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DIC
2020

"Mank": Una delicia para cinéfilos

Gary Oldman en
Gary Oldman en "Mank".
Un filme brillante, que nos devuelve a la “gran época dorada de Hollywood”. Que pudo ser grande, pero de ninguna manera dorada.

Netflix ha presentado esta semana el filme “Mank”, un biopic sobre el guionista, periodista y dramaturgo Herman Manckiewickz, que firmó junto a Orson Welles el guión de “El Ciudadano”;  pero a quien, según sus propias afirmaciones y la investigación de la crítica y ensayista Pauline Kael, corresponde la real autoría de ese magistral script, que sirvió de base al aún más eminente filme de Welles.

Dirigida por David Fincher (el director de “Seven”, entre otras muchas películas), apoyada en un guion redactado hace casi 30 años por su padre, el dramaturgo Jack Fincher, y sustentada por una portentosa fotografía en blanco y negro de Erik Messerschmidt, “Mank” no es una película para todo público. Es perfectamente comprensible y paladeable para quienquiera tenga cierta sensibilidad y esté dispuesto a dejarse llevar por la trama, pero si no dispone de conocimiento respecto de la historia del cine y de algunas de las claves que encierran a los personajes y a su época, se perderá una parte de su encanto. Al hablar de encanto no entiendo referirme a la leyenda poética y gloriosa que está presente en la preciosa “Cantando bajo la lluvia”, por ejemplo, sino más bien a la fascinación turbia de un lugar y un momento en los cuales la alegría de vivir y de crear estaba condicionada por la disipación, la plétora de dinero, el interés, la maquinaria industrial y el juego de influencias, en una atmósfera cuya vitalidad contrastaba de manera enfermiza con la desolación que reinaba afuera, en un país azotado por la depresión y un mundo sobre el que se cernía la amenaza de la guerra.

El filme de Fincher se centra en los dos meses de 1940 en los  cuales Mankiewicz –que se repone de un accidente de automóvil- es prácticamente recluido por Welles en una cabaña en el desierto de Mojave para constreñirlo a redactar el guión, apartándolo de la botella. Acompañado por una taquígrafa inglesa y un ama de llaves alemana, Mank recibe de cuando en cuando la visita de su hermano menor –que sería un afamado director de cine después- y de algunos colaboradores asociados a la producción, y atiende asimismo los eventuales llamados de Orson, que lo urge a terminar un guión que tiene un plazo de entrega. Dentro de ese marco se encuadran una serie de flashbacks que van y vienen, sin un orden rigurosamente cronológico, en la vida del personaje, y de los cuales emerge un retrato –que es cualquier cosa menos piadoso- de su persona. Mank es un tipo de izquierdas, bondadoso pero autodestructivo, en estado semipermanente de intoxicación etílica, que dispara saetas a diestra y siniestra con un ingenio irónico o feroz, escribe con maestría guiones por encargo y posee una verba ácida que divierte o incomoda a sus muchos amigos o colegas; algunos de los cuales, como Louis B. Mayer, Irving Thalberg, David O. Selznick o el mismo magnate de la prensa William Randolph Hearst, a quien retrataría impiadosamente luego en el guión de “Kane”, se cuentan entre las figuras más influyentes del momento y nada tienen que ver con su ideología.

¿Qué determina ese comportamiento de “bufón de corte” como despectivamente lo califica Mayer en la formidable escena de la cena de disfraces en San Simeón? ¿La traición que siente que consuma contra su propio talento? ¿El desencanto por el fracaso de la revolución socialista (son los años de la traición estalinista a la revolución rusa y del auge de nazismo); el resentimiento contra su propia incapacidad para poner coherencia entre su actividad y sus ideas? Su guion de “Citizen Kane”, ¿es una venganza contra todo eso o contra sí mismo? La decisión de disputar a Welles la autoría de esa estructura narrativa, violando el pacto por el cual él renunciaba al crédito para satisfacer al ego del joven genio, ¿fue una manera de rebelarse contra su propio escepticismo? Son preguntas que cada espectador puede contestar a su modo. Por esto “Mank” es un filme digno de ser apreciado no sólo por su factura formal sino también por el carácter intelectual de esta. Lo cual hace más difícil pero doblemente interesante su lectura.

