La histeria desencadenada en la gran prensa y en los medios bursátiles ante la nacionalización de las AFJP demuestra que el gobierno, esta vez, está tocando uno de los puntos centrales del sistema de saqueo y latrocinio que nos legara el menemato. No hay más que recorrer los titulares del diario La Nación u observar la venta acelerada de activos de parte las Administradoras de Fondos y Jubilaciones -ventas que derrumbaron las cotizaciones en la Bolsa de Buenos Aires-, para comprobar como funciona el mecanismo de la protesta sistémica. El “gran diario argentino” se preocupa por el destino que se dará al dinero de los ahorristas “en un año electoral” y en la Bolsa las AFJP salieron a vaciar de contenido sus carteras, en una maniobra que huele a desestabilización política a la vez que a liquidación de fondos que no les pertenecen. Una medida cautelar de la Justicia ha inmovilizado provisoriamente esas actividades con tufo a fraudulentas, pero no se puede seguir esperando: hay que ir al fondo en una investigación que transparente el sucio negocio de las jubilaciones privadas, el dolo más monumental perpetrado por el gobierno de Carlos Menem, pródigo por otra parte en operaciones viciadas que desguazaron el patrimonio del Estado para casi regalárselo a conglomerados económicos que vaciaron a las empresas oficiales, no invirtieron un céntimo para mejorarlas y se embolsaron las ganancias derivadas de una “ingeniería empresaria” que entregaba cada vez menos y cada vez más deteriorados servicios. Como fuera en el caso de los ferrocarriles, del petróleo, de las infraestructuras camineras y de Aerolíneas Argentinas.
En el caso de las AFJP no hubo casi. Fue pura y simplemente un regalo. Para el que con seguridad mediaron las coimas y prebendas que son de uso en esas ocasiones. Pero se trató de una ofrenda sin contraprestación, así sea una contraprestación pobre y ruinosa. Se desviaron 100 mil millones de pesos que pagábamos todos y que deberían haber ido a mantener el nivel de vida de los jubilados y al fomento de la obra pública, para licuarlos en la timba financiera. Revertir este fenómeno no será fácil y requerirá de una estrecha vigilancia del Congreso y la Justicia para establecer y monitorear el destino que se da a los fondos que volverán al Estado. No podrán afectarse al pago de la deuda externa ni a expensas vinculadas al clientelismo político. Pero la naturaleza básicamente progresiva del paso dado por el Ejecutivo no puede ser cuestionada.
Esto no impide que los gurúes del sistema que destruyó al país entre 1976 y 2001, en especial en la última década de ese período, sigan pontificando en la televisión y la prensa, y que incluso alguno de ellos (tal vez el más conocido) haga gala de su erudita aproximación a la política prodigando lecciones de modestia al gobierno y a quienes, sin estar en él, no pueden dejar de observar que el colapso del modelo neoliberal que tanto sufrimiento generara en el mundo y que tanto nos promete todavía, estaba inscrito en la misma naturaleza de la “revolución conservadora”.
Mariano Grondona nos ha brindado, en efecto, una de las perlas de su sabiduría en un artículo titulado El viejo león, donde se conduele por la suerte de Estados Unidos y no vacila en describir, a quienes ven en el desastre originado por las políticas de Washington una justa retribución al desorden originado por ellas, como “resentidos”. Según él somos unos envidiosos, que despotricamos contra un país que, en un mismo lapso de vida independiente que nosotros, se ha calificado históricamente con un nueve, mientras por nuestra parte apenas sacamos un cinco. Es por el lado de la envidia que cabe explicar el antinorteamericanismo de los populistas argentinos, entonces, expresa el mentor académico de la dependencia.
En el fondo de esa proposición reside la convicción de que es esa dependencia de las potencias mundiales y no la decisión de rebelarse contra ella, lo que debe configurar una política realista. Realista para la oligarquía, por supuesto. En conexión con esto hay, de parte de Grondona, una formidable capacidad para ignorar olímpicamente al contexto. Como si Estados Unidos no formara parte del sistema que aherrojó a las naciones latinoamericanas desde el principio y no gravitara sobre nuestros destinos apenas reemplazó al capitalismo de la City de Londres en el control de nuestro acontecer…
Claro, el Sr. Grondona forma parte de la constelación de escribas que están al servicio o forman parte de lo que Marx llamara “la burguesía compradora”; es decir, la clase social que es la correa de transmisión local de la explotación imperialista y que lucra con esa posición. Nada hay de sorprendente en sus argumentos, por lo tanto. Pero la advertencia que el articulista formula en el sentido de que “el viejo león está herido pero no necesariamente moribundo” incurre en una amenaza apenas velada, amén de en una distorsión de los hechos. Nadie cree que Estados Unidos esté herido de muerte ni mucho menos. Más bien al contrario: el león acorralado por la crisis bien puede elegir la huida hacia delante, fundándose en el papel central que sigue revistiendo en la economía capitalista y en su apabullante poderío militar. En este caso, nuestro agorero exclamará: “¿No se los dije?”
Por supuesto, la campaña contra la decisión estatal de volver al sistema de reparto va a arreciar. Ya han aparecido las incitaciones a realizar juicios contra el Estado y la oposición cierra filas para ver si puede hacer naufragar la iniciativa en el Congreso, tal como sucediera con el proyecto de ley sobre las retenciones agrarias. La estolidez y codicia campestres hizo que muchos productores de soja se hayan quedado en este momento sin la red de seguridad que significaban las retenciones móviles; pero esto no le importa a una oposición cerril, tan malintencionada como estúpida. La cuestión es protestar. Equivoca así el rol de toda oposición constituida de forma racional, que es el de criticar y no el de desvirtuar todas las iniciativas que genera un gobierno simplemente porque provienen de este. La ausencia de una concepción acerca de lo que es una política de Estado ha reducido la política argentina, con demasiada frecuencia, a un juego de masacre. Me temo que estamos en vísperas de presenciar otra puesta en escena del mismo estilo.
El gobierno, empujado por la crisis internacional, ha empezado a tomar medidas que debería haber adoptado mucho antes, como la recuperación de las aportaciones jubilatorias. Pero no importa; nunca es tarde cuando la dicha es buena. Lo que hay que hacer es profundizar lo actuado hasta ahora. En este sentido la derogación de la ley de entidades financieras, que libera de impuestos a la especulación más irresponsable, es el siguiente paso a dar. Podemos imaginarnos los alaridos que generaría una decisión de ese talante en las bocinas y los altavoces del monopolio mediático.