Con el retorno de los demócratas a la Casa Blanca la política exterior norteamericana hacia el Caribe y Suramérica ha cobrado un mayor dinamismo. No es que los republicanos sean menos intensos que los demócratas en su predisposición a actuar en el patio trasero, pero suelen ser menos sutiles y ahorrarnos la catarata de hipocresías que rodean a las intervenciones de su otro yo, de su reflejo especular en el sistema político del país del norte. Pues como a un solo partido con dos alas derechas se suele definir a la bipolaridad ficticia que impera en el Capitolio.
En estos días se contempla una intensificación de la presión contra Venezuela y Nicaragua; en Haití se profundiza el caos con el asesinato del presidente Juvenel Moïse y en Cuba acaban de estallar disturbios “espontáneos” en varias ciudades. No todo puede ser atribuible a manejos directos de la CIA, ni puede decirse que todos los casos sean iguales, pero es un hecho que, ante las noticias, el andamiaje mediático de las guerras de 5ta. Generación montado por el sistema ha reaccionado al unísono y de la misma manera en todas partes: las palabras dictadura, tiranía, represión, con que se agracia siempre a los “estados delincuentes” (“rogue states”) no se les caen de la boca a los lenguaraces, escribas y serviles bien retribuidos que hacen de voceros del imperio. Solo falta la invocación a la “guerra humanitaria”, esa que el imperio lleva adelante -en lo posible con mercenarios- para salvar a los pueblos de sus tiranos. Quizá no haya que esperar mucho para escucharla, al menos en el caso de Haití, donde irá seguramente recubierta por la expresión Asistencia al Desamparo.
Pero Haití es un caso particular, que requiere de un enfoque aparte. Los de Cuba, Venezuela o Nicaragua, en cambio, corresponden a una tipología bien definida, la que cabe a los estados que rehúsan someterse al diktat del imperio y cuya aspiración a la soberanía es cínicamente confundida por el sistema con el bandidaje y el terrorismo. El neoliberalismo globalizador no tolera a los estados que no se amolden al marco del ordenamiento asimétrico del mundo, donde pocos tienen mucho y casi todos tienen nada, o muy poco. En lo que se refiere a Cuba, las expresiones de los medios que saludan los disturbios que se producen en algunas ciudades y la reacción de los organismos internacionales que se preocupan ante las restricciones a la libertad de expresión que según ellos implicaría controlar o prohibir algunas manifestaciones callejeras, sin decir una palabra del daño que implica para la isla y su pueblo un bloqueo que dura sesenta años, son de una desvergüenza difícil de parangonar. En efecto, pese a todos los paliativos, a los vínculos con Rusia y China o con países que no pertenecen a la órbita de los corifeos de Washington, aún hoy el persistente embargo afecta la provisión de alimentos, medicinas y otros insumos, así como al desarrollo general de la isla. Por ejemplo está el encarecimiento de los seguros para el transporte proveniente del exterior: las compañías aseguradoras se niegan a contratar viajes o encarecen su precio por el hecho de que saben que el comercio con la isla está penado por Estados Unidos y que el amo puede cancelar las licencias para operar desde USA si quiebran la regla. Si a esto se suma el impacto de la crisis económica global que es resultado de la pandemia, se comprenderá que los cubanos no pueden estar pasándola fácil y que muchos tiendan a tomárselas con el gobierno por las desdichas que están pasando.