La narración de la película apela a la gramática cinematográfica de la época, lo que demuestra lo avanzada que esta se encontraba: es compleja, veloz y tan fluida y rica como la actual. No se trata de un remedo, sino de una puesta en valor que delata su modernidad, y que recupera la extraña poesía del blanco y negro, su poder de ensoñación y la sugerencia misteriosa que podían tener sus planos.  El recurso al fundido encadenado que Fincher adopta para retratar el clímax del festejo electoral en la noche en que el republicano Frank Merriman derrota al escritor izquierdista Upton Sinclair en las elecciones por el estado de California, es una de las pocas veces en que puede apreciarse una voluntad de reminiscencia erudita. Que bien podemos agradecer con un cosquilleo nostálgico quienes nos formamos viendo esa clase de cine.

Los trabajos actorales con todos ellos de una solidez ejemplar. Me atrevería a afirmar que Gary Oldman merecería alcanzar el Oscar a la mejor actuación si no fuera porque ya lo recabó (en un trabajo indudablemente menor) con el Churchill que compuso en “Las horas más oscuras”, un par de años atrás. Pero si aquello fue a mi entender una “macchietta” del líder inglés en un filme mediocre, aquí Oldman da un personaje humano por todos sus costados, conmovedor y creíble. El resto del elenco tiene una consistencia parecida. El mejor es sin duda Charles Dance, el actor británico que encarna a Hearst con un temple ejemplar, hecho de contención y distancia. Amanda Seyfried está excelente como Marion Davies, su amante, a quien Mankiewicz y Welles destrozaron en el filme en aras de la consistencia dramática de este, pero que era mucho más inteligente, viva y sensible en la vida real. El tema de las claves es una de las trampas más temibles de la ficción: con la veladura de un nombre ficticio, se puede decir o insinuar cualquier cosa sobre cualquiera.

Aquí no hay claves, pues todos los personajes aparecen con su nombre. Del sólido conjunto de actores que completa el elenco quizá el que más se destaca es Arliss Howard, que compone un eléctrico Louis B. Mayer, centrado en sí mismo, cordial pocas veces, indiferente otras y peligroso como una tarántula. El guión de Fincher padre no escatima las puntualizaciones duras a su respecto. De hecho, aparte de Mank y del personaje de Marion Davies encarnado por Amanda Seyfried, todas las figuras de Hollywood que aparecen en el filme son tratadas de manera inclemente. E incluso el protagonista, pese a su nobleza de fondo, resulta equívoco en su comportamiento para con sus protectores, que lo cobijan a pesar de que no cesa de zaherirlos, hasta que colma la medida del vaso.

No deja de ser bueno que exista Netflix. Esta película, “Mank”, si hubiese debido afrontar la competencia del box office, difícilmente habría encontrado un productor. Es fina, brillante y muy humana, pero no provee el gancho elemental que necesita el gran público de hoy. Su crítica a Hollywood no posee el matiz satírico, desenfadado, explosivo y morboso que hizo el éxito de “Érase una vez en Hollywood”, de Quentin Tarantino. Con todo me permito preferirla, y estoy seguro de que de la misma opinión serán los muchos aficionados al gran cine que deambulan por ahí.

 

“Mank”. (Estados Unidos, 2020). Dirección: David Fincher. Guion: Jack Fincher. Fotografía: Erik Messerschmidt; Montaje: Kirk Baxter; Música: Trent Reznor, Atticus Ross. Distribución: Netflix. Con Gary Oldman, Amanda Seyfried, Charles Dance, Lily Collins, Arliss Howard.  

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