No contamos con los elementos para emitir juicio sobre las interioridades del proceso que terminó con la salida del ex ministro de Salud Ginés González García, pero sí para evaluar el deplorable carácter que tomó la operación. Porque Ginés fue probablemente, más allá del grueso error que cometió, la víctima de una operación política. Su actuación, se dice, resultaba poco grata, por irresoluta y lenta, para el presidente y la vicepresidenta de la República. También algunas de las figuras de las que se había rodeado no habrían respondido con la eficiencia y la orientación que se les reclamaba. El episodio de las vacunaciones VIP habría resultado por lo tanto un pretexto ideal para desvincular a su figura del gobierno. Pretexto caído del cielo gracias a la intercesión del periodista Horacio Verbitsky, que confesó cándidamente haberle solicitado al ministro un favor de amigo para hacerse vacunar, favor al cual Ginés no vaciló en responder favorablemente. La ingenuidad de Verbitsky es un punto difícil de establecer, en especial tomando en cuenta la habilidad serpentina que se dice ha demostrado a lo largo de su recorrido; pero, en fin, no podemos negársela a priori en este caso.
Pero lo que realmente molesta en este asunto es el aura de moralina con que se lo ha envuelto de parte del periodismo. Y no me refiero al periodismo opositor solamente, sino incluso al que se estima como amigo del gobierno. Una multitud de periodistas de C5N comenzaron a desgarrarse las vestiduras y a tejer elucubraciones acerca de si lo de Ginés era un acto de corrupción o una indecencia (¿?). Menos mal que en uno de esos debates irrumpió Aníbal Fernández para rescatar la figura del ex ministro proponiéndolo como lo que realmente ha sido a lo largo de su carrera: un sanitarista ejemplar, quizá el mejor que tuvo el país después de Ramón Carrillo; un organizador de la lucha contra la pandemia (más allá de los tropiezos que pueda haber tenido por su presunta inclinación a irse de boca), y sobre todo como el funcionario que, en su anterior gestión, hizo frente a los laboratorios y consiguió implantar la ley de genéricos, razón por la cual debe cargar todavía con pesados resentimientos sobre sus espaldas.
Viendo el asunto con cierto desesperanzado escepticismo acerca de nuestros defectos nacionales, lo de Ginés no me parece que sea otra cosa que otro caso de “amiguismo”, un vicio (aunque a veces sea también un alivio: quién no ha pedido que le apuren un trámite o le dispensen una cola si tiene un contacto en la administración) de nuestras costumbres sociales. Es verdad que en este caso lo que está en la balanza no es un simple paso administrativo sino un asunto en el que se encuentra en juego la salud y la vida, pero si se atiende a la escasa cantidad de los favores dispensados por el Ministerio de Salud se comprende que la transgresión fue menor y que no amerita ser judicializada. Una metida de pata no debería empañar la gran trayectoria de Ginés, quien además se hizo valorar por su excelente desempeño en su embajada frente al gobierno de Chile.
Como saldo positivo de este entuerto debe quedar, sin embargo, su carácter de ejemplo. Haciendo abstracción de la personalidad del ex ministro, que nadie esté a salvo de castigo por una incorrección o una inconducta y que por ella se deba responder con el cargo, es una lección que debería dejar huella en el comportamiento de los actuales y futuros funcionarios públicos. Y de la población en general, tan propensos como somos a buscar los atajos en vez de afrontar solidaria y disciplinadamente las dificultades.