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17
FEB
2023
La realidad de mundo actual es compleja y variable. En consecuencia requiere de un esfuerzo de interpretación y reinterpretación constante.

La política mundial tiene múltiples frentes, y todos están activos. En la actualidad presenciamos el duelo entre Estados Unidos y Rusia que tiene lugar en Ucrania bajo la forma de una guerra por procuración y del cual la semana próxima tendremos el primer aniversario. Es, sin lugar a dudas, el factor más cargado de potencialidades explosivas del panorama internacional. Pero este fenómeno está ligado a un litigio global donde presenciamos la refriega entre el modelo capitalista neoliberal, capitaneado por Washington y Londres, modelo vigente, quieras que no, en los países de la Unión Europea, Latinoamérica y el arco periférico del escenario del Indopacífico; y el de un conglomerado de potencias asociadas por lazos muy flexibles cuya cabeza es China, cuyo sistema económico, si bien no evade la caracterización de capitalista, lo es de una manera muy distinta a la que rige en occidente. Sea por el hecho de haber pasado por la etapa maoísta, sea por las milenarias tradiciones culturales de China o, con toda probabilidad, por una combinación de ambas causas, el capitalismo chino está muy lejos de constituirse en la bestia desenfrenada que respira en el fondo del modelo occidental. El estado chino capitanea y controla los negocios, se sustenta sobre una base de disciplina social y partidaria y, en consecuencia, es mucho más dueño de sus actos que su homólogo norteamericano, cuya oligarquía bipartidaria reacciona a veces epilépticamente a las incitaciones y reclamos del capital privado y resulta, por lo tanto, mucho más imprevisible.

El objetivo del sistema estadunidense fue, al día siguiente de la caída de la URSS, instalar la hegemonía global norteamericana. Del mundo bipolar se había de pasar al unipolar. En el espacio de los 30 años transcurridos desde entonces se ha revelado que esa pretensión era excesiva. Se multiplicaron las intervenciones, se violó un sinnúmero de leyes internacionales y se iniciaron guerras; se impusieron embargos y se llevaron a cabo políticas de acoso (de las cuales la más flagrante es la que desembocó en la actual guerra en Ucrania), sin que el objetivo anhelado se conquistara. Antes al contrario: si bien los daños infligidos a los pueblos a los que se ha querido y se quiere meter en el corral, han sido terribles, paralelamente se han estrechado los lazos entre Rusia y China hasta conformar ese temible bloque euroasiático que la geopolítica de Halford Mackinder profetizaba como el Heartland llamado a dominar el mundo.

Dejando de lado las especulaciones a veces un poco metafísicas de esa disciplina, lo que sí es evidente es que está en vías de constituirse una asociación libre de naciones que no responden al modelo cultural individualista de occidente o que lo receptan filtrado por su propio tamiz. China, India, Irán, los países árabes y por fin Rusia, cuya pertenencia a Europa y raigal vinculación a su cultura es hoy rechazada y burlada por unas potencias que están renunciando precisamente a su rol de tales para convertirse en seguidores serviles del “amigo americano”.[i]

En su reciente periplo por algunas capitales de la Unión Europea el presidente ucraniano Volodomir Zelenski fue objeto de homenajes y tributos en absoluto correspondientes a la escasa estatura política e intelectual de este cómico metido a presidente por una de esas carambolas en las que suelen ser pródigos los estados fallidos. Incluso se ha querido exhibirlo en la Berlinale, el festival cinematográfico alemán, tal vez para compensar las encuestas que en Italia denotaron un rechazo del público que montó al 75 % ante la posibilidad de que el dudoso líder en atuendo de fajina apareciese en el festival de San Remo…

Bien, esto son zarandajas, tonterías, aunque ilustrativas de cómo anda el mundo. Es decir, de una manera no muy distinta a como lo describía Discépolo, cuando juntaba a la Biblia con el calefón.

Vidriera de la crisis mundial

La cuestión más urgente en este momento pasa por lo puede ocurrir en las próximas semanas y meses en Ucrania. Ucrania es como la vidriera la crisis global que describíamos antes. La OTAN –vale decir, Estados Unidos- persiste en implementar su plan maestro de ataque a Rusia forzándola a salir de sus fronteras a través de una política de provocaciones que la obligue a enredarse en un conflicto armado que la debilite, la desprestigie y eventualmente la lleve a una implosión y una fragmentación interna similar o parecida al que se produjo después de la retirada soviética de Afganistán. Este es el primer paso que permitiría aproximarse con cierto grado de confianza a la confrontación mayor que, para los planificadores del Pentágono y de la corporación Rand[ii], debe librarse contra China. Como hemos visto, sin embargo, desde la época del informe de Paul Wolfowitz, quien pergeñó el paper, y de las teorizaciones en el mismo sentido de Zbygniew Brzezinski, que definieron el curso de la política exterior norteamericana, las cosas han cambiado mucho. Rusia se ha visto forzada a salir, es cierto, pero al hacerlo ha dado fin a la expansión subrepticia e impune de occidente y ha puesto las cosas en un terreno sin retorno. Se consolidó la alianza con China, se fortalecieron las relaciones con Irán, y Moscú volvió a asomarse al medio oriente, bloqueando la ofensiva jihadista, turca y norteamericana contra Siria. Las operaciones militares en Ucrania no fueron todo lo brillantes que se preveía, pero Rusia reaccionó bien a las sanciones económicas y a los embargos, mientras que la economía europea se descuajeringó, comenzó a desindustrializarse y perdió la provisión de gas ruso barato que era una de las cartas que le permitían mantener un nivel de vida muy aceptable para su población.

