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09
JUN
2021
Pedro Castillo.
Pedro Castillo.
El maestro Pedro Castillo parece al borde la victoria en las elecciones peruanas. No le será fácil llevar adelante su programa, pero su triunfo sería una prueba de la supervivencia de las corrientes nacional populares en su país y en América latina.

Todavía no hay una certeza total respecto al resultado de la segunda vuelta de las elecciones en Perú. Pedro Castillo, el maestro de escuela devenido en líder sindical y político, está a un dedo de convertirse en el nuevo presidente de la República. Castillo se propulsó al liderato de la izquierda al sumarse a un partido marxista-leninista de reciente factura, Perú Libre, originado en el interior andino. Su rival, Keiko Fujimori –hija de antiguo presidente Alberto Fujimori (actualmente en prisión por crímenes contra la humanidad y por corrupción), deposita su esperanza de revertir la situación en base a los votos de los peruanos en el exterior. Pero difícilmente ese aporte pueda superar al que significará el conteo de las áreas rurales aún pendientes de escrutinio, donde el voto antisistema es preponderante.

Keiko es la expresión de la corriente neoliberal que ha dominado el escenario latinoamericano durante varias décadas y que no es sino la variante moderna que asume la casta dominante que ha explotado a estos países a partir de su fusión con las corrientes del imperialismo, de las que es la vez la correa de transmisión, la ejecutora y la beneficiaria de sus políticas. Afortunadamente en Perú con Castillo, como en México con López Obrador o en Argentina con Alberto Fernández y el Frente de Todos, esa tendencia tóxica está encontrando otra vez una resistencia que parecía haberse hundido fuera de Cuba, Venezuela y, tal vez, Nicaragua.

Ahora bien, no es cuestión de enarbolar pancartas ni de hacer flamear banderas, como suelen hacer los optimistas inveterados de la izquierda. Gane o no Castillo, lo estrecho de los márgenes por los que se decide el resultado pone en evidencia que en América latina el sistema de dominación oligárquico ya no tiene necesidad de golpear a la puerta de los cuarteles para ganar o retener posiciones en el sistema institucional. Le basta con su aplastante poder mediático y su capacidad desinformadora y persuasiva, sumados al control de la justicia y al soborno, más la  corrupción y la captación de voluntades, para retener una posición de poder que parece inatacable. La oleada reaccionaria que cubre el mundo se ha hecho –provisoriamente, espero- con los instrumentos para propalar un discurso único que entontece y nulifica. Todo se confunde, se re-significa y se banaliza. Hoy por hoy el estado y los valores que implican fusión y comunidad se ven bajo el ataque de un individualismo anárquico seductoramente corrosivo, disfrazado de liberal y progresista, que se esfuerza por disolver lo que tradicionalmente se ha llamado el buen sentido. Por ejemplo, no se trata de que no se pueda ser gay ni de ventilar la sofocante atmósfera de la represión psicológica que planteaba la hipocresía social del pasado, ni de atacar los abusos del poder, ni de coartar la libertad de divertirse, sino de que se está poniendo lo secundario por delante de lo esencial y alejando a los jóvenes de lo que fuera su preocupación primera: combatir la injusticia y preocuparse por los problemas que las viejas generaciones les dejaban plantados a los pies. En su lugar, se propala e impone el hedonismo bobo. De disciplina social, es decir de responsabilidad colectiva, ni hablemos.

Por otra parte, ¿los sectores reformadores, disponen de una fuerza, no digamos equivalente en malas artes, sino provistos de una inteligencia estratégica y táctica que sea capaz de disputar el espacio donde se dirime el poder real? Se echa de menos la presencia de las masas que deberían fogonear y dotar de capacidad explosiva a los partidos que deberían dinamitar el sistema. Además estos, como tales entidades, no existen, y quizá esta falta sea uno de los factores que impiden que la ecuación liberadora se cumpla. Ojalá que la plataforma de Perú Libre –que incluye una reforma constitucional y la recuperación de los recursos energéticos y mineros, esenciales en la economía peruana- pueda cumplir al menos en parte con esos objetivos. Pero la forma en que las fuerzas del sistema han cerrado filas contra Castillo es indicativa de que la batalla (de confirmarse la victoria del candidato) por llevar adelante ese programa va a ser muy difícil. No se vacila en achacarle a Castillo antecedentes terroristas –es decir, haber hecho migas con Sendero Luminoso[i]-, sino que al hacerlo se pone en sombra algo que, para los que sospechan de las ambigüedades del pragmatismo político, resulta tal vez más inquietante: su pertenencia de diez años a las filas de Perú Posible,  de Alejandro Toledo, ex presidente y adalid del neoliberalismo.

No han faltado en la campaña electoral peruana las notas de color. De color subido, como la que brindó Mario Vargas Llosa al apoyar la candidatura de Keiko Fujimori, la hija de quien considera su mortal enemigo, Alberto Fujimori. A quien odia por los atropellos que cometiera en el poder, pero quizás más porque lo derrotó en las elecciones presidenciales de 1990.

Se está a la espera del resultado definitivo. Como casi puede descontarse que ganará Castillo, se ha abierto el fuego de contrabatería de la derecha: la Bolsa cae en picado, las versiones de que Perú se convertirá en una nueva Venezuela son vertidas a troche y moche por la fauna de pseudoperiodistas que copan las pantallas de la tele, y las denuncias de fraude (¡!) son diseminadas con irresponsabilidad, pese a que todos los observadores internacionales han estado de acuerdo  en que los comicios se han ejecutado de manera correcta. La tendencia a “hablarse encima”, como diría Jorge Asís, se ha transformado en un hábito. Pero, dada la aplastante presencia mediática del discurso conservador, este torrente de detritus no produce rubor en  quienes lo vomitan: están blindados en su propia desvergüenza y en la certeza de que al hacerlo obtienen resultados. Pasajeros, tal vez, pero eficaces en la medida en que distraen y sobre todo en razón de que halagan la sensación de desazón y odio hacia el estado de cosas que el público masivo incuba en su seno. Empujado a la ignorancia o a la desorientación por un batiburrillo de informaciones desordenadas y carentes de jerarquía, está listo para prestar oídos a cualquier tontería, preferiblemente si es malintencionada y halaga los prejuicios que en parte le son propios  y en parte le han sido inculcados.

Es por esto que estos triunfos en el filo de la balanza que experimentan las fuerzas que promueven una propuesta reformadora no pueden ser festejados con toda la alegría que quisiéramos. O más bien sí, se puede hacerlo, pero con la conciencia de que se trata de apenas un paso y de que, después, habrá que aferrarse al pasamanos de la escalera para seguir subiendo –dificultosamente- los peldaños.

 

[i] Para defenderse de esa calumnia Pedro Castillo ha reivindicado en varias oportunidades el haber formado parte de las Rondas Campesinas, grupos de autodefensa que cooperaban con el ejército para combatir a los seguidores de Abimael Guzmán.

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