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23
NOV
2020
Kennedy mortalmente herido mientras Jackie trata de salir del coche y  un custodio se abalanza hacia el auto presidencial.
Kennedy mortalmente herido mientras Jackie trata de salir del coche y un custodio se abalanza hacia el auto presidencial.
El distanciamiento del pueblo con la cosa pública está facilitando la extensión del poder puro, desprovisto de ética y habitado por un pragmatismo feroz. Las incógnitas del caso Kennedy.

Este domingo me desperté pensando, no sé por qué, en los argumentos que suelen jugarse en torno a las teorías conspirativas de la historia. Y de repente vi que la fecha coincidía con el quincuagésimo séptimo aniversario del magnicidio de Dallas. Eso hizo que me viniera a la mente el tonillo irónico con que los grandes medios y algunos intelectuales se refieren a esas teorías a las que me refiero. Sin duda que los “conspiranoicos” fantasean mucho en torno a realidades que suelen ser mucho menos enrevesadas de lo que parecen a ciertas mentes febricitantes. Esta inclinación al delirio y a la pavada se ve notabilísimamente reforzada ahora por las redes sociales, donde cualquier disparate puede circular con impunidad. Sin embargo, en cuanto a conspiraciones, que las hay las hay. En especial en tiempos como estos, cuando los servicios de inteligencia se han hipertrofiado ante la gradual separación que se genera entre la clase política y el pueblo al que esta debería representar. Si los políticos flotan en la atmósfera enrarecida  de los medios, los lobbies, las trenzas y las transacciones donde los proyectos de fondo y las ideologías  pierden entidad y se transforman en variaciones de un discurso único que refleja el interés plutocrático –a su vez inasible y oculto detrás de redes financieras resbaladizas como anguilas- es lógico que la fuerza ejecutiva de las agencias y los poderes fácticos que se mueven en esos corredores se vea potenciado exponencialmente.

El caso del asesinato del trigésimo quinto presidente norteamericano es irreductible a la teoría del loco suelto, como con gran desenvoltura mantuvo la comisión Warren, encargada de investigar el asesinato, teoría que sin embargo aún hoy se sostiene como hipótesis oficial. La conclusión de la comisión sostuvo que Lee Harvey Oswald, un ex marine con antecedentes comunistas, que había viajado a Rusia y que se había exhibido repartiendo panfletos a favor de Fidel Castro, había subido  hasta el sexto piso de un depósito de libros desde donde se dominaba un tramo del recorrido del auto presidencial, descapotable y descubierto, y desde allí había efectuado  tres disparos con un viejo fusil italiano Manlicher-Carcano, con alza telescópica y sistema de acción Bolt (de cerrojo). El primero habría rebotado en el suelo, desviado por un semáforo, y los otros dos habrían impactado al presidente en espalda, con orificio de salida en la garganta, y en el parietal derecho, alcanzando también al gobernador de Texas, John Connolly, quien habría sido tocado por el segundo tiro, el que le dio a Kennedy en la espalda. Este proyectil, apodado la bala mágica”, habría realizado una extraña trayectoria que desconcertó a los expertos.

La capacidad de Oswald para acertar con tanta precisión y en un brevísimo tiempo los tres disparos en cuestión fue la primera cosa que llamó la atención y la que de entrada atrajo la atención del público respecto a la inverosimilitud de la hipótesis del “tirador solitario”. Disparar, recargar, volver a disparar y repetir la operación una vez más con tanta exactitud exige la presencia de algo más que la de un francotirador experto: requiere casi de un Mandrake.

Pero después las evidencias de que se estaba frente a un caso complicado que involucraba a más de un tirador se hicieron legión. La filmación Zapruder, captada por un cineaficionado, demostró que el tiro fatal en la cabeza había venido de frente, cosa reñida con la suposición de un único asesino emboscado detrás, en el edificio del depósito. Antes incluso, afloraron declaraciones de múltiples testigos, muchos de los cuales murieron después en incidentes poco claros, que hacían referencia a un fuego cruzado sobre la caravana efectuado desde un montículo frente a ella y desde el edificio de la librería. Pero, sobre todo, lo que vino a demoler la hipótesis fue el asesinato de Oswald apenas 24 horas después de producido el magnicidio, cuando el presunto asesino se encontraba bajo custodia policial y fue liquidado por Jack Ruby, un empresario de la noche asociado a organizaciones anticastristas que planeaban ataques contra Cuba y que estaba vinculado a la mafia. Ruby se infiltró en varias ocasiones en la central de policía durante la estancia del Oswald allí pues era, aparentemente, un informador de esta, y lo baleó cuando era trasladado a un furgón blindado que lo dejaría en la cárcel del condado.

