Ayer, súbitamente, la decisión de los gobiernos de las repúblicas populares de Donetsk y de Lugansk en el sentido de evacuar la población de sus territorios hacia Rusia ha dado una señal que pone o debería poner en alerta al mundo. La evacuación masiva, que incluye a mujeres y niños pero no a la población masculina en edad militar, ha encontrado el inmediato asentimiento de Moscú, lo que indica que no se trata de una decisión tomada a la ligera sino, con toda probabilidad, meditada por todas las autoridades involucradas.
Donetsk y Lugansk son dos regiones de Ucrania de población rusófona, que cuando Rusia decidió reincorporar a Crimea al territorio de la madre patria, rompieron también sus lazos con Kiev y hubieron de afrontar por ello un conflicto armado que dura hasta hoy y que se ha cobrado unas 14.000 vidas. Por qué el Kremlin en ese momento no aprovechó la ocasión para realizar la misma operación que había efectuado en Crimea, devolviéndolos a Rusia, es un tema sobre el cual no pueden tejerse más que un par de hipótesis, bastante plausibles y complementarias, por otra parte. Uno, que Vladimir Putin no quiso tensar más la cuerda con occidente y, dos, que el carácter ideológico de los líderes del movimiento –sensibles a una suerte de sovietismo símil bolchevique- no inspiraba demasiada confianza al ex agente de la KGB encargado de equilibrar los pesos en una sociedad rusa que no terminaba de superar la devastación producida por la aventura neoliberal de Boris Yeltsin y sus secuaces.
La pérdida de Ucrania fue una catástrofe geopolítica, como el mismo Putin lo ha afirmado. La resta de 50 millones de habitantes para un país con natalidad decreciente, y también la pérdida de las feraces tierras de trigo, las industrias y los yacimientos mineros de ese territorio, implicó que Rusia de pronto perdiera su estatus de superpotencia al perder una de las piezas fundamentales que habían cimentado tanto al imperio zarista como al sistema soviético. La situación fue tolerable mientras el gobierno de Kiev siguió resistiendo los cantos de sirena de la UE y continuó teniendo a Rusia como su primer referente. Pero esta situación cambió radicalmente con el golpe de la plaza Maidan, que derrocó a Viktor Yanukovich, presidente pro ruso, y abrió las puertas a una desalada carrera para incorporarse a occidente propulsada en buena medida por sectores de prosapia nazi cuyos abuelos habían colaborado con los alemanes durante la guerra. La injerencia norteamericana en este proceso fue descarada, viéndose incluso a la Asistente de Asuntos Europeos y Euroasiáticos del gobierno de Barack Obama, Victoria Nuland[i], alentando a los manifestantes callejeros que embestían contra el gobierno de Yanukovich. A partir de entonces el movimiento de la OTAN hacia el Este no hizo sino marcarse.
La necesidad de reintegrar a Ucrania o al menos conservarla en la condición de estado amigo, es vital para Rusia. Le va en ello su secular tradición como superpotencia, sea zarista o soviética. Los riesgos de dejar aproximar a la OTAN a 500 kilómetros de Moscú, si prosperasen las pretensiones de Washington, representan algo más grave aún: implican una amenaza para la supervivencia misma de Rusia, pues sus centros vitales quedarían a tiro de los misiles de mediano alcance sin posibilidad siquiera de dar una alerta temprana.
La evacuación decretada por las autoridades de Lugansk y Donetsk, avalada y seguramente predispuesta por Moscú, es una jugada maestra que, por lo que cabe intuir, desarticula en cierta medida la estrategia de la tensión operada por occidente, o más bien por Washington y Londres, en el sentido de promover algún tipo de casus belli que ponga a Rusia en una posición que la obligaría a reaccionar militarmente, lo que permitiría pintarla una vez más como al malo de la película, dando vía libre a una serie de represalias económicas, comerciales y eventualmente militares que reducirían su capacidad de maniobra, le quitarían credibilidad y la humillarían públicamente a menos que se resolviese a reaccionar en gran escala generando un riesgo de conflagración global imposible de afrontar. Es una situación endemoniada para el gobierno ruso, fruto de una operación tramada en frío por eso que llamamos Occidente, pero que en realidad, en este caso, no es otra cosa que el laboratorio de los servicios de inteligencia de la CIA, el MI6, los “think tank” y el Pentágono.
Jiu jitsu
La evacuación de la población civil no combatiente ante la escalada de bombardeos y hostigamientos fronterizos que se han producido en los últimos días y que parecen presagiar la puesta en escena de una provocación destinada a meter definitivamente a Rusia en el brete de replicar militarmente, podría ser una respuesta propia de las artes marciales, en las que se afirma que el presidente ruso es un experto. En efecto, de pronto el escenario donde los “mass media” se aprestaban a retratar una ordalía con miles de civiles arrasados por los vientos de la guerra, se torna en un espacio abierto donde el ejército ucraniano habrá de enfrentarse con las milicias pro rusas armadas por Moscú y, eventualmente, con el mismo ejército ruso. Putin, con este movimiento, utiliza la misma fuerza de su adversario para dejarlo pagando y fuera de equilibrio.
Habrá que ver qué pasa en los próximo días e incluso en las próximas horas, para hacerse una idea de cómo evolucionarán los acontecimientos. Pero una cosa es cierta, que el conflicto de Ucrania no es episódico, que no responde sólo a la voluntad rusa de autodefensa sino que es parte de un plan en el cual Estados Unidos está comprometiendo su poderío y su prestigio, pues en este empuje hacia el Este que dura desde la caída de la Unión Soviética, no busca solamente limitar a Rusia sino que se persigue objetivos más vastos todavía. Como puede ser el de mantener a la Europa occidental bajo el puño de Washington, cancelando por ejemplo, por la vía de los hechos consumados, el gasoducto Nord Stream 2, que conecta a Rusia con Alemania, que está terminado y que solo requiere de una decisión política para ser puesto en marcha. Esta conexión, de efectivizarse, estrecharía los lazos de Europa con el espacio euroasiático, en una fase posterior suministraría energía barata y limpia a la Unión Europea, y ayudaría a la configuración de ese espacio de cooperación que el general De Gaulle preconizaba se extendiese desde Cherburgo a Vladivostok. Pero este es un tema que requerirá un tratamiento aparte.
[i] Hoy Victoria Nuland es Subsecretaria de Estado bajo el gobierno del presidente Joe Biden.