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21
MAY
2023
Vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Cristina Fernández dejó definitivamente en claro que no se postulará como precandidata presidencial.

Finalmente, Cristina Kirchner definió su postura respecto de su candidatura a la próxima elección presidencial: renunció a ella sin posibilidad alguna de equívoco. Durante mucho tiempo –demasiado- había estado jugando con la ambigüedad implícita que había en su proclamada voluntad de no presentarse y simultáneamente dejar correr el operativo Clamor por la reelección, montado por sus partidarios, que en días recientes había tocado picos muy altos y que se presumía alcanzaría su ápice en el acto previsto para el 25 de mayo. No se pueden conocer exactamente los motivos de ese juego de sube y baja: tal vez el gusto por el suspenso y el hecho de que este permitía a Cristina seguir concentrando el interés de los militantes más enfervorizados sobre su persona, reforzando así su preeminencia en el movimiento, mientras medía el grado de aceptación o rechazo en otras zonas del electorado que se sintieron conmovidas por el intento de asesinato perpetrado en su contra.

La resolución a quemarropa de la Corte Suprema en el sentido de suspender las elecciones en Tucumán y San Juan ante la presentación de una cautelar cuando faltaban apenas cuatro días para que se realizaran estas, acabó con las especulaciones: se hizo evidente que el supremo tribunal, que hace rato se ha asumido como el martillo del sistema y campeón del “lawfare”, se aprestaba a ejercer idéntica maniobra en el caso de las próximas elecciones nacionales. Usando el pretexto de las sentencias no firmes todavía contra la vicepresidenta por las causas de Vialidad y Hotesur, a pocos días de la realización de los comicios presidenciales una resolución similar podía dejar al Frente de Todos descabezado e inerme frente a sus adversarios.

La candidatura de Cristina era muy poco viable desde un primer momento; es por esto que hay que preguntarse porqué se insistió tanto, más allá de las especulaciones tácticas de la vicepresidenta, en mantenerla vigente, no sólo de parte de los militantes jóvenes de La Cámpora y otras organizaciones, sino también por representantes avezados en política como puede ser el diputado Eduardo Valdés, que hace unos días proclamaba por televisión su absoluta certidumbre de que Cristina iba a ser candidata a la presidencia. Hay una especie de infantilismo, de propensión a sentirse perdidos sin la mano tutelar de una Autoridad máxima, que es muy característica del peronismo. Todos los movimientos populares o populistas, por la naturaleza aluvional de su composición, tienen necesidad de una conducción fuerte, sea paterna o materna, para sentir ordenadas sus filas. Esto puede ayudar al surgimiento de rebeliones e intrigas intestinas. Estas, si bien son connaturales a la política, no son precisamente aconsejables en momentos en que se dirimen instancias extremas, cuando el resultado de una elección decisiva pende en la balanza. Los próximos comicios presidenciales tienen este carácter.

Más allá de que el Frente de Todos todavía no haya definido un programa, lo que es seguro es la naturaleza regresiva del que enarbola Juntos por el Cambio, la coalición opositora. Aunque Javier Milei y su otro yo, José Luis Espert, no pertenezcan plenamente a ella, sus puntos de vista expresan brutalmente y sin cortapisas las metas del programa profundo del establishment: recorte de salarios y jubilaciones, reforma laboral, recorte o anulación de los programas asistenciales, regreso a las AFJP, desnacionalización de las empresas que el Estado ha recuperado en la actual gestión, como YPF, eventual dolarización de la moneda, abandono de cualquier intento de regular al mercado, gatillo fácil para las fuerzas del orden, posible licencia para que los civiles puedan armarse sin trabas y, por supuesto, aunque no figure en sus temas de fachada, regreso al alineamiento automático con Estados Unidos en materia de política exterior. Esto último acompañado por la continuación del estado de obsolescencia o inexistencia del equipamiento de las fuerzas armadas, a las que se orientaría, según los deseos del Comando Sur, al combate contra el narcotráfico.[i]

Es un auténtico programa para la dependencia, sobre el cual no se hace ningún misterio. Al contrario, tanto Milei como Espert y Patricia Bullrich –no hablemos de Mauricio Macri- lo vocean en cuanta oportunidad encuentran.

