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17
NOV
2022

La retirada de Jerson y los interrogantes que plantea

Artillería rusa dispara contra posiciones ucranianas.
Artillería rusa dispara contra posiciones ucranianas.
La evolución de las operaciones está poniendo de manifiesto la necesidad de Rusia en el sentido de revisar y poner en valor las líneas maestras de su pasado próximo.

Sin contar con informaciones precisas sobre personajes, tendencias, entornos y circunstancias de lo que acontece en el escenario donde se dirime el conflicto entre Ucrania y Rusia, especular sobre lo que sucede alrededor de la retirada rusa de Jerson es aventurado. Pero es imposible dejar de hacerlo, a título tentativo, para al menos no  someternos completamente inermes a las operaciones psicológicas que distinguen a esta y a todas las guerras en la era de medios de comunicación de masa, redes sociales y proliferación de fake news por la que estamos pasando.

Ante todo hay que reconocer que no todo es información tergiversada. La retirada rusa, aunque no tenga las características catastróficas que se le quisiera prestar, es una retirada, que no favorece un eventual avance moscovita hacia Odesa y que deja a una parte del territorio recientemente reincorporado a Rusia, tras un referéndum,  otra vez en manos de las autoridades de Kiev; es decir, de la OTAN.

Esto dicho, y admitiendo que un revés es un revés, hay que preguntarse sobre qué es lo que se denomina éxito y sobre cuáles son las razones por las cuales la guerra contra Ucrania o contra el ente gubernamental que en la actualidad inviste la titularidad de ese país, esté saliendo tan poco de acuerdo con los objetivos que en una primera instancia parecía se había fijado el Kremlin.

En primer lugar uno tendería a poner en tela de juicio los argumentos de algunos observadores pro-rusos afincados en el oeste de Europa, que toman en cuenta dos diversas categorías polemológicas: una, la occidental, que pondría el acento en la acción pura y en el triunfo rápido, y la otra, oriental, que optaría por esperar, a actuar sin actuar, incluso en situaciones de guerra abierta, a través la evaluación de los múltiples componentes que se entrecruzan y que exceden la situación en el campo de batalla para medirse a la escala de la región, de un continente e incluso del planeta. Alguno de estos analistas llega a referir estas visiones a la contraposición que Lev Tolstoi realiza  en “Guerra y Paz” entre Napoleón y Kutuzov.[i]

En realidad, la segunda perspectiva habita a las dos partes que dirimen el actual conflicto. Sólo que cada una deduce una consecuencia distinta respecto a la política que le corresponde aplicar si atiende a su situación en el escenario. Occidente experimenta la crisis paroxística del capitalismo salvaje, descentrado o mejor dicho descerebrado, que genera un sistema invivible. Las fuerzas anónimas y en consecuencia irresponsables del mercado generan una crisis de sobreacumulación y de concentración de la riqueza en un sistema que se siente condenado y que en consecuencia se apresura no sabemos si hacia el abismo al que lo llama su propia naturaleza o hacia un intento final por imponer, a través de la guerra (económica, comunicacional y militar), una globalización autoritaria que dure mil años, como el Reich soñado por Hitler. Lo que probablemente vendría a redundar en lo mismo, en un desastre a mediano plazo.

Del otro lado tenemos a varias sociedades, algunas muy potentes, que no desean ser arrastradas y subsumidas por ese vértigo y en consecuencia tratan de resistirlo.

El problema, sin embargo, es cómo se lo hace. A estar por la evolución del conflicto ruso-ucraniano, la inventiva, recursos, habilidad, rapidez, falta de escrúpulos y capacidad para mover el abanico de factores que distinguen a la guerra híbrida que se practica en el presente, el bando capitaneado por Estados  Unidos lleva ventaja. Un importante analista militar ruso, Konstantin Sivkov, apuntó tiempo atrás que Occidente se considera en guerra con Rusia.[ii] Ha montado toda la gama de expedientes económicos que le son posibles para inferirle daño, sin preocuparse de las contramedidas rusas (que hasta el momento se han revelado  tímidas e ineficaces) ni de los problemas que  el rebote de sus mismas acciones están comenzando a provocar en su propio suelo, con el encarecimiento de la energía, la inflación y las primeras expresiones callejeras de descontento.

