Imposible escapar del tema dominante en el mundo por estos días: la guerra en Ucrania. Todo indica que este conflicto implica el ingreso a una nueva era en las relaciones globales cuyo su alcance, no solo bélico sino también político y económico, puede llegar a trastornar completamente el panorama de las relaciones internacionales. Uno se pregunta si quienes han sido responsables de la progresión agresiva planteada contra Rusia desde la caída del Muro y especialmente durante los años recientes, se representaron y se representan la magnitud del desbarajuste que han promovido y los alcances –potencialmente espantosos a nivel global- que sus acciones han provocado y siguen provocando. El canciller alemán Otto von Bismarck decía que él conocía cien maneras de despertar e irritar a un oso, pero que ignoraba si había algún modo de hacerlo volver a su cueva una vez despierto. Se refería, obviamente, a Rusia, con la cual, a lo largo de toda su trayectoria al frente del primer Reich, se esforzó por mantener una relación lo más amistosa posible.
La sabiduría no es sin embargo una cualidad corriente entre los gestores de la política, y eso ha quedado bien demostrado por los avatares por los que ha circulado la historia contemporánea. Las acciones de los sucesores de Bismarck, por ejemplo, entre muchísimas otras, demostraron la falibilidad de los cálculos y la desenvoltura, la frivolidad y hasta el carácter criminoso con que algunos personajes altamente situados, desde Guillermo II a Adolfo Hitler, tendieron a arrojar a Alemania a la confusión, la aventura y el desastre. Esto es doblemente cierto hoy en día, en otros lugares, pues la responsabilidad del mando suele difuminarse en los corredores del poder y en las “comunidades de inteligencia”, que digitan programas y procedimientos a espaldas de la opinión pública. Una opinión, por otra parte, intoxicada por la saturación noticiosa y la desinformación, y cocinada a fuego lento por la omnipresencia del discurso único, que se impone por su masividad antes que por cualquier otra cosa.
Amén de la evidencia que se desprende de las sucesivas incorporaciones de los estados europeos que una vez pertenecieron al pacto de Varsovia, a la OTAN, y de las consideraciones explícitas de estrategas del calibre de Brzezinski, Kagan, Wolfowitz y otros acerca de las formas de ir acorralando a Rusia, hay un plan maestro de la corporación Rand, presentado ante la Cámara de Representantes del Congreso de los Estados Unidos en septiembre de 2019, que diseña con precisión y una franqueza apabullante el modus operandi de la operación contra Rusia que ha culminado en la reacción que Moscú había anticipado una y mil veces.[i] La corporación Rand está financiada por el Pentágono y por la comunidad de inteligencia –la CIA y las diversas agencias de seguridad estadounidenses-, cuenta con unos 1.800 expertos distribuidos en todo el mundo, seleccionados por sus aptitudes intelectuales e idiomáticas, y se propone “desarrollar soluciones para los desafíos políticos”. La Rand contribuyó a fraguar la estrategia que en los años de Reagan minó la ya tambaleante economía de la URSS al forzarla a mantener una carrera armamentística que los soviéticos no estaban en condiciones de afrontar. Ahora, tal como se lo expone en el plan concebido contra Rusia y titulado “Overextending and Unbalancing Russia”, se plantea una estrategia semejante, imponiéndole un despliegue excesivo de fuerzas que termine desequilibrándola y destruyéndola como potencia mundial. El plan estipula que debe ser atacada en su flanco más vulnerable, su economía dependiente de la exportación de gas y petróleo. Un conflicto al que Rusia no se pueda rehusar (como es incrementar la amenaza militar en su frontera más sensible) es también un expediente ideal para complicarle la existencia y atraer sobre su cabeza el peso de las sanciones, la vindicta pública y un presunto aislamiento en el concierto internacional. De paso, y tal vez no tan de paso, semejante conflicto implica que la Unión Europea se sienta directamente amenazada, que deba resignarse a cortar la provisión del gas y el petróleo rusos, relativamente baratos, y pase a depender aún más de las importaciones de gas licuado norteamericano y del petróleo del medio oriente, que también se encuentra en gran parte bajo control estadounidense. Asimismo la UE se verá obligada a armarse mucho más allá de la proporción del gasto que hasta ahora dedicaba a la defensa, con lo cual se allanaría a un requerimiento que los norteamericanos le solicitan desde siempre.
Ante este planteo, cuya intención perversa es, para los gobernantes moscovitas, de una claridad meridiana, Vladimir Putin decidió cortar por lo sano, invadiendo Ucrania en busca de una salida que reviente el absceso que le habían generado en su frontera y que iba camino de dejar a Rusia sin espacio para dar una alerta temprana frente a un ataque misilístico nuclear a corta distancia. La cuestión para el presidente ruso es no caer en la segunda etapa de la emboscada que occidente (EE.UU. y Gran Bretaña, mejor dicho) le han creado: verse encerrado en un conflicto a largo plazo contra una guerrilla que se movería en el seno de la población ucraniana como un pez en el agua. Creo, honestamente, que esta no es una posibilidad que resulte factible, ni por las características del territorio –grandes llanuras abiertas- ni por los lazos confesionales y étnicos que unen a rusos y ucranianos en una mancomunidad cultural. Ucrania no es Vietnam ni Afganistán, los vínculos de hermandad entre rusos y ucranianos arraigan en la historia y los sacrificios compartidos. Si en este momento contemplamos a un ejército ruso que se mueve con relativa lentitud en su avance, es porque va a intentar en la medida de lo posible no proceder a muchos ataques directos contra los grandes centros urbanos, sabiendo el enorme costo y el daño que ello implicaría. Sin embargo, de no mediar una solución negociada, que solo se podrá obtener si al frente del gobierno en Kiev se pone a figuras que no sean las del cómico Volodimir Zelinski y la panda de neonazis teledirigidos desde Washington, en algún momento el ejército ruso va a tener que embestir contra el centro nervioso de la dirección política ucraniana.
