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23
NOV
2021
José Antonio Kast y Gabriel Boric.
José Antonio Kast y Gabriel Boric.
Pese a la agitación de izquierdas que recorrió a Chile el año pasado, la “mayoría silenciosa” ha preferido renovar su vocación pinochetista. Falta el balotaje. Se verá.

Noviembre ha sido un mes electoral en Sudamérica. En Argentina tuvimos las elecciones legislativas de medio término y en Chile acaba de verificarse la primera vuelta de la elección presidencial, mientras que en Venezuela, también este domingo, tuvieron lugar los comicios regionales y locales. A las primeras ya nos referimos oportunamente, aunque importa consignar que estuvieron en el mismo diapasón ambiguo y aparentemente desconcertante que está caracterizando a las oscilaciones de la opinión en el subcontinente desde hace bastante tiempo. En Brasil y en Ecuador se ha afirmado la derecha –en el primer caso de una manera estrepitosa, con la emergencia de Jair Bolsonaro. En Ecuador se pagó un alto precio por la arbitrariedad de las corrientes indigenistas que, jugando sus propias cartas, terminaron imposibilitando en la segunda vuelta el triunfo del nacional-populista Andrés Arauz, que llevaba una considerable ventaja al candidato conservador, el banquero Guillermo Lasso.

Ayer en Venezuela quedó reconfirmada la vigencia popular del chavismo, al ganar el gobierno las elecciones en 20 de los 23 estados del país, además de Caracas; con amplia participación de las fuerzas opositoras y bajo la vigilancia de los organismos internacionales encargados de monitorear la elección. Esta presencia es una manera de contrabatir la ofensiva propagandística que descarga el Imperio, desde los oligopolios de la comunicación, contra Venezuela. En efecto, a pesar de las continuas consultas electorales que, tanto mientras vivió Chávez como desde que gobierna Maduro, confirmaron la vigencia democrática de los gobiernos bolivarianos, la prensa sistémica ha convertido las palabras dictadura, tiranía y usurpación en una especie de mantra o de jaculatoria que se repite mecánicamente para planchar a un gobierno que es exactamente todo lo contrario bajo la lápida de esos epítetos descalificantes. Nada demuestra mejor la mentira que la práctica electoral que el chavismo mantiene a pesar del bloqueo y la guerra de zapa de la cual el gobierno bolivariano es víctima.

La elección chilena

En Chile la elección de ayer plantea un escenario complejo, bien opuesto al de Venezuela. Las encuestas tendían a proyectar como ganador, aunque por estrecho margen, a Gabriel Boric, un joven político que encabezaba una coalición formada por el Frente Amplio y el Partido Comunista. En vez de este resultado, los guarismos indicaron el triunfo, también como una primera minoría y por una magra ventaja, de José Antonio Kast, un candidato pinochetista sin reparos, situado mucho más a la derecha del actual presidente Sebastián Piñera. La proyección hacia el balotaje es también negativa para la coalición de izquierdas, pues seguramente a Kast se le sumarán los votos de los partidarios de Piñera y los de Franco Parisi, un francotirador que habita en las redes sociales, que ni siquiera está en Chile –vive en Alabama, donde se refugió para huir de las causas judiciales que tiene en su país- que profesa una xenofobia y un neoliberalismo ruidosos y que recogió un 13 por ciento de sus sufragios.[i] Entre todos se aproximarían al 50 por ciento de los votos emitidos, aunque se debe convenir en que la concurrencia a las elecciones, que en el país trasandino no es obligatoria, alcanzó al 47 por ciento, lo que nos deja una masa de votantes sin empleo, algunos de los cuales quizá quieran expresarse en la segunda vuelta, re-balanceando la elección al menos en parte.

Las elecciones en Venezuela mostraron también un nivel de concurrencia bastante inferior al 50 por ciento. Es verdad que la pandemia puede influir en esta baja participación del electorado, pero también cabe entender al dato como una especie de hartazgo latinoamericano respecto al mecanismo maestro de la democracia y de alejamiento de los movimientos o partidos que dicen expresarla. No tanto en Venezuela, donde el bloqueo y la guerra de zapa imperialista seguramente han extenuado a mucha gente, como en países como los del Cono Sur, donde la disputa se ventila en un escenario donde las presiones están menos presentes o se producen de manera recurrente, pero no constante.

Este proceso de apagamiento del fuego popular tiende a articularse de manera compleja, pero uno tendería a poner en la primera línea de responsabilidades por este enfriamiento de la opinión pública, a una inhabilidad comunicacional de parte de la izquierda que, me temo, responde no solamente a torpeza sino a cierta superficialidad posmoderna, que a su vez expresa cierto temor y cierta sensación de impotencia frente a un panorama al que las categorías del progresismo a la moda no pueden captar en su real dimensión. Y es este progresismo justamente el que lleva la voz cantante en los reclamos de cambio. Desposeídos de la posibilidad de disponer de una identidad concreta por el fracaso del socialismo real, e impregnados de garantismo judicial y de un individualismo libertario que identifica hedonismo con rebelión, los “progres” ponen, en primer plano en sus programas, reivindicaciones que para el grueso de la población sumergida resultan indiferentes, si no repulsivas. La presión de los colectivos gays, el lenguaje inclusivo, las políticas de género y toda una batahola de problemas que, si en algunos casos, pueden formar parte de la inquietud colectiva –el tema del aborto, por ejemplo-, en general no responden a las inquietudes básicas de gentes cuya primera prioridad es poner algo de comer en la mesa, tener una habitación digna, poder pagar las cuentas y poder vivir su vida sin estar a merced de los chorros o del apriete en cualquier esquina o en una salidera bancaria. Si a esto sumamos que esas reivindicaciones modernistas suelen formularse en un tono agresivo o superior, incurriendo en una especie de censura al revés, tendremos ante nosotros un menjurje difícil, si no imposible, de tragar por el ciudadano provisto de sentido común.