En otra contribución, televisiva esa vez, Sivkov señaló la necesidad de un cambio drástico, que él refiere a la industria del armamento, pero que no es difícil asociar a un proceso de reestructuración social que vaya más lejos todavía. “Nuestro sistema económico actual de mercado no es apto para satisfacer las necesidades de nuestras fuerzas armadas y de todo el país en estas condiciones”, dijo. Solicitó un “sistema de socialismo militar” para abastecer a las fuerzas armadas en las condiciones actuales y en las que se prevén para el futuro. [iii]

El fondo de la cuestión

Hasta donde se puede percibir, sin embargo, en el Kremlin y en los sectores de la élite rusa lo que parece haber es una negación del pasado comunista, sin un intento de revisarlo críticamente, comprendiendo que, más allá de sus crímenes y errores, supuso el cambio estructural más grande que había vivido el planeta desde hacía por lo menos dos siglos a esa parte. La derrota de la Alemania nazi, la revolución colonial y la emergencia de China como superpotencia, más una modificación del capitalismo que hubo de reacomodarse para evitar su hundimiento y sacó de la manga el expediente del “estado de bienestar” para atemperar la tormenta que amenazaba barrerlo, fueron todas consecuencias del cambio propulsado por lo que el  escritor francés Jules Romains llamó “El resplandor al Este”.

Putin se esfuerza por romper con ese pasado o al menos de relegarlo al papel de un tropiezo pasajero en el fluir de la gran historia rusa. A pesar de que haya dicho en una ocasión que quien quiera reconstruir la Unión Soviética “no tiene  cerebro y que quien no tenga nostalgia de ella no tiene corazón”, la línea central de su pensamiento parece decidida a condenar el rol de Lenin y los bolcheviques cuando plasmaron la revolución de Octubre y se apartaron de la primera guerra mundial. Ha llegado  sostener que Ucrania es un invento del líder bolchevique. Sin comprender, aparentemente, que en 1917 los problemas de los particularismos que trabajaban al imperio multinacional del zarismo estaban en vías de hacerlo estallar si no se proveía a un ordenamiento que reconociese las identidades y los peculiaridades  de ese mosaico de culturas, canalizando las lealtades regionales hacia una lealtad superior, que se consagraría a la Unión Soviética.

Por supuesto que esta aspiración se cumplió sólo parcialmente. El georgiano Stalin se encargó de dejarla en buena medida en letra muerta y de cuidar que los grandes rusos siguieran ejerciendo el poder a través de los órganos del partido burocratizado. Pero  el  hecho mismo de que ese enorme conglomerado de pueblos se acomodara en el nuevo ordenamiento y que fuera capaz de mantener su coherencia durante las horas trágicas de la guerra contra Hitler, demostró que el “invento” era útil y que, asimismo, no se trataba de una elucubración artificial sino de una manera eficaz de responder a las exigencias del  momento y a las reivindicaciones de los pueblos oprimidos.

La pretensión de oscurecer o de limitar la experiencia comunista de parte de las autoridades rusas de hoy, parecería obedecer a la necesidad que las elites económicas que rodean o forman parte del entramado del poder en el Kremlin, todavía tienen de especular con la ilusión de una asociación con Occidente. Esto oculta a su vez el carácter de clase que tiene esta ilusión respecto de las condiciones reales a partir de las cuales se puede verificar el desarrollo de la sociedad rusa. Las oligarquías de nuevo cuño, salidas de los renegados de la nomenklatura y de la generación de trepadores y especuladores que se enriqueció hasta transformarse en una suerte de burguesía mafiosa, todavía gravitan en la élite del poder. Cuál es su peso y cuál es la posición de Putin respecto a ellas, es una cuestión que resulta imposible dilucidar. Pero solo la vuelta a una comprensión objetiva del valor que revistió la experiencia revolucionaria en su conjunto, podrá dotar a Rusia –y a todos los pueblos que se rehúsan a quedar entrampados en la globalización asimétrica- del instrumento necesario para defenderse. Un nacionalismo habitado por una comprensión internacionalista y socialista del mundo no tiene por qué ser una paradoja: al contrario, debería ser la llave maestra para comprender la realidad y seleccionar los caminos por cuales se puede circular para dominarla. Y no queda mucho tiempo para hacerlo.

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[i] “La Ritirata da Kherson”, de Daniele Perra, en Eurasia del 13.11.22.

 

[ii] “Ucrania es solo el principio”, de Konstantin Sivkov, publicado por Voyenno Promislennye Kurier, traducido del inglés por Néstor Gorojovsky. El traductor acompaña su versión con un enriquecedor comentario. El artículo de Sivkov hace una pormenorizada evaluación la naturaleza del actual conflicto y  de los potenciales y complejos desarrollos que se anuncian para el mundo, incluyendo la posibilidad de un choque frontal andando no más de tres o cuatro años, entre las potencias “globalistas” (Occidente) y las potencias que los estrategas occidentales llaman “revisionistas”. Este tipo de señalización es probablemente una nada casual alusión a la naturaleza que la URSS, Alemania, Italia y Japón revistaron en los años 30, más allá de las diferencias ideológicas que existían entre ellas.  

 

[iii] La Razón.es

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