Lo que sí son posibles son los peligros que ya está generando el conflicto en el plano de una probable extensión de las hostilidades más allá de las fronteras, si las provocaciones de la OTAN siguen doblando la apuesta. Una vez destruida la infraestructura de la defensa aérea y los sistemas de comando ucranianos, cosa conseguida en los primeros días de combate, lo que se percibe hasta aquí son movimientos dirigidos a ocupar las costas y sitiar los puertos sobre el Mar Negro, estableciendo de paso una conexión terrestre entre la República Popular de Donetsk y Crimea. Por otra parte las columnas que avanzan sobre Kiev pueden realizar un movimiento de pinzas con las que vienen del sur para ir cercando al enemigo y cerrando gradualmente las fronteras de Ucrania hacia Polonia y Rumania, impidiendo así la llegada del armamento que alemanes y franceses están enviando para fortalecer a los ucranianos y reemplazar algo del material que estos han perdido. Por esta vía también se coarta el acceso de los mercenarios que Estados Unidos y Gran Bretaña están movilizando con mucha diligencia, trayéndolos de Siria, Libia u otros lugares, con la intermediación de Blackwater-Academi, la gran organización paramilitar “privada” con sede en Carolina del Norte y en Virginia, auténtico brazo ortopédico del ejército de Estados Unidos, de amplia y siniestra actuación en Irak, Afganistán y otros escenarios, donde se encargó de asumir las tareas más sucias que tenían que cumplir las fuerzas ocupantes. Que no va a tenerla fácil en Ucrania quedó demostrado el domingo pasado, cuando la aviación rusa exterminó a un par de centenares de esos “voluntarios” en un raid contra un campo de entrenamiento establecido en Yakoriv, a apenas 15 kilómetros de la frontera con Polonia.
Esto viene a demostrar lo peligroso de la situación, pues el ataque no puede ser tomado como un hecho aislado: los rusos ya habían advertido de la posibilidad de bombardear a las columnas de suministros provenientes de la Unión Europea, conforme crucen la frontera entre Polonia y Ucrania.[ii] Este ataque puede ser la primera manifestación de una complicación a escala europea del conflicto oriental, que podría terminar involucrando a la OTAN.
Es inevitable preguntarse hasta cuándo y hasta dónde los países de la UE seguirán obcecándose en su política de seguimiento automático de las órdenes del eje Washington-Londres. Hasta aquí habían deducido considerables ventajas en su carácter de socios menores del sistema imperialista piloteado por Estados Unidos, y la comodidad de tener sus espaldas cubiertas por el policía global representado por ese país, pero las cosas están cambiando a velocidad vertiginosa. El encarecimiento de la energía, de los alimentos y la necesidad de desgajar una parte sustancial del presupuesto para volcarlo al plano militar, puede traer problemas sociales de envergadura. Y estos empalidecerán si se complican con acciones con fuego real en la estepa. Habrá que ver si en este decurso el viejo mundo no se reencuentra con el sentido de una misión histórica que le sea propia y busca su destino.
En cuanto a Rusia tiene las espaldas anchas para aguantar las sanciones. Dispone de oro, combustible, un socio que es la segunda economía global –China- y numerosos mercados alternativos para sus productos. La cuestión es saber qué pasa con los oligarcas remanentes que forman parte de los apoyos de Putin y que, por razones crematísticas, pueden ser más sensibles que otros sectores a las sanciones de occidente. Pero esta pregunta sólo puede ser respondida por politólogos que conozcan el paño por dentro. Tal como se ven las cosas desde nuestra posición periférica y expectante, parece evidente que la operación rusa en Ucrania no va a poder ser detenida por nadie y que la Unión Europea tendrá que hacer las cuentas con la nueva situación.
¿Y los mandantes del sistema? ¿Hasta cuándo podrán seguir haciendo y deshaciendo a su gusto sobre eso que les place llamar el tablero mundial? Me parece que no por mucho tiempo más, aunque no hay que suponer que por esto las tensiones vayan a aquietarse; más bien al contrario, quizá quepa pensar que pueden entrar en una fase paroxística, en la medida en que el “Deep State” perciba que la hegemonía se le desliza entre los dedos.
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[i] Los datos que siguen están tomados de un artículo de Manlio Dinucci –“Ucrania: todo estaba escrito en el plan de la Rand Corporation”- publicado en Il Manifesto y Red Voltaire.
[ii] Zona Militar. Desde la Sociedad por la Defensa. Edición del 13.03.22.