El Senado ha ratificado por unanimidad el respaldo al proyecto gubernamental de sustentabilidad de la deuda. Una actitud parecida había tenido la cámara de Diputados, con excepción de los grupos de izquierda que hicieron gala de su habitual intransigencia respecto a cualquier acción o política que no coincida con su propio, radical y cómodo alejamiento de la realidad. Las posturas adoptadas en el debate fueron sazonadas con discursos en los que volvieron a escucharse disonancias comparables al redoble de una campana agrietada. Es evidente que, de la conciliación y del estado de gracia que suele concedérsele a cualquier nuevo gobierno apenas asciende al poder, no hay nada o está en vías de agotarse rápidamente.
Mientras tanto, el presidente Alberto Fernández viajó a Israel, al Vaticano, a Berlín y a París buscando apoyos para una negociación con el FMI y con los fondos de inversión, negociación que, con toda probabilidad, será muy dura. Para hablar con franqueza, fue a pasar la gorra; pero manteniendo, eso sí, una tesitura de dignidad que se echó completamente de menos en el gobierno anterior. Lo que afronta el país es una situación de agobio económico y de cerco político, con consecuencia de la devastación producida por el gobierno de Cambiemos y del actual estado de cosas en los países al sur del Río Bravo. Esto obliga a medir los pasos y a actuar con prudencia. Estamos como si volviéramos de una guerra… perdida.
En estas condiciones habría que ofrecer un frente unido. Pero no esperemos eso. Como muestra de la mala voluntad reinante en la oposición debe citarse la exigencia –que se formula de consuno a las provenientes del exterior- en el sentido de que el estado argentino eleve un plan o un mega plan acerca de lo que entiende hacer con la economía, como paso previo a una negociación. ¡Cómo si se pudiera elaborar algún proyecto estructural antes de saber cómo se podrá capear el problema del repago de la deuda y sin conocer cuál será en definitiva la posición del FMI en todo el asunto!
Los radicales y el PRO, a pesar de que han dado sobradas pruebas de desvergüenza, aparentemente entienden seguir en la misma tesitura desfachatada tras la derrota electoral. No parecen hacerse cargo del horrible revoltijo en que han dejado a la sociedad argentina y exigen que quienes deben acarrear esa carga e ir librándonos de su peso se hagan corresponsables del desastre, apelando al inverosímil argumento de que la deuda “venía de arrastre”. No hay comparación entre la deuda manejable que los gobiernos Kirchner tenían tras haber resuelto el problema mayor de la deuda externa que habían recibido de las gestiones neoliberales que los antecedieron, y los U$S 250.000 millones de nueva deuda que contrajo el gobierno Macri, en gran parte para practicar la bicicleta financiera. De la deuda tomada por Cambiemos, apenas el 26% fue destinado cubrir el déficit fiscal primario, mientras que el 36 % fue a abastecer a la dolarización. Inversores y empresas tomaban deuda en el exterior a tasas bajas y la colocaban en el país a tasas altas. La diferencia la convertían en dólares y la retiraban del país sin pasar por ningún proceso productivo.[i] En términos concretos esto se tradujo en desempleo, desindustrialización, estancamiento tecnológico, empobrecimiento masivo e indigencia en los sectores más desprotegidos. Semejante problema no se arregla de la noche a la mañana, incluso si se acierta con las herramientas a utilizar para zafar de la situación.
Habrá que ver. Pero hay que admitir que la situación del país es más grave de lo que aparenta. Hoy reina el alivio que deriva de haberse librado –por vías irreprochablemente democráticas- de la banda que durante cuatro años hizo sus negocios particulares desde la cúspide del gobierno, blindada por un monopolio mediático que contribuía y contribuye como nadie a mantener en la ignorancia, el desconcierto o el vacío mental a una masa de gente ya vulnerada por la deformación cultural que está ínsita en la cultura de masas del capitalismo financierizado. La falta de metas racionales que caracteriza a este sistema precisa de la confusión de las bases para paralizarlas o para dirigir su descontento hacia protestas contra falsos problemas o chivos expiatorios. Caso Nisman, por ejemplo. O toda la mescolanza de entripados procesales urdidos por el gobierno Macri, con la complicidad de parte del poder judicial.
