En las filas del PRO parece haberse generalizado la consigna de citar la famosa frase de Winston Churchill “sólo tengo para ofrecerles sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas”, pronunciada ante la Cámara de los Comunes al asumir el cargo de primer ministro apenas transcurridos los primeros meses de la segunda guerra mundial. A diferencia de lo ocurrido antes de las elecciones de 2015, cuando la propaganda del PRO se esforzaba en tender cortinas de humo respecto de las reales intenciones de su programa de gobierno, un rapto de franqueza parece haberse adueñado de personajes como Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich o Florencia Arietto, cuando de propagandizar sus propuestas se trata. Los buenos resultados obtenidos por Javier Milei con su discurso anarco-liberal y sus estallidos antiestatales parece haberlos convencidos de que la Argentina está madura para aceptar los principios del capitalismo salvaje, que hasta el 2015 habían requerido del fraude o del golpe de estado para instalarse en el poder. La catastrófica experiencia del gobierno de Mauricio Macri, lejos de haberlos desanimado, parece haberlos confirmado en su convicción de que con las armas del lawfare y de la capacidad de saturación mediática de que disponen gracias a los monopolios de comunicación, la victoria en los comicios del año próximo está asegurada. La debilidad del gobierno de Alberto Fernández, su deambular vacilante con el fardo de la deuda dejada por Macri cargado a sus espaldas y con la devastación causada por la pandemia, alienta esa esperanza, que se duplica ante el desorden del Frente de Todos, dividido dentro de sí mismo entre “albertistas” y “cristinistas”, ninguno de los cuales tiene una respuesta frente a una crisis heredada, pero a la cual tampoco fueron capaces de formular un atisbo de réplica coherente. Los albertistas fueron por el camino de las concesiones incesantes al sistema agrofinanciero que siempre ha condicionado al país, al mismo tiempo que negociaban un acuerdo con el FMI (malo como todos los acuerdos con ese ente) mientras que los cristinistas se dedicaron a protestar y a exteriorizar un mal humor que tendrían que haber desahogado puertas adentro, a ver si de esa manera conseguían algo. Es difícil saber si buscaban o todavía buscan tal resultado, o si de lo que se trata es de posar en actitud desafiante para recolectar alguna ganancia en un futuro mediato, pues no tienen confianza en sí mismos ni deseos de asumir el riesgo que supondría tirarse a la pileta sin saber siquiera si esta tiene agua. Es decir, pueblo que los sustente.
El caso es que, en la vereda opositora, los muchachos del PRO se han transformado en adalides del sacrificio y predican el heroísmo. La cuestión, sin embargo, es saber de qué heroísmo se trata. Esto es, de quién paga el gasto. Sangre, sudor y lágrimas. ¿Alguien imagina a nuestra clase habiente, cuyos exponentes más conspicuos se niegan a pagar un aumento captado sobre sus ganancias extraordinarias conseguidas gracias a la suba del trigo en los mercados internacionales, consecuencia su vez de la guerra en Ucrania, haciendo el sacrificio de asumir una carga impositiva mayor de la que actualmente paga? Los dineros que tributan las mayores fortunas de la Argentina están entre los proporcionalmente más bajos del mundo. Esto sin mencionar que estas también se encuentran entre las que más practica la evasión impositiva y más duchas son en fugar capitales. El combo indica que nada hay que esperar de esta gente y que su filosofía sigue firmemente asentada en el principio establecido por don Arturo Jauretche para definir la ficticia predisposición al heroísmo de los “batallones de empujadores”: “Animémonos y vayan”.
La frase de Churchill, que tanto complace a la gente de Mauricio Macri, también estaba referida a un sacrificio que había de hacer la masa del pueblo británico más que sus sectores privilegiados; pero esto era consecuencia de que el aporte mayor de la carne de cañón en una guerra lo dan siempre los sectores más numerosos. Los núcleos dirigentes ingleses, sin embargo, no han solido mezquinar su participación en la lucha; testimonio de esto son las enormes placas recordatorias que se exhiben en las universidades que educan a la élite, Oxford y Cambridge, con los nombres de los miles de alumnos de esas dos casas de estudio que dejaron la piel en los campos de batalla de las dos guerras mundiales.[i] Uno no ve a los alumnos del Newman haciendo las veces de esos jóvenes sacrificados.
