El tema del corona virus se ha tornado absorbente. Los medios y los gobiernos centran en él toda su capacidad informativa. Sin embargo la política y la guerra, rasgos sustantivos del mundo contemporáneo, siguen operando en medio de la enorme batahola que provoca el Covid 19, de la angustia que desparrama y de la turbulencia económica que desata y que pareciera pronosticar el fin del actual estado de cosas en materia de organización social. Esas tendencias seguirán actuando, estemos o no estemos presentes cuando afloje la pandemia. Y quizá con más fuerza que antes, pues se tratará de dirimir si hay o no una reestructuración del orden global debido a la desorganización producida por el virus. No estará de más, por lo tanto, seguir prestando atención a estos asuntos.
Sin ir más lejos aquí a la vuelta, en el Caribe, la presión norteamericana contra Venezuela ha escalado varios puntos a pesar, o a causa, de la crisis nacida de la epidemia. Hace una semana más o menos el Departamento de Justicia de Estados Unidos, William Barr, acusó al presidente Nicolás Maduro de narcotráfico. Y junto a él a una docena de las más expectables figuras del gobierno bolivariano, empezando por el segundo en importancia, Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Constituyente. El “bando” de la justicia norteamericana va encabezado por una leyenda característica de los westerns y de las películas que idealizan al FBI: “Se busca a Nicolás Maduro Moros. Recompensa U$S 15 millones”. Se acusa al presidente democráticamente elegido de un país soberano de nuestra América de ser parte de un plan, en connivencia con miembros disidentes de la guerrilla colombiana de las FARC, para el envío masivo de drogas hacia Estados Unidos. “Quieren inundar a Estados Unidos con cocaína para socavar la salud y el bienestar de nuestro país”, completó Geoffrey Berman, fiscal del distrito sur de Nueva York, que compareció junto a Barr en la conferencia de prensa donde se hizo pública la acusación.
A pesar de la solicitud del secretario general de las Naciones Unidas Alfonso Guterres en el sentido de que por estos días se levanten o se moderen las sanciones económicas con las que EE.UU. y otros países imperiales sofocan a Venezuela, Cuba e Irán, acto seguido al acta de acusación levantada por la fiscalía general de Estados Unidos, el presidente de ese país, Donald Trump, decidió montar una gran movilización naval en el Caribe y el Pacífico occidental, con el propósito, dijo, de “lanzar una operación mejorada de lucha contra el narcotráfico en el hemisferio occidental para proteger a los estadounidenses del azote mortal de los narcóticos ilegales… No vamos a permitir que los cárteles de la droga aprovechen la pandemia para amenazar las vidas estadounidenses”. El secretario de Defensa Mark Esper completó al presidente diciendo que “el régimen ilegítimo de Maduro confía en los beneficios que le llegan de la venta de la droga para mantener su poder opresor”.
Trump subió al poder en parte montado en la retórica racista que descargó contra los mexicanos y los inmigrantes ilegales. Con variantes, el expediente propagandístico sigue siendo útil para la opinión norteamericana. El deseo de agitar el espantajo del narcotráfico es más eficaz que el recurso al espantajo terrorista, para incidir sobre las zonas de América latina que colindan con Estados Unidos. Y el desastre sanitario provocado por la pandemia impacta con particular dureza a Venezuela, castigada durante años por una grave crisis económica en parte causada por el embargo, y afligida por una situación de inseguridad alimentaria que la torna particularmente vulnerable a la amenaza del corona virus.
