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26
ABR
2020

Alí Babá y los cuarenta ladrones

Macri y Vargas Llosa en Madrid, debatiendo -presumimos- su documento.
Macri y Vargas Llosa en Madrid, debatiendo -presumimos- su documento.
Con esperable coherencia y aún más pronosticable cinismo los prohombres del neoliberalismo iberoamericano han salido a criticar como “autoritarias” las políticas de emergencia adoptadas por algunos gobiernos frente al Covid 19.

Uno no sabe si reír o llorar cuando lee documentos como el firmado por el escritor Mario Vargas Llosa y el ex presidente Mauricio Macri, refrendado por una larga fila de exponentes del llamado pensamiento neoliberal y por figuras representativas del establishment político y económico de América latina y de España. Ricardo López Murphy, Patricia Bullrich, Marcos Aguinis, Julio Sanguinetti, Álvaro Uribe Vélez, Fernando Savater, Luis Lacalle, el ex presidente de México Ernesto Zedillo y el empresario farmacéutico argentino Alejandro Roemmers, son algunas de las firmas que figuran al pie. La mayoría de los muchos firmantes son potentados. Otros pertenecen a la gleba de bien rentados sirvientes oficiosos del poder sistémico. El propósito del documento es atacar a los intentos de disciplinamiento de la economía a que la irrupción del corona virus está obligando a muchos gobiernos del mundo. Su núcleo conceptual está expresado en sus párrafos finales:

“A ambos lados del Atlántico resurgen el estatismo, el intervencionismo y el populismo con un ímpetu que hace pensar en un cambio de modelo alejado de la democracia liberal y la economía de mercado. 

Queremos manifestar enérgicamente que esta crisis no debe ser enfrentada sacrificando los derechos y libertades que ha costado mucho conseguir. Rechazamos el falso dilema de que estas circunstancias obligan a elegir entre el autoritarismo y la inseguridad, entre el Ogro Filantrópico y la muerte. “

El “Ogro Filantrópico”… El Ogro Filantrópico es el Estado, cuando no se pone al servicio del capital privado. Hablar de sacrificios es también un despropósito. ¿De quiénes son los derechos y libertades que ha costado mucho conseguir? ¿Y a quiénes les han costado mucho? “Las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas” cantaba Atahualpa. Todos los derechos y privilegios que el neoliberalismo ha conquistado en el último medio siglo han provenido del despojo, el atropello y el saqueo de las grandes mayorías. La especulación, la fuga de divisas, la conversión de la economía en una timba donde el dinero se reproduce por sí mismo y no se emplea en la solución de los problemas concretos sino en el montaje de un mecanismo que se ocupa de succionar los recursos de los países más débiles poniéndolos en el cepo de una deuda eterna sin cesar renovada, arrancándoles cualquier posibilidad de invertir en su propio desarrollo…, son los rasgos de la llamada democracia liberal de mercado. Incluso los países desarrollados de occidente –el padre de la criatura- tienen problemas cada vez mayores para regentar esta evolución: el desempleo crece, la juventud carece de metas, la demografía cae y en consecuencia la Unión Europea y EE.UU. se convierten en el receptáculo de una emigración que no desean, pero que necesitan y que ellos mismos incentivan con políticas que apuntan a lograr el control de la periferia desestructurando sus configuraciones nacionales; políticas cuya secuela son las guerras y los desplazamientos poblacionales que arrastran su miseria de un punto a otro del mapa.

Este es el saldo que dejan cuarenta años de capitalismo salvaje. Ahora el Covid 19 viene a transparentar la urgencia de la situación, lo insostenible del sistema, la necesidad de al menos una planificación flexible de la economía. ¿Y a esto cómo responden las “fuerzas vivas” del país? Con la denuncia a un presunto autoritarismo, cuyas puntas estarían dadas por el prudente manejo que se está dando a la cuarentena, que prevé una salida gradual de la misma, y con el requerimiento de una contribución única a las grandes fortunas para ayudar a sostener el andamiaje económico en la situación de crisis extrema que tanto la pandemia como el desquicio que produjo el anterior gobierno -el gobierno de los ricos- en la economía. Son dos requerimientos naturales, modestos y necesarios para poner una punta de racionalidad en una situación que puede escaparse de las manos en cualquier momento.

Pero las proposiciones sensatas, y más aún si son generosas y nobles, repugnan al capitalismo salvaje. Y así tenemos a los figurones del establishment argentino rasgándose las vestiduras porque deben oblar un mínimo de sus portentosas fortunas para el bien general, y exigiendo una inmediata reanudación de la actividad laboral para mantener un flujo económico que seguramente es indispensable, pero para el cual quienes ponen el cuerpo son las masas de gente que se desplazan en los medios masivos de transporte, sitio ideal para dispersar los virus, mientras que los capitostes de la industria o las finanzas permanecen al reparo, conectándose virtualmente desde sus mansiones o moviéndose en sus propios automóviles o helicópteros. Mientras ventean, en la actual crisis y en el desorden y la depresión que se asoman en el mundo entero, una oportunidad para concentrar aún más riqueza bajando la mano sobre empresas, yacimientos o industrias que se bambolean al borde de la quiebra por, entre otras cosas, la brutal baja en el precio del crudo. A la vez que no dejan de advertir, con un escalofrío que les recorre la espalda, los chispazos que empiezan a dejarse ver al final del túnel y que podrían preanunciar un cambio de modelo.

Así pues, con engolada importancia, se tornan en pródigos consejeros de cómo hay que encarar la crisis. El fondo no confesado de su pensamiento es la reapertura de la economía a todo vapor; total, los trabajadores que enferman o mueren siempre pueden ser reemplazados por otros desesperados que esperan su oportunidad para conseguir un empleo, mientras que los dueños de la pelota cuidan la ropa y se dedican a contar las bajas colaterales que produce su inclemente proceder. No es la primera vez que pasa esto en la historia: Bocaccio situó los cuentos de su “licencioso” Decamerón en el ambiente de los jóvenes de buena familia que escapaban de los estragos de la Peste Negra en los hermosos paisajes de la campiña en torno a Florencia.

Ahora bien, esta deplorable imagen de indiferencia moral no puede ocultar los datos de la realidad. El mundo, y nuestro país en particular, están pasando por una coyuntura de las más difíciles. A Alberto Fernández le ha tocado bailar con la más fea. Al desastre económico heredado se le ha sumado la pandemia, que exige un manejo en extremo delicado y que trae en su estela el hundimiento del precio de las “commodities”; en primer lugar el de los combustibles, dejando en el aire la esperanza de recuperación que suponía la explotación de Vaca Muerta. “El campo”, mientras tanto, se niega a liquidar a la baja a parte de su stock acumulado y pone el grito en el cielo ante cualquier insinuación de reforma impositiva que grave sus hasta hace muy poco fabulosas ganancias. Junto a estas preocupaciones, hay que lidiar con los fondos buitres que amenazan con arrastrarnos nuevamente a los tribunales de Nueva York (otra herencia de la era neoliberal, en su etapa menemista). Una delicia.

En medio de este desbarajuste, sin embargo, hay que agradecer a la oportunidad que supimos darnos al votar al actual gobierno, cerrándole el paso a la fauna conservadora del PRO o del PRO ampliado. ¿Podemos imaginarnos lo que sería en la Argentina en ese momento si este desquicio hubiese de ser manejado por Macri y su banda?

 

 

 

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