Este tiempo preñado de peligros se caracteriza por el caos. No simplemente por el caos que resulta de las guerras y los desórdenes sociales sino por el desorden creciente en la comprensión de la realidad. O quizá esa sensación de desorden esté dada por el hecho de que ante la ferocidad, indiferencia e intemperancia del sistema mundo no haya ninguna fuerza dotada de consistencia y oportunidades para, si no ponerle coto, al menos diagramar programas dotados de sentido que resulten creíbles para las mayorías y operativos para las minorías o vanguardias que deberían ponerlos en práctica. El desasosiego que resulta de esta sensación es lo que constituye, creo, el hilo rojo que vertebra a la larga línea de notas que vengo desarrollando en Perspectivas. No es agradable y uno quisiera no trasladar el fardo de esta percepción de las cosas a los lectores, pero, ¡qué se puede hacer! No cabe fingir un optimismo que no se siente. Más vale pintar las cosas como son, para mejor afirmarse en la voluntad de modificarlas. Y las cosas han ido tan lejos que cabe pensar que la tormenta está próxima.
Nunca faltan los hechos que generan estas sensaciones. En el país la imbecilidad cerril de la derecha autóctona (autóctona es un decir, porque lo que la caracteriza es la carencia de una identidad propia) la ha llevado a politizar un tema como el de la pandemia y a tratarlo como caballito de batalla contra el gobierno. Aducen que hay que salir de la cuarentena porque esta mata la economía (y vulnera la continuidad de su propio margen de beneficio dentro de ella) y que además el confinamiento ordenado por las autoridades demuele el ejercicio del libre albedrío. No toman en cuenta que una salida abrupta de la cuarentena, aunque reanimase la actividad económica, no sólo provocaría una catástrofe sanitaria sino que también mataría a la economía que dicen querer salvar, pues los obreros y los empleados enfermarían o morirían y sus entornos familiares serían devastados. Es un problema mayúsculo, del cual es muy difícil salir; pero ciertamente no se lo hará apelando a fórmulas simplistas como las que esgrime el sector duro de la oposición, que no contento con haber quebrado al país en apenas cuatro años, todavía se permite injuriar a quienes deben luchar por levantar la herencia que han recibido y que además, llovido sobre mojado, tienen que batirse como mejor pueden contra una catástrofe universal.
Por si esto no fuera suficientemente grave, el exponente intelectual más destacado del pensamiento antiperonista o antipopulista, el escritor Juan José Sebreli, alentó a salir a la calle y a levantar las persianas de los negocios para acabar con la cuarentena, en una especie de rebelión civil. Tras minimizar la importancia y la letalidad del virus, Sebreli dijo que de seguir con la cuarentena nos espera un desastre. “Va a quedar un país con miles de desocupados en la calle. Nos espera la pandemia económica”, expresó.
No deja de ser una manera de trasferir culpas, ¿no es cierto? Argentina ya tenía una situación catastrófica en lo referido al empleo al asumir el actual gobierno, debido a la herencia que recibió de la “administración más brillante de todos los tiempos”. Si el país se hubiese encontrado bien parado sobre sus pies en enero de este año, la posibilidad de combatir el Covid 19 y de salir gradualmente del confinamiento hubiera sido muchísimo mejor que la actual, aunque el impacto de la crisis hubiera seguido siendo muy doloroso.
Pero donde el pensador “liberal” produce la nota más disonante de su discurso es cuando se refiere a la situación de Villa Azul, un asentamiento aislado hace un par de días por las autoridades por el brote de Covid 19, que podría estar preanunciando la explosión tan temida de la enfermedad en los enormes bolsones de miseria que pululan en el AMBA. Sebreli dijo, muy suelto de cuerpo, que a la Villa Azul se la había transformado en un gueto, en una obvia comparación con el gueto de Varsovia, durante la guerra. Esta implícita aproximación entre Alberto Fernández y Adolfo Hitler es, amén de canallesca, grotesca. El gueto de Varsovia fue un repositorio donde se hacinaba y hambreaba a los judíos que luego serían encaminados a los campos de exterminio. En la Villa Azul el confinamiento es un aislamiento preventivo determinado por una urgencia médica y el Estado se esfuerza por asistir sanitariamente y con alimentos, agua y medicamentos a la población provisoriamente enclaustrada.
