El cine de Spike Lee siempre merece ser visto. Aunque no en todas las ocasiones sea prolijo, Lee es un artista provisto de una veta polémica, que se elige como portavoz de las reivindicaciones de sus hermanos de color en Estados Unidos. En consecuencia busca siempre la que juzga la vía más eficiente para transmitir su mensaje sin excesivas fiorituras. Pero a veces el ímpetu de las consideraciones morales, sociales o políticas que condicionan el carácter de sus personajes hace que los fije en diálogos rápidos y un poco simplistas, panfletarios casi, sin que por ello el conjunto de la obra pierda su dinámica. Al menos este es el caso, según mi entender, de la última entrega del director afroamericano: “5 Sangres”: un largo (laaargo...) metraje rodado para Netflix, que narra la aventura de cuatro sobrevivientes negros de la guerra de Vietnam, quienes vuelven al escenario de su experiencia bélica para recuperar los restos de un camarada caído en combate. Detrás de esa finalidad ostensible hay otra oculta, que es llevarse el centenar de barras de oro que han enterrado en el lugar donde cayó su compañero y que habían estado destinadas por la CIA a ganarse el favor de una tribu para sumarla a la lucha contra los comunistas.
Los personajes cargan sobre sí resentimientos, historias personales, vivencias sufridas en la guerra y, sobre todo, en su existencia dentro del entramado de la sociedad norteamericana, tan cargado de racismo y regido aún hoy, aunque se intente disimularlo, por una discriminación enraizada en lo profundo de la psiquis social. En cuanto al ausente, al camarada muerto, había sido el líder del grupo de los autodenominados "sangres" y quien les había hecho internalizar la conciencia de la historia del pueblo negro de Estados Unidos.
Los “sangres”, no son precisamente unos refinados intelectuales. De modo que trasuntan sus conflictos de una manera directa, caótica y frenética a veces, mientras emprenden un viaje que en cierto sentido evoca a la excursión de los aventureros de “El Tesoro de la Sierra Madre”, la película de John Huston basada en la novela de Bruno Traven. Hay un propósito racional y presuntamente ético en el proyecto, que sería en este caso rescatar el dinero para ponerlo al servicio de la causa de los negros en Estados Unidos, repartiéndose algo del oro para su provecho personal, como indemnización por tanto dolor sufrido. Pero pronto, como era de suponer, el diablo mete la cola y las cosas salen mal.
No voy a adelantar más del argumento para no incurrir en un “spoiler”, pero la película como conjunto no creo que esté entre las más felices de las que he visto de Spike Lee, aunque narrativamente se cuente, creo, entre las más ambiciosas, y políticamente entre las más oportunas. Dentro lo que conozco de la obra del cineasta, “Haz lo correcto” y sobre todo “Malcolm X”, me parecen piezas narrativas muchísimo más logradas que “5 Sangres”. Es que en esta última película el compromiso con el gran espectáculo y con la convención del cine bélico e incluso con esa especie de movimiento reflejo que consiste en pintar a los norteamericanos como superhéroes que siempre están moviéndose bajo fuego con agilidad increíble y disparando con inaudita puntería, está demasiado presente. Hasta el punto de quitarle mordiente a las venenosas observaciones que se realizan en el guión acerca de la manía de volver a pelear la guerra de Vietnam en el cine, y en cada ocasión ganarla. No se puede criticar a Rambo e imitarlo luego en la pantalla.
Estos defectos no obstan para que la película no sea meritoria y digna de ser discutida políticamente. Que fue, sin duda, la principal razón por la que Spike Lee decidió abordar este proyecto. La muerte de George Floyd por maltrato policial y la ola de disturbios que el hecho produjo en todo el territorio estadounidense han coincidido con el lanzamiento del filme, lo que lo dota de un gran potencial para sostener y ensanchar el debate de esa sociedad consigo misma. Lee ha estado batiendo el parche sobre la naturaleza de las relaciones raciales y de clase en su país desde el comienzo de su carrera, y el hecho de Vietnam sigue erigiéndose como el caso de referencia más importante para que los norteamericanos se miren en el espejo. La película habla no tanto de la puesta en evidencia de la brutalidad y del cinismo de la política imperialista de la Unión al disfrazarse de campeón del “mundo libre” para instalar su predominio, como de la disparidad en el aporte de los sectores sociales al sacrificio en la línea de fuego, lo que implica repudiar la injusticia de fondo que recorre a la sociedad. En la época de la guerra Vietnam, el 11 % de la población estadounidense era de color. Sin embargo, en las estadísticas del conflicto, el 35 % de los hombres que pelearon el conflicto eran negros. La clase y la raza eran factores determinantes en la selección de los hombres que se destinaban a proveer de carne de cañón al frente de batalla. La vieja ecuación histórica que libraba a los ricos del servicio en primera línea y condenaba a él a los pobres que no tenían dinero para pagarse un reemplazo –típica de las guerras napoleónicas y de la guerra civil norteamericana-, tenía en los años 60 del pasado siglo una vigencia mucho más disimulada, pero sin embargo estaba presente en el momento en que la conscripción en Estados Unidos designaba a los jóvenes para servir en Vietnam.
