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15
JUN
2022
Alberto Fernández en la tribuna del encuentro panamericano en Los Ángeles.
Alberto Fernández en la tribuna del encuentro panamericano en Los Ángeles.
Adiós a la corrección política en las relaciones interamericanas. La conmoción en el tablero global brinda una oportunidad para un cambio de modelo en los vínculos panamericanos.

 Se ha hecho evidente, en especial desde el comienzo del conflicto en Ucrania, que los equilibrios, o más bien los desequilibrios globales, están modificándose rápidamente. El tema viene de lejos y tiene su origen en la decadencia del poder imperial norteamericano y en la obstinación por mantenerlo que posee a sus sectores dirigentes. Como en toda crisis, la tensión que esta genera tiende a manifestarse cada vez con mayor franqueza y de manera cada vez más acelerada. La Cumbre de las Américas celebrada en Los Ángeles la semana pasada fue una demostración de ello.

Anteriormente a esta, sólo la que se reunió en Mar del Plata en 2005 puso en escena algo que excedía francamente los parámetros de la corrección política y de la educada sumisión al imperio de parte los países latinoamericanos. Fue cuando Néstor Kirchner, Luis Inacio Lula da Silva y Hugo Chávez bloquearon la tentativa de George W. Bush en el sentido de imponer el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA),  que habría deteriorado aún más las frágiles barreras que impiden la inundación de nuestros países por los intereses norteamericanos y hubiera implicado la abdicación de cualquier aspiración a una soberanía que no fuera de carácter formal.

En esta ocasión la conferencia ha estado precedida por declaraciones agrias de parte de personeros del establishment estadounidense (la del senador Ted Cruz, por ejemplo), causadas por la renuencia o el rechazo liso y llano que algunos de los gobiernos del subcontinente expresaron respecto del derecho que el país huésped se había arrogado de  no permitir la concurrencia de gobiernos latinoamericanos a los que Washington les cuelga el calificativo de “dictaduras”…; mientras se permite acordar la patente de democracias a gobiernos cuyo pelaje y color democráticos son, en algunos casos, más que dudosos.

Cuba, Venezuela y Nicaragua fueron, en consecuencia, excluidas del convite por decisión de Washington. Los primeros dos de esos estados se encuentran sometidos a un bloqueo comercial y a sanciones económicas sin fin originadas por Estados Unidos, y el otro ha sido víctima a lo largo de su historia del mayor número de intervenciones criminales urdidas por esa misma potencia en América central. Como fuera el caso de las aventuras del mercenario y filibustero William Walker, quien llegó a copar la presidencia del país por un par de años a mediados del siglo XIX, para terminar frente a un piquete de fusilamiento en Honduras poco después. Y no hablemos de las intervenciones, ocupaciones y devastaciones efectuadas por los “marines” con el pretexto de combatir a la guerrilla de Augusto Sandino; del sostén prestado por Washington a la dictadura de Anastasio Somoza, su asesino, ni de la devastadora guerra llevada adelante por la “contra” contra el movimiento sandinista, guerra fomentada por la CIA a lo largo de la década de los años 80 del pasado siglo y pródiga en asesinatos, sabotajes y torturas de la peor especie.

El descontento que afecta a la opinión latinoamericana ante la pertinaz arrogancia de Estados Unidos en lo que respecta a su papel de patrón del gallinero, siempre ha existido, a nivel larvado o explícito. Pero en pocas ocasiones había sido asumido por autoridades públicas con la franqueza con que lo hicieron Andrés López Obrador y Luis Arce Catacora, los mandatarios de México y Bolivia, respectivamente, y por Alberto Fernández, en su doble papel de presidente de la Argentina y de la CELAC. La participación de Alberto en la Cumbre de Los Ángeles había provocado escozor en gran parte de la opinión de izquierdas  de nuestro país, que creyó que A.F. debería haber compartido la postura de los mandatarios de México y de Bolivia, quienes rehusaron formar parte de una reunión de la cual habían sido excluidos Cuba, Venezuela y Nicaragua por la sola ocurrencia del país huésped del encuentro. Ahora bien, aunque una postura más radical de Fernández hubiera placido a muchos y que por un momento se creyó que el presidente acompañaría a López Obrador y a Arce en su actitud, en definitiva Alberto –y sus consejeros- optaron por una posición  menos expresiva pero quizá no menos confrontativa. En efecto, a estar por el aval que Nicolás Maduro dio a Fernández antes de comenzar la cumbre, cabe pensar que todos convinieron que en definitiva aprovechar la ocasión para expresar la disconformidad con la exclusión de los países decretados parias era más eficaz que dar un portazo, proporcionándose además la oportunidad para poner sobre el tapete la disconformidad por el destrato que el gobierno norteamericano somete a la región. Fernández explotó asimismo la oportunidad para montar un acta de acusación contra la OEA, a la que definió como “un gendarme que facilitó golpe de estado en Bolivia” y, cosa inusual en este tipo de cónclaves panamericanos, reclamó que “el organismo sea reestructurado, removiendo por completo a quienes lo conducen”, en una alusión directa a su secretario general, el deplorable Luis Almagro, protagonista de una pirueta política que no es novedosa, pero que no siempre se opera con tan descarada franqueza. Este señor pasó de ser un miembro del Frente Amplio uruguayo y amigo del ex presidente José Mujica, a convertirse en un correveidile del Departamento de Estado. Desde esta posición llegó a sugerir incluso una intervención militar en Venezuela, para luego propiciar activamente el golpe de estado contra Evo Morales en Bolivia.