Produce repugnancia referirse a estas sandeces. Sin embargo hay que hacerlo para comprender el nivel de odio que sigue pululando en algunos sectores y que otros –por acostumbramiento, cobardía, ignorancia o bobería- son capaces de aceptar o repetir mecánicamente. De todas maneras hoy por hoy el destino de la Argentina depende prioritariamente de los términos en que se acabe negociando el pago de la deuda (si es posible que los bonistas se allanen a cláusulas que no estrangulen nuestra economía) y a una reforma impositiva que hace décadas se viene reclamando y que todos los gobiernos han convenido en eludir. Cuando no en invertir su sentido, profundizando el carácter profundamente desigual que tiene el régimen fiscal argentino. El llamado impuesto a la riqueza que por una única vez se aplicaría a las grandes fortunas no es, en sí mismo, demasiado importante. Es significativo, por cierto, porque implica una señal acerca del sentido en que deben ir las cosas, pero la cuestión pasa, sobre todo, por una reforma fiscal progresiva que acabe con la sangría de capitales que se fugan y obligue a reinvertirlos en el país de acuerdo a una tributación que atienda a las necesidades estructurales de la Argentina, definidas y articuladas de acuerdo a una concepción estratégica.
¿Existe este programa? Creemos que sí, pero sólo se podrá emitir una opinión cuando se lo ponga en marcha. Mientras tanto solo queda esperar que el gobierno mantenga su cohesión y que no naufrague en polémicas vanas. La tentación de incurrir en estas siempre está presente, y desde los núcleos del poder económico y comunicacional concentrados se está al acecho para descubrir la brecha por donde infiltrar cizaña. El rol del presidente y de la vicepresidenta para mantener el orden dentro y fuera de las filas de la coalición gobernante es crucial para que el país supere esta dificilísima encrucijada.
Como dato pintoresco sin embargo es interesante resaltar como los antiguos evasores se fugan en plena crisis. Esta vez no son los dineros sino las personas físicas las que emprenden el vuelo. En diez días unos veinte conocidos evasores dejaron el país en jets privados. No nos referimos al molido fino de esta cosecha, a Susana Giménez por ejemplo, sino a un tipo como Nicky Caputo, quien, haciéndole pito catalán a la cuarentena y valido de su doble nacionalidad, aterrizó con bártulos y familia en su refugio de Fort Lauderdale, Florida. El “hermano del alma” del ex presidente Macri antes de irse liquidó gran parte de su paquete empresarial. De esta manera se alejó de un montón de denuncias y sospechas que le hubieran complicado la vida. [i]
Pero lo inverosímil golpea a la puerta de todos, en estos días. Y si no veamos lo que ocurre con el Banco de Inglaterra, que se rehúsa a devolver las 30 toneladas de oro que tiene depositadas en sus arcas y que pertenecen al estado venezolano, que hace año y medio pide que se las reintegren y que ahora las reclama para combatir al corona virus. Argumenta la entidad bancaria que se encuentra ante un dilema, pues no puede decidir cuál es el gobierno legítimo de Venezuela, ya que el opositor Juan Guaidó, que se proclama por sí y ante sí presidente del país sin haber sido elegido en elección general alguna, aduce que el oro pertenece a su gobierno fantasma. O fantástico. Entonces, para resolver el intríngulis, la Justicia del Reino Unido acude para resolver, también ella por sí y ante sí, cuál es el gobierno legítimo de Venezuela… ¡Hemos vuelto a la era del coloniaje, cuando las Potencias decidían por su cuenta (por sí y ante sí) cuál sería el destino de continentes enteros!
¿Puede durar indefinidamente este desatino?
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[i] Ámbito Financiero del 27 de mayo.