La leva en masa, nacida de los principios igualitarios de la revolución francesa, perdió buena parte de su sentido tras el período de las guerras mundiales. No es casual que después de Vietnam la mayor parte de las sociedades avanzadas hayan reemplazado a ese sistema por el del voluntariado, que suscita menos resistencias, aunque por supuesto solo puedan permitírselos aquellos países que disponen de posibles para pagarlo; a menos de que se trate de sociedades muy atrasadas o primitivas, donde las armas están al alcance de todo el mundo, pero en especial de las guardias pretorianas, los delincuentes o los revolucionarios profesionales.
El tema de la desigualdad en el aporte al sacrificio, sin embargo, no constituye el único nudo temático de “5 Sangres”. Este reside más bien en el conjunto de subtemas que se introducen a lo largo de la trama y que suponen una ambiciosa pretensión de convertir al problema negro en el centro problemático de la historia norteamericana. La película de Lee está concebida, como todo el cine que le conozco, para provocar una respuesta intelectual y emocional de parte del espectador acerca del tema de la negritud, que recorre como un nervio sensible a su país. Pero en este caso maneja demasiadas cosas y eso por momentos torna confusa a la película. Están las relaciones dentro del grupo de los ex combatientes, sus historias personales, los vínculos con la población vietnamita, a veces ríspidos; las de algunos vietnamitas reclutados como agentes para asegurar las conexiones que consientan manejarse en el país; la corruptela de los policías nativos que también quieren medrar en el negocio; la presencia de un intermediario francés –protagonizado por un Jean Reno envejecido y desprovisto de su viejo magnetismo escénico-, y la de una joven también francesa que capitanea un equipo europeo dedicado a remover las minas que fueron sembradas durante el conflicto. Falta en cambio la visión de la guerra desde el punto de vista del pueblo vietnamita, salvo un apunte al pasar con un vendedor ambulante que intenta forzar la compra de un ganso por uno de los personajes y desencadena un intercambio de improperios donde saltan muchas emociones y resentimientos irresueltos. Al lema “Black lives matter” que subyace a la película, habría que completarlo añadiéndole “Vietnamese lives too”…
Es demasiado y es poco a la vez, por lo tanto. El tramado de estas diversas historias requiere de un tiempo que estira la duración de la película a 2 horas y 35 minutos. La destreza técnica de Lee y de su equipo consiguen que este paquete argumental funcione y que por momentos alcance gran eficacia dramática, apoyado en interpretaciones que, en el caso de Delroy Lindo, tiene ribetes sensacionales en su construcción de un tipo fronterizo que transita por una frágil cornisa entre la ira y la locura. Por otra parte, la ocurrencia de mantener la apariencia física de los personajes de acuerdo a como son en el presente, incluso cuando se los pinta en su juventud, es una decisión que no comprendo, aunque quizá pueda estar referida a un deseo de simbolizar la cristalización en el tiempo de una problemática que no se resuelve.
La realización comparte el gusto por la mescolanza o el precipitado de estilos. De ahí los cambios de formato y de tonalidad pictórica en los flashbacks que evocan la peripecia de "sangres" en la guerra, que remiten a la película de 16 mm., propia a los noticiarios de la época, y al achicamiento o al ensanchamiento del cuadro.
Película de compromiso ideológico, película de aventuras, película de guerra, “5 Sangres” es un vehículo que transporta también una colección de citas cinematográficas y musicales. Estas últimas escapan a mi conocimiento, pero deben ser muchas, a estar por el impresionante listado del final. En cuanto a las fílmicas está sobre todo la omnipresente “Apocalypsis Now”, de Coppola, a la que se cita expresamente –e irónicamente- cuando comienza la marcha del lanchón que conduce a los personajes por el río, mientras se escucha la cabalgata de las Valkirias, el leitmotiv wagneriano que acompaña a la incursión de Robert Duvall (“me gusta el olor del napalm por la mañana”) cuando sus helicópteros devastan una aldea enemiga emplazada al borde de un curso de agua.
Resumiendo: para quien guste del cine político, testimonial y de aventuras, “5 Sangres” resulta de visión necesaria, o al menos conveniente. Quien se incline por formas más refinadas y cultas de arte, puede prescindir del filme, pero se estaría perdiendo algo.
“5 Sangres” (Da 5 Bloods”), EE.UU. 2020. Dirección, Spike Lee; Guión, Danny Bilson, Paul Demeo, Kevin Wilmot y Spike Lee; Fotografía, Thomas Newton Sigel; Intérpretes: Delroy Lindo, Jonathan Majors, Jean Reno, Melanie Thierry, Chadwick Boseman.