Aún no he visto “Argentina 1985”. De modo que no puedo establecer comparaciones entre el filme nacional candidato a la mejor película extranjera en la habitual gala de Hollywood, y el que se llevó la presea del Oscar el pasado domingo. Pero sí vi al filme galardonado, y en consecuencia me permitiré hacer algunas consideraciones sobre el mismo. Leí en su momento la novela de Erich María Remarque de la que el filme de Edward Berger toma el título, y también tuve ocasión de ver el filme que Lewis Milestone le dedicó en 1930, que también se llevó uno de los primeros premios Oscar y además catapultó a la novela (que ya había tenido gran resonancia en Alemania y Estados Unidos), a todo el mundo. La película de Milestone se atuvo al original y lo revirtió al lenguaje cinematográfico con una eficacia sensacional, que aprovechaba todos los recursos que el lenguaje fílmico había hallado hasta entonces, combinándolo con un uso extraordinariamente eficaz del sonoro, que en ese momento estaba dando sus primeros pasos. A partir de allí el éxito de la novela se transformó en planetario.
La película de Berger que ahora ganó todos los premios a los que había sido propuesta, salvo el de mejor filme del año (cosa que no es de extrañar pues se trató de una película de habla no inglesa) sin duda muestra una destreza estilística poco común: la fotografía, el montaje, el sonido, la dirección artística son de una solidez a toda prueba, y las interpretaciones también.
El filme de Berger intensifica el mensaje pacifista y lo expande a una dimensión política que no estaba presente en la novela. Yo no tengo inconveniente en aceptar la irrupción de generalizaciones históricas en un relato ficcional si estas son sólidas; después de todo, ni “Guerra y Paz” ni “Los Miserables” serían lo que son sin los largos y densos capítulos que Tolstoi y Hugo dedican las cuestiones estratégicas, filosóficas y puntualmente históricas que les interesaban. Los puristas podrán decir que se trató de “errores”, pero eso equivale a sostener que dos de las piezas mayores de la literatura universal son el fruto de una monumental equivocación técnica.
Ahora bien, en el caso del filme que comentamos no cabe hablar de nada de esto. Las derivaciones de carácter político-histórico que introduce el guion son superficiales, no tienen verosimilitud y no sólo falsean la naturaleza de los hechos que describen, sino que determinan una brusca salida de registro en el tono que informaba a la pieza. Representan además una traición a la obra original e incluso a su primera versión cinematográfica.
Erich María Remarque vivió una experiencia en el frente sumamente breve, menos de un mes, antes de caer gravemente herido. El resto del conflicto lo pasó de hospital en hospital, donde conoció a decenas de camaradas. Fue con sus relatos que recabó muchas de las anécdotas que puntearían su libro. Esto es legítimo y no anula la significación de su testimonio, fundado en su propio sufrimiento y en el de los compañeros que lo ilustraron con los suyos, pero dio pasto a los ataques de la extrema derecha y de la extrema izquierda contra el escritor. Nazis y comunistas detestaron la novela, a la que tacharon de pacifista, derrotista, desideologizada y antirrevolucionaria, según fuera la óptica del opinante. Para colmo Remarque aparentemente tenía tendencia a fantasear con su propia vida y se inventó durante su convalecencia, dicen, una condecoración –la cruz de hierro de primera clase- que nunca recibió. Más pasto para las fieras…
Pero volvamos a la película, que es aquí lo que cuenta. El director Berger no es muy feliz en su reconstrucción de la pugna entre militares y civiles a la hora de firmar el armisticio. Incurre en la tontería de lo políticamente correcto y nos muestra a un general prusiano de pocas pulgas (un personaje ficticio con el que quizá se quiere aludir a Ludendorff) que se enfrenta al político del Centro católico Mathias Erzberger –este sí un personaje real. El general acaba ordenando un ataque en el sector de la línea del frente que él defiende para los últimos minutos anteriores al cese el fuego.
