Los días y semanas que vienen van a estar marcados por las fases críticas de la negociación de la deuda. Se juega mucho en ellas, pero sería probablemente un error suponer que de allí vaya a surgir una solución que ponga a la Argentina en vías a su plena recuperación, ni que los pronósticos más pesimistas que hablan de una ruptura con el FMI y los bonistas vayan a realizarse en plenitud. Cualquier resultado va a ser incompleto. La debacle económica producida por la banda Macri no puede ser enmendada de un plumazo, ni las condiciones internacionales y regionales estimulan el optimismo; pero el país asimismo dispone de recursos naturales y de potencialidad en material humano que no pueden desdeñarse y que si son administradas con prudente energía nos permitirían salir del paso en un lapso no demasiado largo.
Cabe esperar que, después del vapuleo de las recurrentes experiencias neoliberales (1976-2001, 2015-2019, para no hablar de 1955-1973), el país haya aprendido de la experiencia e identificado a sus enemigos internos, a su carácter coriáceo y a la necesidad de ponerles freno. Aunque el todavía elevado porcentaje de sufragios (40 %) que tuvo Juntos por el Cambio en su última performance electoral indique que existe una masa de maniobra influenciable por el sistema y su artillería mediática, es posible que su agrupamiento esté inspirado “más que por el amor, por el espanto” que una buena porción del electorado de clase media siente frente a un protagonista popular en el que no reconoce tanto a un adversario como a un enemigo. La dilución de ese prejuicio pasa tanto por la aptitud de esos sectores para reconocer la realidad, como por la capacidad del peronismo para comunicar el carácter en última instancia moderado de su naturaleza y para aprovechar el sedimento de sabiduría que las tenebrosas experiencias del pasado han dejado en la conciencia de los argentinos. No se puede pasar por golpes militares, guerrillas, dictaduras, entrega del patrimonio, desindustrialización, empobrecimiento de la mayoría, corrupciones varias y, por último, saqueo de las reservas monetarias del país por vía de la bicicleta financiera, sin caer finalmente del catre.
El mundo es difícil y nada se gana sin esfuerzo. Pero a este no se lo puede poner “en pasar el invierno” una vez más, mientras se mantienen intocados los mecanismos de la dependencia, sino dirigirlo hacia metas valederas y orientarlo con una vocación nacional responsable, que no se intoxique con la retórica y que tome en cuenta la naturaleza geopolítica de la circunstancia. Es decir, a la Argentina en la región y en el mundo.
El estado de ánimo del pueblo en estos momentos puede ser definido como de moderada esperanza. No es una mala disposición para encarar los problemas…, siempre y cuando esos problemas se afronten y no se tergiverse respecto a ellos. Es posible que el FMI sea más acomodaticio que en otras ocasiones, aunque uno desconfía. En cuanto a los bonistas y a los fondos buitres agazapados detrás de ellos para abalanzarse sobre los remanentes de la liquidación de la deuda e incubarlos hasta que el país se haya recuperado y entonces hacerlos valer, no hay modo se hacerse idea. Todo está encerrado entre grandes signos de interrogación. Lo que no debería ofrecer dudas, en cambio, es la necesidad de analizar el pasado, discernir las responsabilidades, administrar justicia para que los desafueros entonces cometidos no queden impunes y poner en práctica las reformas estructurales que son necesarias para que el país empiece a salir del marasmo. Y, ya que por ahora no parece ser posible la vía del socialismo, que este esfuerzo asuma al menos la vía de un capitalismo en serio, abandonando para siempre la del “cleptocapitalismo”, cuya mayor demostración la brindó el reciente gobierno de Cambiemos.
Desmontar el poderío del uno o dos por ciento de la población que concentra el grueso de la riqueza del país y la refiere a paraísos fiscales o la dilapida en gastos suntuarios es una obligación. Esto por supuesto implica una tarea que, en las condiciones de la legalidad imperante, requiere de una acción ponderada y paciente. Actuar sobre el aparato judicial, los monopolios de prensa y la banca, que integran el sector privilegiado, no puede ser una tarea fácil ni rápida. Sin embargo, una vez que la locomotora eche a andar la disposición del ánimo colectivo puede también tomar presión y convertirse en un factor determinante del movimiento hacia adelante.
