El título de una película cómica de Stanley Kramer rodada en 1963 describe a la perfección el actual estado de cosas en el planeta Tierra: “El mundo está loco, loco, loco”. Sólo que ahora no se trata de una comedia sino de una tragedia preñada de una infinidad de otras tragedias. Aunque sería más realista definir el problema precisando que, más que el mundo, lo que está loco es el sistema capitalista piloteado por “el imperio obtuso” (como lo denominara el brillante escritor norteamericano Gore Vidal) con sede en Washington, Estados Unidos.
Esta obnubilación de la razón, esta chifladura satánica que no renuncia a las miras hegemónicas del capital concentrado y de su “hubris” –esto es, de la desmesura, la arrogancia y el ego desmedido- contagia a muchos sectores dirigentes en el mundo entero, ya sea porque comparten servilmente ese criterio y se apresuran a atarse al carro del presunto conductor omnipotente, o porque lo temen demasiado para intentar evadirse de las normas que el sistema impone.
Esta distorsión de las cosas y del reflejo que de ellas dan los grandes medios de comunicación subordinados al diktat del Gran Hermano hasta el punto de haberse transformado en una sola cosa con él, se percibe en la desenvoltura con que se prodigan las “fake news” y hasta en la incapacidad de reconocer la realidad que afecta incluso a los mismos comunicadores que juegan el juego. Por ejemplo, he visto en varios noticiosos la reiteración de una información sobre la guerra en Ucrania que sorprende incluso a quienes, como el que esto escribe, están habituados a decodificar las mentiras que se derraman por los canales televisivos, radiales o escritos. En Euronews pude recibir esa información” trucha” por primera vez. Según esa fuente, que nos proveía de abundantes imágenes sobre el hecho que pretendía ilustrar, 41 civiles habían perdido la vida en un bombardeo ruso contra un edificio de departamentos en una ciudad ocupada… por los rusos. Es decir, que según esto, los rusos habrían disparado sobre sí mismos. Luego se vieron imágenes de impactos y explosiones contra un depósito de municiones en esa ciudad difundidas por fuentes ucranianas y que estas atribuían a sus propias unidades, pero el locutor volvió a insistir en que las víctimas de ese bombardeo habían sido causadas por proyectiles rusos.
Tal vez luego se revise esa información, pero no es fácil que así sea; en el torrente informativo unas cosas se mezclan con otras y todo se confunde. De cualquier manera el daño ya estará hecho: en el inconsciente colectivo perdurará la memoria de otro “crimen de guerra ruso”.
El revoltijo es el atributo principal del cuadro de situación que brindan las agencias internacionales y los grandes medios locales organizados en oligopolios de prensa. Por supuesto que trabajan sobre una opinión que ha ido siendo vaciada del sentido de la realidad por la saturación mediática y por la censura –en algunos casos inaparente pero en otros bien explícita- que se ocupa de minimizar, restringir y, en algunos casos, de bloquear pura y simplemente, los canales por los que circula una información que contradice al discurso único. En el caso del actual conflicto en el este de Europa la supresión por decreto de todas las agencias de noticias rusas en el conjunto de EE.UU., el Reino Unido y la UE, es una demostración de ese poderío. Frente a esta fuerza voluntariamente ciega es difícil no sentirse abrumado por una sensación de impotencia. Algunos podemos desahogar esa rabia y objetivarla a través de la escritura, aunque sepamos que este ejercicio tiene un alcance muy limitado, pero hay una inmensa mayoría de gente que ni siquiera tiene este recurso y está inerme ante ese bombardeo, bajo el cual solo le queda retorcerse de bronca o sumirse en la apatía.
¿Más de lo mismo?
En nuestro país las generales del discurso único nos alcanzan todos los días. Hay veces en que parece alumbrar una esperanza en el sentido de que la sumisión al diktat sistémico podría romperse, pero esa ilusión pronto se disipa. La turbulenta semana que acaba de transcurrir fue testigo de una experiencia en este sentido. Las tensiones en el Frente de Todos, que habían estado subiendo de temperatura en los días previos a la crisis, hicieron explosión con la renuncia, por twitter y sin previo aviso, del ministro de economía, Martín Guzmán. Si se dejó llevar por un arrebato o si fue un acto deliberado cometido con la consciente intención de hacer daño, no lo sabemos, pero poco importa: la cuestión fue que provocó un desbarajuste mayúsculo en la coalición (?) gobernante y dio más pábulo aún a la presión de los mercados y de una oposición destituyente, que no se cuida poco ni mucho del daño que sus dichos y hechos producen en la marcha de la nación como conjunto.[i]
Por un momento, sin embargo, pareció que esa renuncia y la conmoción que provocó ayudarían a provocar un sacudón, una revulsión saludable en las filas del FdT que ayudase a discutir una modificación de las líneas de fuerza del programa pautado con el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Pero en la conferencia de prensa que brindó la nueva ministra, Silvina Batakis, no se advirtió ninguna huella de tal propósito. Por el contrario, la ministra subrayó el propósito de seguir respetando los parámetros de ese convenio. Pero, ¿es posible hacerlo si al menos no se toman al menos algunas medidas destinadas no sólo a satisfacer esa demanda sino a hacerlo proveyendo al mismo tiempo a la economía de los recursos que necesita para no caer en la parálisis? Todos estamos contestes en que más ajuste sobre los sectores de menos recursos es imposible. Sin embargo, la búsqueda de una salida, así sea parcial, de la actual encerrona, es imposible si no se decide, de una buena vez, actuar contra la especulación, la fuga de divisas y sin implementar una reforma impositiva que al menos alcance a las ganancias extraordinarias que la crisis global está aportando a los sectores del privilegio. Queremos pensar que la ausencia de este tema en la conferencia ministerial se debe a un expediente táctico; pero de expedientes tácticos estamos llenos.
Sólo queda esperar, pues, una vez más. Esperar a que el gobierno se decida a aprovechar las ventajas comparativas que nuestro país tiene en una coyuntura bélica como la actual, que requiere de recursos en los que somos ricos (trigo, litio, energía, aunque para esta última haya que aguardar todavía) para negociar mejores condiciones de repago; esperar a que tome las medidas que son necesarias para promover una primera reorientación fiscal; esperar que no se produzca un estallido social que se anticipe a este viraje y esperar, por fin, a unas elecciones que se preanuncian muy difíciles. Sobre todo si se toma en cuenta que la presente inversión de roles que está reproponiendo a los partidos de centro izquierda a la cabeza de países como Bolivia, Colombia, Brasil o Chile, puede no ser otra cosa que una manifestación del descontento público hacia los políticos, que lleva a votar a la oposición no por su signo ideológico sino por ser, simplemente, opositora.
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[i] Pienso que la salida de Guzmán fue fruto del hartazgo de encontrarse en medio de la divisoria de aguas entre el presidente y la vice, a lo que su sumó la evidencia de la imposibilidad de seguir respetando los términos del acuerdo con el FMI sin romper los platos en el plano interno. Su gestión, en el plano técnico, fue buena, habida cuenta del horrible legado que recibió. El punto débil de ella fue el arreglo con el Fondo, pero, ¿podía esperarse otro si de lo que se trataba era de componer, y no de romper?