Así pues, el proyecto de la oposición está claramente establecido. Ajuste sobre los sectores de menores ingresos para propiciar el enriquecimiento de los grupos más pudientes, generando de esta manera las condiciones para que se produzca el tan anhelado y hasta aquí nunca verificado efecto derrame. En Argentina este verso nos lo vienen repitiendo con una cadencia pertinaz y abrumadora, a pesar de que todas las experiencias han rematado, una y otra vez, en fracasos totales. Para los voceros del sistema, empero, siempre faltó algo, siempre hubo excesiva lenidad en la aplicación del ajuste, siempre fue insuficiente la presión que se aplicó sobre la sociedad. Eso a pesar de que no mezquinaron la represión ni el salvajismo (recuérdense el bombardeo de junio del 55 y los fusilamientos del 56 y, sobre todo, la política de tabula rasa practicada durante la dictadura 76-83). Nada de esto ha conformado a gente como Arietto, que manifiesta ante las cámaras que “al conurbano hay que entrar con metra”. ¿Y después?
Una batalla que no sería inútil
El sacrificio es parte inevitable del precio a pagar por la historia. Pero es repugnante solicitárselo a los otros cuando no se está dispuesto a compartirlo. Es un doloroso deber cuya práctica se enseña con el ejemplo y que requiere de metas creíbles para ser asumido. Las fuerzas nacional-populares, hoy dispersas, deberían fijarse estos objetivos y luchar por ellos, sin reparar en obstáculos ni perderse en cálculos electorales que, si en una primera instancia pueden parecer desfavorables, no deben obstar para ir configurando, en el tiempo, un escollo insalvable a la reacción. Aducir que el Congreso en este momento no aprobaría las retenciones a la exportación, no es una razón válida para sugerir, como lo hace el presidente, que se trata de una batalla que no vale la pena librar. Al contrario, si la oposición impide que se saque adelante esa medida por vía legislativa, se debería aprovechar la cámara de resonancia que brinda el parlamento para difundir la naturaleza perversa de esa negativa. Y luego quedaría abierta la opción de algún tipo de expediente constitucional para forzar el cumplimiento. ¿Acaso las administraciones de Menem y Macri no se manejaron en base a decretos de necesidad y urgencia?
Al gobierno lo paraliza el temor a un “tractorazo” y a la desobediencia civil de los grandes productores, similares a los que se produjeron cuando se lanzó la 125 en el 2008. Pero no siempre la historia se repite en iguales términos. La torpeza comunicacional y política de que hizo gala el gobierno kirchnerista en ese momento fue un factor determinante de esa derrota. No hay porqué repetirlas. El mundo se está viendo abocado a una crisis monumental en materia alimentaria, a estar por lo que declara la ONU, que sostiene que 40 países se encuentran a las puertas del hambre como consecuencia de la guerra en Ucrania. Que Argentina, uno de los principales productores de alimentos del planeta, tenga o pueda llegar a tener a una parte de su población en una situación de riesgo alimentario por la angurria de un sector restringido de sus productores agropecuarios, que se niegan a ceder un ápice de sus ganancias extraordinarias, es obsceno. Debatir en torno a estos puntos y proyectarlos hasta tornarlos en referentes a partir de los cuales se pueda esclarecer al gran público en torno a las líneas de fuerza sobre las que se ha construido nuestro país, sería no sólo educativo sino que se convertiría en una eficaz arma de guerra para contrabatir la aplastante hegemonía del discurso de la historia oficial y de los monopolios de la comunicación.
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[i] Por supuesto, no pocos exponentes de la aristocracia y la alta burguesía británica se apresuraron a refugiarse en -o bien enviar a sus familias a- Estados Unidos, o Canadá u otros Dominios, apenas sonaron los primeros disparos. Pero la huida no fue la regla.