Pero, por otra parte, ¿son tan espontáneas como se afirma las manifestaciones que se producen en la isla? Sin duda hay mucha gente descontenta y la reciente apertura de Cuba a Internet puede haber exacerbado, en especial entre el público joven, el descontento por las trabas, la grisura y la monotonía que afectarían a la vida cotidiana. Pero el mundo ha sido largamente ilustrado durante las décadas recientes sobre el papel que las redes sociales y el efecto contagio que pueden tener en los lugares donde hay sedimentos para producir revueltas. Desde las “revoluciones de color” con que se nos ha obsequiado desde la primavera árabe y los disturbios del Euromaidán que decantaron a Ucrania hacia el bloque occidental, hasta las manifestaciones estudiantiles que querrían hacer retrogradar a Hong Kong a un estado parecido al que tenía cuando era colonia británica, el fomento de la inestabilidad interna de los países que no se acomodan al encuadre sistémico no hace sino multiplicarse. Ahora parece ser una vez más el turno de Cuba, para reforzar el oleaje que intenta desgastar a Nicolás Maduro y a Daniel Ortega. Hay una movida contra “el eje del mal”, como Bush jr. lo calificaba[i]. Estas denominaciones se repiten una vez y otra como parte de un concierto de denuestos que los periodistas que prestan su nombre y su cara para reproducirlos reiteran en forma automática, como si fuesen verdades reveladas. Y de eso se trata, precisamente, de reiterar las mentiras o las medias verdades con obstinación y si es factible con cara de nada, hasta que el oyente o espectador, que no escucha opiniones contrarias porque los medios hegemónicos copan el espacio o porque el bombardeo de “fake news” le ha impregnado el cerebro, las incorpore como datos ciertos de la realidad.
Son las guerras de 5ta. generación. Ya no se trata tanto de preparar el terreno con la artillería para que luego avance la infantería, como de descolocar, deshacer los nervios, confundir, desintegrar al enemigo, imposibilitándolo actuar coherentemente ante el ataque. Entre los principios de la guerra total que se ponen en práctica desde la era de los conflictos mundiales, la agresión contra los civiles está en primer plano: lo que importa es golpearlos para que culpen a su propio gobierno de las dificultades en que se encuentran, lo derroquen o al menos lo pongan en graves dificultades.[ii] No siempre ni en todas partes esa práctica tuvo el éxito buscado, pero provocó daños y estragos sin cuento. El bloqueo interminable, la invasión de Playa Girón, los sabotajes y la hostilidad permanente en el caso de Cuba, son cosas que han contado y cuentan en las limitaciones de su modelo de vida, que sin embargo muestra los más altos niveles de cobertura social y es un ejemplo a nivel mundial tanto en salud como educación. En cuanto al estrangulamiento de la libertad intelectual en la isla no puede ser tan grande cuando el brillante escritor Leonardo Padura vive allí y publica novelas que reciben grandes elogios de especialistas y público, a pesar de que su visión de la sociedad cubana se distingue por una mirada a la que por lo menos cabe definir como desasosegada, por no decir desesperanzada.
Haití
Menos fácil de encuadrar es el caso haitiano. Corrupción, violencia, degradación, miseria son los datos que primero saltan a la vista en ese país, el de más baja renta per cápita en América y uno de los más pobres del mundo. Hay referencias históricas que esclarecen un poco la situación: ocupación norteamericana durante un largo período a partir de 1915, inacabable dictadura de Papá “Doc” Duvalier y sus descendientes, el terrorismo institucionalizado del “tonton macoute”, su policía política; el catastrófico terremoto de 2010, que produjo 320.000 víctimas, nuevas ocupaciones por fuerzas internacionales que se distinguieron no tanto por su aptitud para ayudar a las víctimas del sismo como por su inclinación a medrar del caos… Y sin embargo Haití (Saint Domingue, originalmente) fue el segundo país independiente de América en orden de tiempo, después de Estados Unidos, y fue la primera república fundada por esclavos negros que se liberaron a sí mismos. Probablemente fue el carácter complejo del nacimiento de la nación –alumbrada por guerras feroces entre colonos blancos, esclavos negros, negros libertos y mulatos que eran prósperos propietarios, pero ciudadanos de segunda; todos agitándose al viento de la Revolución Francesa, lo que haya influido en el sino que afectaría a Haití a partir de allí. Pero no fue solamente la mera fatalidad de una combinación desdichada de factores lo que pesó sobre el destino de ese país; existió también la persistencia de la metrópolis francesa, inglesa y española en querer recuperar o hacerse con las tierras y los bienes que se les escapaban lo que provocó la crisis organizativa de esa sociedad que sólo con esfuerzo y paz podía ir superando su primitivismo. Desde el vamos, sin embargo, esa posibilidad se vio frustrada: el exponente más original y dotado de la generación revolucionaria, Toussaint l’Ouverture, vencedor de la intervención extranjera, fue engañado por Napoleón, quien lo envió a morir al Fort de Joux, una prisión situada en un punto muy alto de la región del Jura, cerca de la frontera suiza, donde se esperaba que su constitución hecha al trópico no pudiera resistir al frío. Cosa que efectivamente sucedió cuando se le mezquinaron la calefacción y los cuidados médicos.[iii] Aunque los franceses y los británicos fracasaron catastróficamente en sus intentos de ocupación militar de Sainte Domingue, bautizado Haití por el sucesor de Toussaint, lo desgarrado de sus orígenes gravitó pesadamente en el devenir del país.