Malas relaciones

Las relaciones interamericanas han estado siempre deformadas por el patronazgo que Estados Unidos ejerció respecto a las restantes naciones del hemisferio. Los esfuerzos por sacudirse esa tutela han sido muchos, pero nunca acabaron de tener éxito. Incluso Brasil, el país más fuerte de Sudamérica, sólo ha llegado a ser tomado en cuenta por las autoridades de Washington como súbdito privilegiado y eventual procónsul de EE.UU. para América latina. En cuanto a Argentina, que también se ha perfilado en algunas ocasiones como un país con arrestos de arrogancia y ocurrencias de querer “sacar los pies del plato”, solo pudo permitirse esos lujos cuando se encontró formando parte de la esfera de intereses de Gran Bretaña, allá por los tiempos anteriores a la decadencia del Imperio, o como fruto de un error de cálculo, en ocasión de la guerra de Malvinas. La única experiencia soberana a la que se puede calificar como genuina en este sentido, fue la protagonizada por Perón, quien pensaba la realidad internacional en términos globales y comprendía que la única vía para escapar de la sombra que la Unión proyecta sobre su “patio trasero” era la de la búsqueda de alguna configuración capaz de resistir a ese predominio.[i] De ahí su intento de reflotar el ABC, su aproximación al presidente chileno Carlos Ibáñez del Campo y sus excelentes relaciones con Getulio Vargas. Ya sabemos cómo terminó la experiencia: el general Ibáñez fue neutralizado por las fuerzas conservadoras del establishment chileno, Vargas fue empujado al suicidio y Perón barrido del poder con un golpe contrarrevolucionario que inauguró, con un baño de sangre, una etapa que está lejos de haber terminado en Argentina y que se significa por la persistente hostilidad del segmento rentístico del capital concentrado hacia cualquier cosa que implique una redistribución –así sea moderada- de la riqueza. Esta supondría un cambio de paradigma para la nación que a su vez llevaría a su reestructuración como sociedad y como economía, poniéndola en posición para encontrar y consolidar un camino que conduzca a un bloque regional. La afirmación del viejo general en el sentido de que el siglo XXI nos vería unidos o dominados, viene cumpliéndose en su segunda alternativa, pero como la historia es un proceso en movimiento, la emergencia de un mundo que apunta a la multipolaridad y a una enorme refriega en la cúspide, de cuyas consecuencias no podemos escapar, nos brinda una nueva oportunidad para romper la camisa de fuerza.

Desde esta perspectiva, que no puede ser otra que la de la “realpolitik”, los antagonismos ideológicos “puros” tienden a perder significación, aunque conserven su toda su importancia respecto a la definición del modelo de país que se quiere construir en términos de convivencia social. De hecho, si no se comprende que del equilibrio interno depende la consistencia de la política exterior, se estará dibujando en el vacío. Es por esto que las meritorias y necesarias palabras del presidente en Los Ángeles necesitan encontrar un complemento interno que acabe con la inacabable flojera en la aplicación de los expedientes que son necesarios para contender con los factores que agravan aún más, por si hiciera falta, la espantosa situación en que nos dejó el gobierno de Mauricio Macri.

 Hay que evitar una reedición del ciclo “cambiemita” recurriendo a políticas imaginativas que hagan centro en los problemas reales, olvidándose de la hojarasca con que el progresismo intenta disimular su impotencia y con la que solo consigue alienar a sectores nacional-populares  que conservan el buen sentido. Hay que combatir la inflación montada por la especulación, terminar con la fuga de capitales, imponer retenciones sobre la renta extraordinaria y, si es posible, avanzar con la eternamente postergada reforma impositiva de carácter progresivo. Esto provocará, qué duda cabe, una reacción en fuerza de las fuerzas que pugnan por el inmovilismo y la perpetuación del privilegio, pero los plazos se achican, las elecciones de 2023 asoman en el horizonte, las encuestas no son buenas y para pasar la bandera más vale morir matando que morir de rodillas.

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[i] Esto no implica disminuir la significación de las posturas asumidas por Roque Sáenz Peña y por Hipólito Yrigoyen frente al imperialismo norteamericano. La actitud del primero como representante del gobierno de Miguel Juárez Celman en la Conferencia de Washington de 1890 supuso la oposición a la pretensión estadounidense de crear una unión aduanera continental (una especie de ALCA “avant la lettre”) y un categórico rechazo a la doctrina Monroe. En cuanto a Yrigoyen es conocida su repulsa al intervencionismo norteamericano en la República Dominicana y la actitud neutralista que tuvo tanto durante la primera guerra mundial como en su negativa a apoyar el Tratado de Versalles, que hacía recaer toda la culpa de conflicto sobre Alemania. En un segundo plano, sin embargo, esta tesitura independiente argentina se hacía posible en gran medida por el hecho de que Gran Bretaña tenía una relación especial con lo que algunos consideraban su “quinto dominio”, que la proveía de carne y cereales mientras receptaba en masa sus productos manufacturados. Esta relación “privilegiada” se hizo añicos con la Depresión y la segunda guerra, obligando al país a buscar un nuevo paradigma. Búsqueda cuyo paso inicial fue el peronismo y cuyo camino aún recorremos a tropezones.

 

 

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