Resulta obvio que los problemas de Latinoamérica no pueden ser abordados ni con las desordenadas, cuando no difusas, reivindicaciones del progresismo, ni con las recetas de mano dura que preconizan los dinosaurios de la derecha. Y menos aún con los especímenes de la casta política tradicional, que han reducido su bagaje ideológico a esquemas mecánicos y que parecen más preocupados por preservar sus posiciones que en defender y batirse por una concepción del mundo.

Nubes en la Cordillera

Sin embargo la hora es grave. No sólo en el plano de la desintegración social que se ofrece ante nuestros ojos, sino por la posibilidad de la aparición o el reflorecimiento de tensiones interregionales. De imponerse la extrema derecha chilena nuestro país haría bien en inquietarse. Ya señalamos en una nota reciente[ii] la reapertura por el gobierno de Sebastián Piñera de un contencioso limítrofe en la región austral que se suponía superado. Las ideas de Kast y de su asesor en política exterior Jorge Guzmán no descartan la hipótesis de una disputa larga a propósito de los diversos temas –plataforma continental, campos de hielo sur, Antártida- que en algún momento podrían resultar en un choque armado. Nuestro país, como consecuencia de políticas erradas fogoneadas por el progresismo, pero adoptadas prácticamente por todos los gobiernos de la democracia, ha dejado caer el nivel defensivo de nuestras fuerzas armadas a un rango muy bajo, con lo que su papel disuasivo contra un eventual ataque externo se tornado débil o, en algunos escalones, poco menos que nulo. Tal vez no sea casual que la iniciativa del gobierno de liberar una partida de 650 millones de dólares para adquirir aviones de combate sino-pakistaníes o rusos se haya producido poco después que se conoció la resolución del gobierno de Santiago de desconocer el tratado de 1984 y la tradicional toma de posición que asignaba a nuestro país una proyección atlántica hacia la Antártida y reservaba la del Pacífico para Chile. En su lugar, el gobierno de Piñera decidió atenerse a la recién acuñada expresión de un Océano Austral para redefinir sus aspiraciones.

Por lo tanto la asignación de esa partida destinada a adquirir aviones de combate de reciente generación es oportuna y merece aplauso. Pero convendrá no dejarse estar y apurar los estudios y consideraciones que deben efectuarse para procurar la adquisición de ese material, y para poner a nuestras fuerzas armadas en condiciones de desempeñar su tarea. Los tiempos no están para dilaciones.

Bielsa

Esto no nos exime de señalar el error o la grave falta, más bien, cometida por el embajador argentino en Chile. En efecto, Rafael Bielsa se lanzó a opinar, en El Destape, sobre la peligrosidad de Kast, su antiargentinismo y su belicosidad. Lo que en un ciudadano privado puede no ser otra cosa que una opinión -que compartimos-, en el embajador argentino en un país amigo representa una injerencia en los asuntos internos de ese país. El gobierno chileno no dejó de protestar fuertemente contra esas manifestaciones y la verdad es que le asiste razón. La cancillería argentina ha quedado en una posición desairada y el incidente seguramente va a ser utilizado a full por la derecha chilena predisponiendo aún más los ánimos de una parte de la opinión en contra de nuestro país.

Vivimos una época de transición, “donde lo viejo no acaba de morir, y lo nuevo no termina de nacer”, como decía Gramsci. Es una época dramática, pero uno de sus rasgos más trágicos es que la mayoría de quienes la viven no alcanza a sacar las conclusiones que la situación impone y se deja arrastrar a una especie de anarquismo suicida o a reclamar soluciones prontas y drásticas provenientes de una derecha cuyas facultades están sobredimensionadas por quienes creen en ellas. Pues al sistema, a los grupos de poder concentrados que en definitiva sostienen las riendas del carro, los intereses del común de las gentes les importan un bledo; lo que les interesa es poder manipularlos para sostener el estatus quo, desarrollando y acelerando las oportunidades de enriquecimiento que les brinda el desarrollo tecnológico y científico, pero sin cuidarse del bienestar de quienes son los generadores de la plusvalía, salvo en lo que es estrictamente necesario para mantener el ritmo.

Como todo el mundo, pero de acuerdo a sus particularidades, Latinoamérica está pasando por este proceso. Son tiempos difíciles.  

 

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[i] Más o menos la proporción que entre nosotros obtuvieron los “libertarios” estilo Milei o Espert.

 

[ii] “Cuestión de límites”, del 2/09/21.

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