Ahora bien, ¿hasta dónde pretenderán ir Trump y sus consejeros en este despliegue? La movilización aeronaval ha sido concebida para incorporar a fuerzas de Colombia en el ejercicio. Es difícil no evocar los pasos previos a la operación “Causa justa” con la que el gobierno de George Bush padre dio cuenta del presidente Manuel Noriega, un títere de la CIA que, por alguna razón, se había tornado en un incordio para Washington a pesar de que los norteamericanos sabían de sus conexiones con el narcotráfico. A las que toleraban y alentaban como recompensa a sus servicios en el combate a los movimientos de izquierda en Centroamérica, en especial contra el gobierno sandinista en Nicaragua. Tras el misterioso accidente de helicóptero que costó la vida al general Omar Torrijos, Noriega accedió al poder. El tratado Carter-Torrijos que revisaba el suscrito por Hay-Bunau Varilla en 1903, devolvía a Panamá la plena soberanía sobre el canal interoceánico a partir de 1990. Algunas de sus cláusulas inquietaban al Pentágono y al Departamento de Estado pues planteaban ciertos problemas. O quizá uno solo: el hecho de que el ejército panameño se haría cargo de la custodia de esas instalaciones. Súbitamente la brutalidad, la amoralidad, los crímenes, los vínculos espurios de Noriega con la DEA y la CIA fueron aireados por el New York Times y por toda la prensa norteamericana en general. El escenario se montó rápidamente y en una operación relámpago en que se los norteamericanos usaron armas de última generación, como los aviones furtivos, Noriega fue depuesto y encerrado en Estados Unidos, donde se lo condenó a una pena de 40 años de prisión que no llegó a cumplir porque se murió antes. Alrededor de 1000 muertos, en su mayor parte civiles, y la destrucción del barrio que rodeaba a la comandancia de Noriega fue el saldo de la operación, cuyo resultado más importante fue la supresión del ejército panameño y la permanencia de los efectivos norteamericanos en la zona del Canal. Que era lo que se quería demostrar.
¿Pueden estar meditando los norteamericanos una operación de esta naturaleza contra Venezuela? Es dudoso, pero nunca se sabe. El Covid 19 brinda una cortina de humo tras la cual puede diluirse la apariencia de muchas cosas. Claro que Venezuela no es Panamá, pese a todos sus problemas, y que sus dirigentes y su fuerza armada no se parecen en nada a lo que eran Noriega y la guardia nacional panameña. Pero los grandes efectivos no siempre se movilizan en vano o para ver si, por sugestión, suscitan un levantamiento en Caracas o una asonada entre los militares venezolanos, que presuntamente deberían asustarse de tener que enfrentar al puño de hierro del imperio. A veces una provocación lleva a la otra y de un momento a otro nos podemos encontrar con un conflicto entre las manos. Naves de combate, helicópteros, aviones y buques de desembarco rondan en estos momentos las costas venezolanas.
Ocurra o no ocurra algo de ese género, lo más repugnante de esta puesta en escena es la hipocresía de la clase dirigente norteamericana. En todas partes se cuecen habas y ciertos políticos profesionales pueden tener una piel a prueba de bala. Pero el desparpajo, la hipocresía y el cinismo de los administradores del imperio a veces asquea. Mr. William Barr, el fiscal general de Estados Unidos, fue el consejero jefe de la aerolínea de la CIA, Southern Air Transport, implicada en los años 80 por el tráfico de drogas ilícitas vinculadas al narcoterrorismo durante las operaciones que sustentaron al enjuague Irán-Contras.[i] Por otra parte, acusar de tráfico de drogas a Venezuela es el colmo de la hipocresía proviniendo la acusación de Estados Unidos, potencia que ocupa Afganistán, donde se encuentran los mayores sembradíos de adormidera del planeta. Y téngase en cuenta que el principal mercado de las drogas, sean puras o sintéticas, son los propios Estados Unidos, sin cuyo consumo masivo por amplios sectores sociales sin rumbo no habría el monumental negocio que actualmente existe. Tampoco existiría el pretexto para muchas de las guerras e intervenciones que permiten regular manu militari los equilibrios y desequilibrios de las regiones críticas del planeta.
Yira, yira…, y el mundo sigue andando.
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[i] Roger Harris, en Counterpunch, 31 de marzo.