La intervención estadounidense ordenada por el presidente Woodrow Wilson en 1915, para proteger los intereses de la banca Kuhn y Loeb, que se prolongó hasta 1934, sirvió para dotar de una apariencia de orden a Haití, pero a cambio de ello los haitianos hubieron de ceder el control, civil, militar y bancario del país a los norteamericanos, quienes se apoyaron en la élite mulata como correa de transmisión para imponer su diktat. El racismo de los marines (que debía ser desbordante en esa época) echó sal a esas medidas, provocando tantos disturbios que los ocupantes hubieron de imponer la ley marcial para sofocar las resistencias. Tras el fin la ocupación norteamericana, decidido diecinueve años después por la administración Roosevelt, Haití conoció un interregno de gobiernos formalmente democráticos, interrumpidos por algunos golpes de mano, hasta que en 1956 François Duvalier fue elegido presidente y cambió las tornas del juego al apoyarse en la mayoría negra de la población, en detrimento de los mulatos, hasta entonces los amos. No hubiera estado mal si no fuera porque su gobierno pronto involucionó hacia una dictadura vitalicia y quedó afectado por los demonios del personalismo y el primitivismo. La era Duvalier se prolongó en gran medida porque su anticomunismo lo convertía en una ficha útil para Washington, siempre preocupado por rodear y limitar, si no podía exterminar, al fenómeno castrista. En 1986, cuando un golpe derrocó al hijo de Papá Doc, dando fin a la dinastía, se abrió un paréntesis en la desdicha de Haití que pareció podía prolongarse con la elección de Jean Bertrand Aristide, un ex sacerdote salesiano que militaba en la teología de la liberación. Fue derrocado a los pocos meses para volver más tarde a poder gracias a la presión internacional. Para entonces había evolucionado en su credo económico y tendía a dar alas al neoliberalismo… El país siguió siendo el más pobre de América latina. Y el 12 de enero de 2010, a las l6.53 hora local, un sismo de magnitud 7 en la escala de Richter terminó sumiéndolo en la noche más oscura. Hasta ahora no ha salido del pozo y el asesinato de Juvenel Moïse viene a comprobar que tampoco ha mejorado en sus hábitos de convivencia política. Para colmo uno de los mercenarios involucrados en el magnicidio dijo que el propósito del grupo no era matar al presidente sino arrestarlo para después entregarlo a la DEA. Si todo no fuera tan trágico podría decirse que el escenario está listo para escribir el guión de la cuarta temporada de la serie “Narcos”.
[i] En realidad se trata de un calificativo multipropósito. La diplomacia norteamericana lo usa alternativamente para calificar a sus enemigos de turno. Pueden ser Cuba-Nicaragua-Venezuela, o pueden ser Irán-Corea del Norte-Siria, según le plazca al Departamento de Estado. Además se trata de una lista de quita y pon, donde a veces alguno de los países bendecido con el apelativo es retirado o reingresado de acuerdo a lo que le conviene al maestro de ceremonias en una determinada circunstancia.
[ii] Este principio era defendido explícitamente por Arthur “Bomber” Harris, el jefe inglés del bombardeo estratégico contra Alemania, y compartido, con cierta reluctancia, por todos los miembros del gabinete británico, con Winston Churchill a la cabeza.
[iii] Sobre Haití y su nacimiento como entidad independiente, consultar “Los jacobinos negros”, el clásico libro de Cyril Lionel Robert James. Hay varias ediciones, incluida una del Fondo de Cultura Económica.