A medida que nos adentramos en la era posmoderna, más borrosos se hacen los límites entre la realidad y lo que podemos conocer de ella. Unos organismos absolutamente ajenos a cualquier determinación democrática –la Comisión Trilateral, el FMI, el Banco Mundial, el grupo Bildelberg y una serie de quién sabe qué otras constelaciones que escapan a nuestra mirada-, dictaminan las líneas generales de la economía para el mundo globalizado y asimismo mueven a los políticos que responden a sus órdenes en los centros de poder más ejecutivos del mundo. La potencia que se arroga el carácter de democrática por antonomasia, Estados Unidos, está manejada por una oligarquía absolutamente inficionada por esas fuerzas; y los medios de comunicación, en general, responden con una aquiescencia abrumadora a una interpretación del mundo que no es sino la que se origina en esos centros anónimos del poder. La población, el pueblo llano, vive bajo este paraguas de mentiras y medias verdades y, aunque muchos sospechan el carácter fraudulento de esta pseudo democracia, no están en condiciones de reaccionar activamente para romper este cerco impalpable y elástico.
En estas condiciones no tiene nada de raro que los servicios de inteligencia se estén convirtiendo en actores primarios en el escenario mundial y en los propulsores de iniciativas riesgosas en el ámbito internacional, que pueden definir líneas de acción política y militar de gran significación y que, por su carácter secreto e incontrolable, pueden resultar irresponsables o suicidas. Es desagradable reconocerlo, pero, en este contexto, las teorías conspirativas de la historia tienden a ganar prestigio y a convertirse en un tenue hilo rojo que avanza y se pierde en un maremágnum donde pocas cosas son lo que parecen.
El ataque a Mumbai y el súbito acrecentamiento de las tensiones que este golpe ha significado entre dos estados tradicionalmente contrapuestos, la India y Pakistán, es un campanazo de alarma acerca de este tipo de evolución, cada vez más imprecisa y cada vez más peligrosa. En este enfrentamiento, Estados Unidos se ha decantado por la India en forma inequívoca: espera que el presidente paquistaní corrobore de forma concreta su ofrecimiento de ayuda para esclarecer lo que su país pueda haber tenido que ver con el golpe terrorista. La organización a la que India y Estados Unidos señalan como responsable de los ataques, Lashkar-e-Taiba, tiene sus campos de entrenamiento en zonas tribales de Pakistán y se aduce que cuenta con el respaldo del ISI, sigla inglesa bajo la cual es conocido el servicio de inteligencia paquistaní, el Inter Service Intelligence.
Barack Obama, ha enfatizado la necesidad de desplazar el esfuerzo militar de Estados Unidos de Irak a Afganistán. En este último país las organizaciones de la resistencia fundamentalista están estrechamente ligadas al ISI, que fue criatura de la CIA, así como, en su hora, también lo fueran los Talibanes, Al Qaida y los mujaiddines afganos… ¿Qué puede haber entonces detrás de este acto de brutalidad y el súbito incremento de la tensión entre países como la India y Pakistán, que en los últimos tiempos parecían estar acercándose a una resolución negociada de sus diferencias?
Hay un par de hipótesis posibles, contrapuestas entre sí. Uno: ¿Encuentra Estados Unidos poco confiable al ejército paquistaní a la hora en que Washington apunta a reforzar su pretensión hegemónica en el Asia central y por lo tanto busca generar situaciones en las cuales algunos de sus sectores más radicales se caven la tumba? ¿Quiere agigantar el espectro del terrorismo musulmán para preparar a la opinión pública a una intervención más desaforada todavía en Oriente? ¿Desea terminar con un estado nuclear que corre el riesgo de convertirse en una espina en el costado, aunque sea a costa de un choque peligrosísimo con su vecino indio? ¿La gente del complejo militar-industrial y los barones de las finanzas de Wall Street, están reaccionando ante los síntomas de derrumbe del mercado internacional, apostando a un caos en el cual los expedientes militares se hagan cada vez más necesarios para conservar la preponderancia?
Dos: Quizá el intríngulis no sea tan maquiavélico. Y que lo que haya sea simplemente un nuevo fenómeno salido de la Caja de Pandora que los estadounidenses fabricaron durante el período de su lucha contra los soviéticos en Afganistán. Tanto los fundamentalistas como el ISI, poblado por personeros del sector más radical del ejército paquistaní, con conexiones con el comercio de la droga y el tráfico de armas, fueron cultivados por Estados Unidos durante muchos años. Esto creó nexos profundos entre el ISI y esos grupos. La exigencia norteamericana de que el ejército paquistaní combata ahora a los Talibanes en el límite con Afganistán puede impulsar a sectores del aparato de inteligencia paquistaní a rebelarse y a generar incidentes con la India como forma de obligar a desplazar los efectivos del ejército desde el límite norte con Afganistán, hacia la frontera sur con la India, lo que anularía el apoyo paquistaní al proyecto norteamericano respecto de Afganistán. Ahora bien, cualquier proceso de estas características arriesgaría la guerra con la India, derrocaría al débil gobierno civil paquistaní, que intenta colaborar con Estados Unidos, y abriría la puerta a la posibilidad de una hecatombe nuclear.
¡Qué lío!, se dirá. Y sí, es un lío. Un lío en el cual no se puede discernir la verdad de la mentira y donde todo vale. Esto es lo que nos ha dejado la crisis de valores precipitada por el fracaso de la utopía solidaria y laica del socialismo, en sus mejores variantes. En su lugar tenemos una continua concentración del poder en manos anónimas, y un constante incremento de reacciones irresponsables y suicidas a situaciones que se perciben como injustas, pero frente a las cuales no se dispone de instrumento racional alguno para reemplazar al poder que las origina.
Que estemos evaluando la posibilidad de una guerra nuclear, aun localizada, como consecuencia de las maniobras conspirativas de un hato de provocadores, es un dato escalofriante. Incluso da un poco de vergüenza sacar a relucir estos argumentos, que se asemejan a la política ficción de las múltiples variantes del cine catástrofe que nos han inundado en las últimas décadas. Pero se dice que “la vida imita al arte”. Esta no es una ocurrencia caprichosa. Implica sencillamente que el arte, con su sensibilidad de sismógrafo, suele percibir los temblores subterráneos antes de que estos afloren a la superficie. En fin, el que viva, verá.