Un viejo proverbio ruso dice que “las cornejas se asustan del sol que se refleja en la escopeta”. Es decir, modificando el refrán, se preocupan por la sombra de una cosa y no por la cosa misma. Un eco de esto resuena en las protestas que suscitaron los dichos de Eduardo Duhalde a propósito de la probabilidad de un “nuevo golpe militar en la Argentina”. El ex presidente probablemente no quiso hacer otra cosa que recuperar protagonismo y volver a ocupar un pedacito del escenario con esta formulación sensacionalista. Pero lo llamativo no fue tanto la declaración en sí, como el escándalo que suscitó y que precipitó a montones de comunicadores a levantarse indignados.
El pronóstico duhaldiano difícilmente responda a la realidad si hace referencia a la disposición de las fuerzas armadas para dar un golpe; creo que en estos momentos la sola posibilidad de contemplar una salida de ese tipo debe estremecerlas de temor. Con la memoria del catastrófico fracaso de su última experiencia y, en las actuales condiciones del país, con la pandemia y la crisis económica que deviene de esta y sobre todo del brutal vaciamiento que sufrió durante el gobierno cleptocrático de Mauricio Macri, la perspectiva de ejercer nuevamente el gobierno se les debe antojar a la mayoría de sus integrantes como un presente griego.
La resonancia que tuvo la desafortunada frase de Duhalde indica más bien la proclividad de los medios y de una parte de la opinión pública a colgarse de falsos problemas, para evitar tener que ocuparse de los que realmente cuentan. En efecto, lo que está en juego aquí no es un golpe militar, sino la existencia de condiciones socioculturales que en algún momento pueden generar brotes anárquicos que podrían derivar en una intervención de las fuerzas armadas. Este sería, probablemente, el deseo secreto del bando neoliberal si estuviera seguro de que la desestabilización provocaría un golpe de timón orientado a la derecha. Podría este tener el carácter que fuera, parlamentario o militar, aunque, como se ha visto en Brasil y otros lares, se lo preferiría de corte institucional. La cuestión para la reacción será siempre prevenir una evolución de esta sociedad que la direccione en un sentido nacional, popular y progresivo (no progresista, entiéndase bien). Pues así como se opone a una renovación social conducida por un gobierno elegido democráticamente, también se opondría un experimento de corte castrense que se moviese en ese sentido, como eventualmente se ha dado aquí (con el golpe de estado del 43, del que nació el peronismo), o en Perú, Venezuela, el Egipto de Nasser y tantos otros casos.
Para los medios de comunicación y para los periodistas en general, sin embargo, el arraigo social, la psicología de masas y las determinaciones de clase han perdido importancia. No les interesan o las ignoran porque no las comprenden o no les conviene entenderlas. Todo parece reducirse a comulgar en una vulgata genéricamente democrática que absolutiza el valor de las formas por encima de los contenidos y que se pasa la historia por salva sea la parte. Cuenta el ropaje antes que el espíritu.
Es evidente que estamos caminando sobre un cordel muy fino suspendido sobre un río turbulento. Pero la situación, si se tiene la decisión necesaria para acometer ciertas reformas de fondo, está lejos de ser desesperada. Más bien al contrario, hay augurios que vaticinan una buena recuperación económica para el año que viene, si se toma en cuenta el marco deprimido en el que nos encontramos y el hecho de que el arreglo con los bonistas privados da un margen de gracia que permitiría poner nuevamente al país en pie. La implantación a nivel internacional de la Cláusula de Acción Colectiva (CAC) por la que se define un porcentaje de aceptación de la oferta de canje de deuda en cesación de pagos a partir de la cual todos los bonos ingresan en la operación, sin importar que una porción de ellos no se hubiese sumado inicialmente a la oferta aceptada por la mayoría, preserva al país de la irrupción otros fondos buitre como los que en 2014 complicaron el último año de la gestión de Cristina Kirchner y consiente (una vez logrado el acuerdo respecto a la deuda con el FMI) un relanzamiento de la economía fundado en parámetros racionales. Claro que todo seguirá condicionado a la evolución de una crisis económica global afectada por la pandemia y por los problemas inherentes al estadio actual del capitalismo.
Las reformas a las que nos referimos son la judicial y la fiscal, entendiéndose por esta última no sólo un impuesto a la riqueza que afectaría por “una única vez” a las grandes fortunas, sino la composición de un sistema tributario progresivo de carácter permanente, que obligue al gran capital a reinvertir en el país –trámite la gestión gubernamental- y le impida fugarse al exterior, a la nube cibernética donde evoluciona sin ocuparse de otra cosa que de inflarse a sí mismo. Esta es una resolución infinitamente postergada, cuya no concreción ha condenado a la Argentina a arrastrar un atraso que no se justifica.
La posibilidad de llevar adelante ese curso de acción reside en la existencia de una voluntad política decidida a impulsarlo. Con frecuencia, en el pasado, se soslayó ese procedimiento con el argumento de que primero había que “acumular poder” para llevarlo adelante. Se trató en algunos casos de un cálculo equivocado, y en otros pudo haber sido el fruto de complicidades secretas con el sistema. Pero en esa tarea de presunta acumulación de fuerza se desperdició mucho tiempo y se perdieron oportunidades, sin otro saldo que debilitarse y consentir al enemigo la práctica de campañas de desgaste para llevar adelante las cuales está muy bien equipado gracias al control que ejerce sobre los oligopolios de la comunicación. En realidad, la única manera de acumular poder en este país es modificando la porción del león: gravándola de acuerdo al caudal de su riqueza y orientando ese excedente a la promoción de la actividad productiva. No hay que esperar sin embargo que la oposición se allane a jugar con armas limpias. Desde la imperdonable decisión de tratar a los problemas emergentes del Covid 19 desde el ángulo de su explotación política, al propósito de embarrar los debates en el Congreso en torno a cuestiones claves montando un melodrama en torno al carácter presencial o virtual que deberían tener las sesiones, la mala voluntad de al menos su rama más dura demuestra que no piensa acatar la decisión de las urnas y que se propone actuar sin cuidarse de su abrumadora responsabilidad en la crisis económica que nos arrasa.
La puesta en órbita del Saecom 1 B, un satélite de exploración de alta complejidad que servirá a las necesidades de sectores productivos del campo y a vigilar las fronteras terrestres y marítimas de jurisdicción nacional, monitoreando por ejemplo la actividad pesquera ilegal que depreda la fauna ictícola es un gran logro, que contrasta con la desactivación cumplida por la gestión Macri de los planes atómico y espacial. En su afán por convertir al estado en una mesa de dinero para el capitalismo de amigos, Macri y los suyos renunciaron a toda perspectiva de emprendimiento estratégico y estuvieron a punto de hacer perder al país la banda de frecuencia que se le había otorgado en el espacio para atender a sus necesidades. Este botón de muestra debe servirnos de advertencia: resulta demasiado cara la alternancia entre un modelo de país y otro de no-país. Es decir, entre un proyecto que programe a la Argentina integrada a la modernidad y consciente de su esfera de responsabilidad geopolítica, y otra concebida únicamente como plataforma para henchir los bolsillos de unos pocos.
La reforma fiscal y la judicial son indispensables. Para que, si vuelve, la banda neoliberal no pueda seguir deshaciendo lo que trabajosamente se ha construido una y otra vez.