En este espacio será preciso elaborar una política seria respecto a las fuerzas armadas, puesto que son la ultima ratio del orden constituido y han sido manipuladas por el sistema, gracias en parte a los errores del bando popular, como ariete contra las aspiraciones de este e incluso contra las aspiraciones del instrumento castrense en sí mismo, entendido como resguardo de la soberanía. La “grieta” que cruza a la sociedad argentina ha atravesado también a las fuerzas armadas, por desdicha con predominio del sector oligárquico, hasta rematar en los horrores del proceso; pero no sin que en una ocasión determinante, el período 1943-1955, fungiesen como escudo de un poderoso movimiento obrero y popular que, bajo la guía del general Perón, modificó la distribución de la riqueza y allegó los elementos de justicia social y de potenciación industrial que aproximaron al país a un nivel de desarrollo moderno.
Este tema es importante porque el estado argentino está materialmente indefenso frente a la conjunción de factores que lo empujan hacia atrás. Agobiado por una deuda impagable, con su sistema productivo a medias desmontado por la gestión anterior, en el caso de que la recuperación no se produzca o se verifique demasiado lentamente, puede ser objeto de una hostilidad muy fuerte de parte de los medios masivos fundados en un sistema hasta ahora intacto. En cualquier caso, si no se percibe un esfuerzo dirigido a reformar netamente la desigualdad de la carga impositiva y a re-direccionar su producto no tanto o no solo para enjugar la deuda sino para activar la producción y fomentar las reformas estructurales, la inseguridad social alimentará las situaciones conflictivas y subsistirá el peligro de un retorno al punitivismo del que se hacen abanderados las figuras más oscuras del PRO. El papel de las FF.AA. en circunstancias como esas puede ser decisivo, ya sea para constituirse en el brazo armado de la reacción o, al contrario, para contener sus exabruptos.
De manera que persistir, como lo hace una gran parte del espectro progresista, en la demonización permanente del “milico” (practicando la sociología de sastrería de que hablaba Terzaga), y en el batiburrillo de los discursos que juegan en torno a la política de género, el lenguaje inclusivo, los pueblos originarios como sujetos independientes de la nacionalidad que los involucra, la devaluación de gestas como la conquista del desierto o la batalla por Malvinas, resulta tan hartante como peligroso. Ese tipo de discurso se torna en un factor alienante que sirve al propósito imperialista de atomizar lo que debe ser un frente nacional de vocación abarcadora.
Se está frente a una coyuntura difícil. Los problemas son múltiples y no es el menor la batalla cultural que hay que librar en inferioridad de condiciones, pues la prensa escrita, los medios audiovisuales y la academia están hegemonizados por el discurso neoliberal o mediatizados por la confusión progresista. Esta última es para nosotros la más peligrosa, pues opera dentro de nuestras propias filas, enfrentando artificialmente a sectores que deberían tener la capacidad de reconocer la jerarquía que hay que establecer en materia de objetivos. La propensión al bizantinismo que ha solido afligir a la izquierda pequeño-burguesa en todo el mundo, en nuestro país ha hecho estragos. Desde inducirla a torpedear el ascenso popular de los 70 con una propuesta revolucionaria que en última instancia ignoraba caprichosamente lo que era evidente, el carácter conservador de la sociedad, hasta la versión fría de esa psicología de “enfant terrible” que se trasluce hoy día en los reproches que se le dirigen al presidente por intentar atraer a las fuerzas armadas, restituyéndolas a la que debe ser su función natural, la defensa del interés nacional.
El futuro ha dejado de ser el abismo que prometía la gestión Macri, pero no hay duda de que se presenta como muy difícil, en grandísima medida por lo actuado durante aquella. Lo dijimos antes de las elecciones y lo reiteramos ahora: hay que armarse de paciencia y cerrar filas en torno a lo fundamental, que es recuperar la actividad productiva y el empleo, mientras se busca conformar un frente político sólido, que sea capaz de corregir lo que sea factible corregir y se está expectante frente a una coyuntura global donde siempre se pueden abrir nuevas oportunidades.