Estados Unidos está de parabienes ante el eclipse de un socio como la UE, que es también un competidor; pero el precio a pagar por el daño que le ha inferido a ese socio, contrafuerte de la estabilidad occidental, puede ser muy alto e introducir un factor de desequilibrio en una vecindad peligrosa. Todo lo cual puede terminar obligando a Estados Unidos a involucrarse en la trampa que él mismo ha montado para el enemigo ruso.

De modo que los interrogantes acerca de lo que puede pasar en los próximos meses en Europa del este se han convertido, una vez más, en la cuestión caliente. No soy un especialista en asuntos militares, pero, de arriesgar una hipótesis, me animaría a pronosticar que Putin va a tratar muy pronto de cerrar el conflicto a través de una solución bélica que implique la ocupación de la faja costera sobre el Mar Negro, tomando Odesa y llegando a la frontera rumano-moldava. Sin embargo, por estos mismos días el gobierno francés ha emitido un recomendación urgente a sus ciudadanos que se encuentran en Bielorrusia para que abandonen el país (por vía terrestre preferiblemente). El gobierno norteamericano ha dado la misma recomendación a los suyos. Lo cual está indicando que en las capitales de alianza atlántica se evalúa la posibilidad de que puede producirse también un nuevo intento ruso contra Kiev, esta vez con una radicalidad y una furia muy superiores al tanteo que se realizara hace un año.         

Si la OTAN continúa siendo el comodín de Washington y refuerza su presencia militar en Ucrania para contrabatir las acciones rusas (se verifiquen éstas donde quiera que sea) se abriría un escenario dramático que puede incendiar a Europa, y no sólo a la oriental.

Cambio y catástrofe

El mundo se encuentra transcurriendo una etapa de cambios que tienden a hacerse cada vez más profundos. Muchas veces se ha indicado la pertinencia de la frase de Gramsci en el sentido de nos encontramos entre un sistema que se resiste a morir y otro que es incapaz de nacer. Diríase que en estos momentos asistimos a otra vuelta de tuerca al problema, tal vez superadora. Se está verificando un proceso de transición en el cual se propone un cambio de modelo y una alteración radical en las relaciones de fuerza entre las potencias: del mundo bipolar pasamos por un breve momento a un planeta unipolar o que aparentemente estaba en vías de serlo, y ahora presenciamos la floración de una pluralidad de potencias, de signos culturales o confesionales disímiles, que obligará a una redefinición del equilibrio.

Es evidente que el sistema imperialista del capitalismo financiero, rentístico, improductivo y belicista, que concentra la riqueza a niveles inverosímiles y deja fuera de sus beneficios a la gran mayoría del género humano, no es sustentable si no es través de la fuerza. En consecuencia debe ser cambiado para solventar un problema objetivo: el de la supervivencia del planeta tierra. La caducidad del modelo actual es como la de una fruta podrida que debe caer del árbol. La necesidad de su reemplazo se pone día a día más evidencia con el carácter terminal de la crisis que estamos viviendo. El cambio climático, las migraciones masivas que el sistema rechaza y fomenta a la vez porque necesita aumentar y abaratar la fuerza de trabajo en sociedades donde la natalidad se deprime; las intervenciones militares que no cesan y el riesgo siempre presente de una escalada nuclear, conforman un panorama insoportable.

El capitalismo neoliberal tuvo su auge con los “reagonomics” y el thatcherismo, y tocó el cielo con las manos cuando se hundió la Unión Soviética. Muchos creyeron en aquel momento que “la historia se había terminado” y que se abría la era de la “pax americana”, que había de durar quién sabe cuántos años. Y bien, no fue así. Suponer que el cambio va a ser simple o va a ser pacífico, sería hacerse ilusiones. Nunca en la historia las transiciones fueron fáciles. No hay ninguna razón para suponer que esta vaya a serlo.                                                                                                     

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[i] Días pasados la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyden, confortaba a Volodomir Zelenski enfatizando que Ucrania es Europa y pertenece a Europa. Era una manera de decir que Rusia no lo es y que no goza de ese estatus de pertenencia.

 

[ii] Aunque se lo ha explicado otras veces, no está de más reiterar que la corporación RAND (Research and Development) es un “think tank” supuestamente privado que agrupa a especialistas y analistas de alto nivel especializados en temas de defensa, informática, inteligencia artificial y otros muchos rubros, sustentado por el Departamento de Defensa y otros departamentos del gobierno de Estados Unidos, y que se encarga de diseñar las líneas de fuerza de la política exterior y militar de ese país.

 

 

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