Bueno, toda esta inverosímil madeja de hechos sigue exhibiendo, más de medio siglo después, demasiados puntos oscuros. El mayor es el porqué de una conspiración para matar al presidente y el porqué el sistema bipartidista de la Unión ha sido hasta ahora incapaz de echar luz en él. Mucho se ha hablado de una conjura perpetrada por personajes menores –un par de petroleros de Texas que juzgaban a Kennedy como demasiado flojo frente al comunismo; algunos exiliados cubanos resentidos por el abandono por el presidente del desembarco en la bahía de Cochinos, al principio de su mandato; el odio de algunos personajes de la mafia que sentían traicionado su apoyo a la campaña electoral de JFK y amenazados por las investigaciones del procurador general (Robert Kennedy) y querían tomar venganza… Pero son hipótesis débiles si no se conecta a esos personajes con fuerzas provistas de un peso realmente decisivo. La mafia jamás se involucraría en un asesinato de estado que pudiera comprometer las relaciones bien aceitadas que mantiene con este. Si se cuida hasta de matar policías…

De modo que habría que buscar más arriba. Si obviamos las suposiciones a lo Shakespeare en torno a asesinatos determinados por el apetito de poder de un posible sucesor deseoso de eliminar a un rival (que adjudicarían al vicepresidente Lyndon Johnson el papel del villano) las  deducciones más plausibles apuntan a una combinación de elementos del Pentágono, del complejo militar industrial y de la CIA. Ya en la crisis de los misiles cubanos producida el año anterior los militares del ala dura, encabezados por el general Curtis Le May, habían toreado a Kennedy impulsándolo a desembarcar en Cuba, aún a riesgo de provocar la tercera guerra mundial, pues estaban seguros (a pesar de que fingían no estarlo) de la aplastante superioridad militar que Estados Unidos tenía respecto a su enemigo en ese momento. Kennedy resistió el envite y, lo que era más grave, insinuaba llevar adelante una política de distensión hacia la URSS que minaría la base del que ha sido y es el gran negocio de la economía norteamericana: el sostén de una política de supremacía mundial que requiere inversiones gigantescas y continuas en la acumulación, investigación y renovación de armamentos, lo  que implica el movimiento de las masas de capital que no sólo permiten realizar pingües negocios sino que sostienen el dinamismo capitalista, concentrándolo en sectores restringidos. Y a la teoría del derrame, que le den por saco.

Desde luego, estas son hipótesis incomprobables mientras no exista un acceso libre a toda la documentación de la época. Pero todo lo que vino después discurre en este sentido, de modo que la suposición de una conspiración, en este caso, tiene bastante asidero. No deja de asombrar, sin embargo, que, de ser así, los fríos mandantes de la ejecución del presidente hayan podido jugar una carta tan fuerte sin tener, quizá, necesidad de ello. Pues Kennedy ya estaba muy enredado en Vietnam, su principal asesor, Robert McNamara, abogaba por el compromiso en el sudeste asiático y el peso del complejo militar-industrial podría haber frenado las iniciativas diplomáticas que el presidente parecía dispuesto a llevar a cabo con Rusia. Habría que ponerse en la mente o en la piel de personajes como Le May o Richard Nixon, y sobre todo en la de la miríada de agentes y oficinas de inteligencia que actuaban en ese momento en Washington con toda la mentalidad de la guerra fría, para entender los vericuetos de donde, en un momento dado, pudo brotar la orden fatal.

Pero es demasiado trabajo. Tengamos en cuenta, eso sí, que los lunáticos no circulan sus fantasías sólo por las redes sociales: a veces se sientan en despachos altamente situados, frente a computadoras en conexión con los centros neurálgicos del mundo entero.

 

 

 

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