Se trata de un hecho ficticio, que quizá toma su inspiración en la orden del estado mayor de la Armada alemana de salir al encuentro de la flota británica para librar un postrer combate que “salvase el honor”, directiva efectivamente emitida por esos mismos días. La orden fue boicoteada por los marineros, que se rebelaron, apresaron a sus oficiales, tomaron Kiel y dieron comienzo a la revolución alemana de noviembre de 1918. En el frente terrestre no se dio ninguna circunstancia parecida, y de haber existido una directiva en ese sentido el destino de los mandos se hubiera parecido al de los jefes zaristas, cuando quisieron oponerse a la disgregación del ejército ruso a mediados de 1917: el paredón o la fuga. El horno ya no estaba para bollos y la única manera de evitar el aplastamiento total era firmar una paz infame, que alimentaría a las “redomas del furor” de las que saldría el nazismo. Es verdad que los mandos y los sectores nacionalistas aprovecharían la ocasión para endosarle a los políticos la vergüenza de la rendición, pero tampoco hay que olvidar que esos políticos habían acompañado (incluido Erzberger, que un par de años después sería asesinado por un comando de derechas) las iniciativas del gobierno del káiser y votado devotamente todos los presupuestos de guerra.
Pero la cuestión no es tanto la infidelidad a la historia fáctica como la infidelidad a la verosimilitud dramática. Se supone que la obra representa una meditación acongojada sobre el destino de las jóvenes generaciones arrojadas a la masacre explotando su ingenuidad y su cándido respeto hacia sus mayores. El tono, por lo tanto, debía ser elegíaco, aunque estuviera punteado por rasgos de humor y por momentos de horror. En la novela y en la primera versión de la película, esta tesitura estaba bien ilustrada por la frase o por la imagen finales que cerraban el relato. En la novela, cito aproximativamente, se dice algo así como: “Cayó en un día de octubre tan silencioso y tranquilo que el estado mayor limitó su comunicado a una sola frase: Sin novedad en el frente del Oeste (Im Westen nichts neues)”. En la película de Milestone, Paul Baumer, el protagonista, está observando una bella mariposa frente a la trinchera y cuando se asoma apenas sobre el parapeto para recogerla recibe el balazo de un francotirador. El último fotograma es el de la mano exánime tendida hacia el insecto.
¡Qué economía de medios! ¡Y qué intensidad poética que se consigue con ella!
El libro de Remarque se ciñe a una descripción sobria, realista y precisa de lo que se narra y busca transmitir con lenguaje sencillo el desperdicio y la insensatez que supone la locura de la guerra. No es tal vez una pieza literaria egregia, al estilo de las de Ernst Jünger, pero llena a la perfección su cometido. De ahí probablemente su popularidad: dos millones de ejemplares vendidos en el primer año de su aparición no era poca cosa para entonces, ni lo serían ahora.
En la película de Edward Berger, en cambio, el director se inclina más bien a una visión a lo Otto Dix de la guerra. Lo cual debería suponer un elogio. Pero ocurre que, cualesquiera sean los métodos a que apela para gritar el horror, el filme los sobreactúa y, lo que es mucho peor, introduce una secuencia final a gran orquesta donde la muerte del héroe del relato se convierte en una contradicción respecto de lo que proclama el título, “sin novedad en el frente”. Esos cinco minutos finales son un disparate narrativo, introducido probablemente por la desconfianza del director respecto a la capacidad del público para percibir la superioridad que a veces hay en la sugerencia antes que en la exhibición. Para ir sobre seguro frente a un espectador que supone ahíto de matanzas, el director lo intoxica más y precipita una orgía de ferocidades justo en el final de la película. No queda nada del elegíaco cierre tanto de la novela como del filme de Milestone. Lástima.
Esto dicho, debe aclararse que le película de Berger merece ser vista por su matemática producción, por su espléndida fotografía, por su recreación de época, por la precisión de la dirección artística, que no deja pasar nada, por la atención al detalle con que restituye uniformes y armamentos, y por la música y la banda sonora que golpea con una cadencia fatal los pasos del relato.
“Sin novedad en el frente”, Alemania 2022. Director: Edward Berger. Guión: Edward Berger, Ian Stockell, Leslie Paterson, basado en la novela del mismo nombre de Erich María Remarque. Fotografía: James Friend. Montaje: Sven Budelmann. Música: Volker Bertelmann. Vestuario: Lisy Christl. Diseño de producción: Christian Goldbeck. Intérpretes: Felix Kammerer, Albrecht Schuch, Daniel Brühl y otros.