Lo dijimos antes de las elecciones: hay que hacerse a la idea de que el futuro no será fácil. La banda Macri puso al país de rodillas y lo comprometió hasta extremos inverosímiles en un mundo que a su vez está inmerso en un proceso recesivo que conjuga la transición del modelo productivo, la revolución tecnológica que lo impacta de lleno, las tensiones geopolíticas entre los bloques de poder, las migraciones, los cambios en la demografía, un armamentismo creciente y, en Latinoamérica, una presencia reaccionaria en casi todos los gobiernos del subcontinente.
Miscelánea
Mal de muchos, consuelo de tontos, dice el refrán. La Argentina está bien acompañada en el escenario mundial no sólo por sus desdichas, sino también por la pérdida de estilo de la clase dirigente. O, si se quiere, por una disposición a exteriorizar la simpatía o antipatía que se siente frente a un adversario político con gestos deliberadamente provocativos en circunstancias de protocolo que antes no se prestaban a tales demostraciones. Cuando la fórmula presidencial Fernández-Fernández asumió el gobierno, hubo muchos que se escandalizaron por el ostensible fastidio que manifestó la vicepresidente Cristina cuando hubo de darle la mano a Mauricio Macri, quien la había hecho objeto de una persecución judicial sin tregua, que la afectó no solamente a ella sino también a su familia. Pero convengamos que Donald Trump y Nancy Pelosi protagonizaron en el Congreso de Washington una escena de desplantes mucho más sonada. Cuando el presidente Trump subió al estrado para pronunciar el anual discurso sobre el Estado de la Unión, dejó a la presidente demócrata de la cámara de Representantes –que había motorizado su juicio político- con la mano extendida en el aire, mientras él saludaba al vicepresidente Mike Pence. Finalizado el discurso, mientras los republicanos aclamaban a su jefe, Pelosi procedió a romper el ejemplar del discurso presidencial frente a las cámaras, con deliberada parsimonia.
Esta pequeña puesta en escena preludió la definitiva derrota de la pretensión demócrata de llevar al jefe del ejecutivo a un juicio político, sancionada por el Senado horas más tarde, cosa que completa el fracaso del partido de la “oposición” para condicionar al presidente antes de las elecciones de fines de este año. A los demócratas les salió el tiro por la culata al pretender enjuiciar a Trump por abuso de poder y obstrucción al Congreso y ahora encaran un proceso electoral donde llevan las de perder. La economía marcha bien, en gran parte por la decisión de Trump de repatriar empresas globalizadas y potenciar el mercado interno, y a la hostilidad de la mayor parte de la prensa la ha podido contrarrestar con la cadena Fox y con su apelación “tuitera” al chauvinismo y a los prejuicios de las masas de la América profunda.
Ahora bien, todo esto no cambia nada en el plano de la política hacia América latina. Cosa que se trasuntó en el tributo que Trump brindó en su discurso a Juan Guaidó, “presidente” autodesignado de una Venezuela de fantasía, gobernada por el “dictador” Maduro, al que Donald prometió “aplastar y romper” para acabar con su “tiranía”. Lo significativo de este pasaje, sin embargo, fue el aplauso conjunto que los dos partidos brindaron al mismo, así como el hecho de que todos, incluida Nancy Pelosi, se levantaran para aplaudir y ovacionar a Guaidó, presente en uno de los palcos como un niño obediente y modosito, orgulloso de ser tomado como ejemplo. La abyección de este espectáculo, que revolvería a Martí y a Bolívar en la tumba, nos devuelve, tristemente, a los peores momentos de la política del garrote. Y ahora, como entonces, todas las fuerzas políticamente significativas del país del Norte y los exponentes del cipayaje nativo, se coaligan para ejecutar la misma sinfonía macabra. Sin el más mínimo sentido de las proporciones en el patrón que se cree dueño del cotarro, y sin un atisbo de dignidad en quienes se eligen como sus sirvientes.
-------------------------------------------------------------------------------------------------------
[i] Datos tomados de“BAE negocios“ y de “Página 12”.