Que este proyecto se publicite y cuente con la posibilidad de un aval importante y tal vez mayoritario en las urnas es indicio de lo debilitado y extraviado que se encuentra el movimiento nacional a la hora de comunicar un mensaje que sostenga los postulados de la justicia social, la libertad política y la soberanía.

La Argentina se enfrenta, por estos años, a una encrucijada que es quizá la peor de las que tuvo soportar en todo un siglo. Pues en los últimos 70 años nos tocó pasar por golpes de estado, una contrarrevolución sangrienta, políticas represivas, accesos de turbulencia que se transformaron en una guerra civil larvada, atentados, asesinatos, desapariciones masivas, extravíos de la política exterior y hasta una derrota militar en Malvinas. Sin embargo, siempre permaneció intacto cierto orgullo nacional y cierta certidumbre mayoritaria acerca de la posibilidad de dar vuelta las tornas. La derrota en el Atlántico Sur, que se quiso transformar en un paño mortuorio para los sueños de grandeza que nutría el país, fue asumida por la inmensa mayoría de nuestro pueblo como un capítulo honorable en la defensa de nuestra patria. Y esta disposición resistente se vio siempre en las compulsas electorales. Hasta 2015 sólo con las proscripciones, los golpes de estado o con una traición flagrante (Carlos Menem en 1989) pudo la antinación controlar las palancas del poder: en cualquier situación donde hubiese comicios libres y cierta honestidad en las propuestas, las tendencias regresivas que buscaban perpetuar el estatus quo fueron derrotadas. En el 2015 las pequeñeces y disputas del Frente para la Victoria le robaron el suelo bajo los pies a su candidato Daniel Scioli; eso consintió el primer triunfo de la derecha neoliberal en el campo de la compulsa electoral; tras su derrota debido a su horrorosa gestión 15-19, que nos ató a una deuda impagable, la vuelta del peronismo al gobierno encabezando la variopinta alianza del Frente de Todos vino a matizar y frenar un poco la decadencia, pero ya sin poder detenerla. La deuda, la pandemia, el talón de hierro del FMI, la peor sequía en un siglo y sobre todo la persistencia de las disputas intestinas en el FdT, que prolongaban las de FpV, remataron en una crisis en la cúpula del gobierno a la que ahora se busca remedio a través de… ¿qué? ¿Unas PASO? ¿Una fórmula de consenso?

Estamos a tres meses de las PASO y a cinco de las generales. No sólo hay que definir una fórmula sino, sobre todo, elaborar un programa que sea creíble y proponga no unos paños tibios sino una propuesta factible pero audaz y a cuyo cumplimiento los candidatos se comprometan de manera explícita y taxativa. No es tarea fácil, sobre todo si se toma en cuenta el descreimiento de gran parte de la masa electoral, y sobre todo la bronca y el escepticismo de los sectores menos ilustrados de la misma, a los que un outsider como Milei puede seducir con su estilo desmelenado y sus simplificaciones criminales. El caso es que, como dice la vicepresidenta (que entiende seguir  jugando un papel determinante en la política de su agrupación), en esta ocasión se tratará de una elección en tres planos, donde lo más importante no será tanto ganar como estar en el balotaje para dirimir una segunda vuelta.

Se vienen unos meses muy movidos. De cómo se los salve y de la eficacia en comunicar una propuesta de salida –acompañada de medidas de emergencia concretas que palíen la inflación y traigan un alivio a la pobreza- dependerá mucho del resultado de las próximas elecciones, pero nada de eso podrá reemplazar un programa de ruptura con el modelo actual y la fijación de un nuevo proyecto geoestratégico a desarrollar con coherencia y constancia. Lo cual supondrá un camino en el cual la lucha será “cruel y mucha”. Pero si la  Argentina quiere tener un futuro, no tendrá otro remedio que recorrerlo.

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[i] Quizás nos tirarían algunos cazas F-16 para endulzar el trago y salvar las apariencias. Pero no hay que hacerse muchas ilusiones.

 

 

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