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25
OCT
2008

Por fin un golpe preciso

Movido por la necesidad de enfrentar a la crisis mundial, el gobierno está empezando a asestar golpes dirigidos al corazón del sistema erigido por el neoliberalismo, como es la absorción de las AFJP por el Estado.

La histeria desarrollada por el entramado de la Bolsa y la congregación mediática a partir de la resolución de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en el sentido de nacionalizar las AFJP (Administradoras de Fondos, Jubilaciones y Pensiones), da la medida de la importancia de esta iniciativa gubernamental y pone de manifiesto que en la política nacional están empezando a tocarse cosas hasta ahora intocables. La lucha por las retenciones al campo –que para los medianos y pequeños productores se resolvió en una victoria pírrica, pues hoy están ganando menos de lo que podrían haberlo hecho de haberse aprobado las retenciones móviles-, fue el primer síntoma de que el actual gobierno está empezando a atacar partes sensibles del modelo instaurado por el neoliberalismo.

Todo propósito decidido en este sentido va a suscitar, como en ese caso, resistencias poderosas. Pero la única actitud que cabe para sacar de una vez por todas al país de una situación de dependencia económica y de sumisión cultural, es proceder contra los bastiones del modelo. La reestatización de Aerolíneas y la decisión gubernamental que devuelve las jubilaciones privadas al sistema de reparto, son mojones en una trayectoria todavía dudosa, pero que comienza a ser ascendente.

En el caso de las AFJP se termina con una de las experiencias más dolosas y siniestras del menemato, cual fue el traspaso del dinero del sistema jubilatorio estatal a unos fondos de inversión privados que de inmediato los volcaron a la timba financiera. Merece, por lo tanto, el apoyo de quienes queremos un país diferente.

Desde luego, todo es perfectible y la iniciativa gubernamental tiene posibilidades de refinamiento y profundización. Es necesario que los fondos que volverá a recolectar el Estado se dediquen a sostener el adecuado nivel de vida de los jubilados y a la inversión en obra pública, pero en ningún caso sean derivados a la atención al financiamiento electoral o al de obligaciones fiscales. Verbigracia, al servicio de la deuda externa.

La iniciativa requiere también ser replicada, reproducida, en otras áreas para que el país salga adelante. La reestatización de las AFJP, así como la renacionalización de Aerolíneas Argentinas, son pasos adelante. A ellos deberían seguir, en corto plazo, la derogación de la ley de entidades financieras y una nueva ley de radiodifusión. Sólo así se podrá desmontar el tinglado que sostiene aun al sistema saqueador y darnos la oportunidad de avanzar en un terreno medianamente despejado.

Las palabras de Franklin Delano Roosevelt, “sólo debemos temerle al temor”, cuando asumió como presidente de Estados Unidos en medio del tembladeral de la Gran Depresión, son un consejo válido para todas las épocas. Nos encontramos en la periferia de un torbellino mundial, donde los gobiernos ultraliberales que hasta hace poco afirmaban que el mejor Estado es el que no hace sentir su presencia, se están precipitando a actuar para sostener a los mercados. El intervencionismo estatal es, pues, un hecho. Pero, ¡atención! En realidad lo era también antes de la actual hecatombe financiera, pues sólo desde las posiciones ejecutivas de poder, recubiertas con el aura de una democracia aparente que no es otra cosa que una oligarquía representativa, se podían haber tomado las resoluciones que desmantelaron al Estado de Bienestar y empujaron al mundo a la crisis. Hasta hoy, en Washington este nuevo intervencionismo gubernamental va en el mismo sentido que en el de la ficticia abstención anterior. Esto es, en el de un salvataje de los conglomerados de inversión, no en el de los ahorristas saqueados. El gobierno federal compra hipotecas basura de la banca y otras acciones, a la vez que renuncia al voto que tal compra le da en la toma de decisiones de los bancos intervenidos.

Entre nosotros la nacionalización de las AFJP puede derivar hacia un punto inverso. Por lo que se dice, dado que las AFJP tenían alrededor del 10 % de sus capitales invertidos en empresas ubicadas en el país, si el Estado elimina el sistema jubilatorio privado, como es su propósito, a partir de allí pasaría a tener una participación interesante en las acciones de algunas de las más fuertes compañías de la Argentina, como son Edenor (electricidad), Tecnium Siderar (siderurgia), Repsol-YPF y Petrobras (petróleo). Y hasta podría desembarcar en el grupo Clarín… Sería muy importante que el Estado buscara integrar el directorio de esas empresas a través de su participación accionaria. No tendría el control de esos conglomerados ni mucho menos, pero al menos podría tener cierto peso en sus decisiones y una mayor capacidad de monitoreo. La otra opción es que venda esas acciones para transformarlas en dinero líquido dirigido a sustentar mejor el financiamiento del sistema jubilatorio. Ninguna de las dos alternativas es mala, aunque uno se incline por la primera.

Como quiera que sea, no hay duda de que la Argentina se mueve. La crisis mundial ayuda a romper el modelo. Por supuesto que los remezones de ella nos van a alcanzar, pero por eso mismo hay que cubrirse lo mejor que se pueda. La absorción de las AFJP es una forma de hacerlo. La reacción de la “patria financiera” ante esa amenaza ha precipitado un aluvión de titulares sabiamente encadenados para diseminar el pánico en un público desinformado, y ha desatado a la jauría de los “comunicadores” que jamás tuvieron una reflexión crítica acerca de un sistema neoliberal que promovieron el desastre, al que sirvieron y al que aun hoy, en medio de su descalabro, siguen sirviendo.

La oposición, por su lado, tomada de sorpresa por la crisis global, salta erizada ante cualquier iniciativa gubernamental que tienda a cubrirse frente a la tormenta. Acompaña por lo tanto a los agoreros de la City, que, paradójicamente, querrían volver a las políticas que nos trajeron al desastre actual como manera de resolverlo. No son capaces de elaborar un plan aceptable para encarar la crisis; pero, eso sí, se quejan de todo. En la medida en que el público se ha acostumbrado a desconfiar de lo que viene del Estado nacional por el hecho de que este por mucho tiempo se ha encontrado en mano de quienes eran sus enemigos (el zorro guardián de las gallinas), y como consecuencia también de un bombardeo mediático que pulveriza la información y la reduce a migajas inconexas, ese discurso bobo puede prender un poco todavía. Pero cada vez menos.

Otra cosa. En medio de todo este batifondo el gobierno viene a recoger la cosecha amarga de un problema que, por impericia u oportunismo, ha tolerado e incluso cultivado durante los dos últimos años. Uruguay se niega a que Argentina presida la Unasur, la Unión de Naciones Suramericanas, como protesta al corte del puente internacional sobre el río Uruguay que une a nuestros dos países, corte practicado por los piqueteros “paquetes” de Gualeguaychú. Este desatino, que aun persiste, está saboteando el gran proyecto estratégico del Mercosur por el capricho de unos pseudo ecologistas que funcionaron, de hecho, como avanzada de la sedición campestre que paralizó al país durante cinco meses.

¿Se trata de malevolencia o idiotez, de parte de los “gauchócratas”, como diría Aliverti? ¿Se trata de que el gobierno no termina de entender la ecuación política que implica la Cuenca del Plata? Sea ello lo que fuere, el gobierno debería comprender que el poder vale para ejercerlo y que si no se lo utiliza se oxida por falta de uso.

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