a la apelación a la justicia sobre el piso de representación para la minoría, sobre la cual especuló Aníbal Fernández[i] y en torno a la cual Máximo Kirchner desató un escándalo y emitió un comunicado insultante, conviene recordar que se trataría de una apelación a la justicia electoral presidida por el Dr. Ramos Padilla en la provincia de Buenos Aires y de la Dra. Servini de Cubría en el ámbito nacional. Lo que no es lo mismo que recurrir al “partido judicial” encarnado en Comodoro Py y la Corte Suprema.
Habría cabido esperar que el muestreo en Jujuy de lo que nos ofrecen para el próximo futuro los adalides de la libertad de mercado hubiera inducido a la moderación a los “jóvenes viejos” que pilotean la Cámpora y hubieran avivado los reflejos, siempre alertas, de Cristina, para no ingresar desarticulados a la contienda electoral. La resolución de los intendentes del conurbano de no permitir que Scioli figure en sus listas pareció sin embargo sentenciar el conflicto. Máximo Kirchner parecía haber impuesto su criterio, que exigía a Scioli para admitir la candidatura de su fracción tener completa la lista de avales de todos los partidos que conforman Unión por la Patria y reunir en plazo perentorio a todos los candidatos necesarios en los 135 partidos bonaerenses. Misión imposible, a menos que desde la cúspide descendiera una palabra inapelable. Y bien, tal vez eso haya ocurrido, pues al cierre de esta nota, según La Política on line, el kirchnerismo ha aceptado facilitar a Daniel Scioli los avales que necesita para ser candidato. Seis partidos mayoritarios del Frente Unión por la Patria (Partido Justicialista, Frente Renovador, Frente Grande, Kolina, Partido para la Victoria y Nuevo Encuentro) decidieron ceder avales al embajador argentino en Brasil para que pueda avanzar con su candidatura.
En buena hora. Porque este país de las oportunidades perdidas no está en condiciones de perder otra más.
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------
[i] El ministro de Seguridad es apoderado de la lista de Daniel Scioli.