Hay coincidencias que iluminan la realidad como un relámpago. Durante el acto inaugural de la expo Venado 2008, organizada por la Sociedad Rural de Venado Tuerto, el Sr. Néstor Roulet, vicepresidente de Confederaciones Rurales Argentinas, expresó, junto a su drástico desacuerdo con las políticas del gobierno nacional en materia agraria, que “la Iglesia, el Ejército y el campo son las tres “instituciones” que hicieron grande a la Argentina”. Manifestó también que los legisladores nacionales que voten favorablemente el presupuesto nacional deberán ser considerados “traidores a la patria”.
La coincidencia a que nos referimos deviene del hecho de que esas manifestaciones fueron realizadas en la víspera de un nuevo aniversario del 17 de Octubre de 1945, fenómeno multitudinario que trazó una divisoria de aguas en la historia del país y que, de alguna manera, se perfiló en contraposición a las expresiones que el Sr. Roulet acaba de verter, con una considerable dosis de desparpajo, frente a un auditorio de propietarios agroganaderos. Los descendientes de los mismos que tuvieron al país en un puño hasta Octubre del ‘45
Está visto que en la Argentina hay gente que no olvida ni aprende nada. La mirada taxativa y maniquea de quienes piensan como Roulet que a la Argentina lo hicieron las tres instituciones mencionadas (si es que al campo puede denominárselo una institución), no toma en cuenta que, más allá de la Sociedad Rural, las iglesias y los cuarteles ha habido un pueblo al que le tocó experimentar en carne propia los avatares de la evolución del país y que, por lo tanto, ha sido y es el protagonista fundamental de su peripecia histórica.
Pero más allá de este grueso error de apreciación, hay una desinformación respecto del rol cumplido por al menos uno de los protagonistas que Roulet menciona. El ejército, por ejemplo, siempre estuvo recorrido por corrientes que reflejaban la dicotomía nacional. En un momento decisivo engendró a quien intentó revertirla, Juan Domingo Perón. La misma distorsión se aplica al rol de la Iglesia, aunque el carácter por lo general conservador de sus jerarquías haya hecho que su trayectoria haya coincidido demasiadas veces con los patrones inmovilistas del sistema que es cierto, por desgracia, conformó contradictoriamente al país.
Esta contradicción, que se perfilaba en la época de la colonia, que estalla después de la Independencia y que asume su forma definitiva con la Organización Nacional, ha deformado profundamente a la Argentina. Es decir que, lejos de haber tenido un país grande, como se complace en señalar Roulet, tuvimos y tenemos una sociedad desgarrada. Este desgarramiento nos recorre desde los orígenes. Va desde la colisión del puerto de Buenos Aires con las provincias, provisoriamente saldada con el modelo de país salido de las guerras civiles, a este presente complicado.
En el trámite de este proceso hubo una feroz persecución al paisanaje autóctono y un auténtico genocidio, el perpetrado contra el Paraguay de Solano López por Buenos Aires y el Imperio del Brasil, con los auspicios de Inglaterra. Con posterioridad a esto, destruidas las resistencias interiores, el país obtuvo un relativo equilibrio con la nacionalización de Buenos Aires y con la generación del ’80, que adecuó lo que había quedado de la Argentina potencial en un modelo productivo limitado, muy dependiente del mercado exterior y de la exportación de materias primas no elaboradas, como carnes y granos.
Esta articulación funcionó razonablemente bien mientras nuestra clase dirigente, la oligarquía -de la cual es transparente vocero el Sr. Roulet-, pudo manejarse en una relación de semicolonia privilegiada con Gran Bretaña. Pero cuando el mundo se enfrentó a la crisis de los años ’30 (tan parecida en algunos aspectos a la que se está verificando ahora), ese modelo colapsó y las masas argentinas, que habían estado reagrupándose en torno de una incipiente industria determinada por la caída de las exportaciones, irrumpieron en la escena.
El 17 de Octubre del ’45 suministró el momento dramático en que esa alteración de las relaciones de fuerza se puso en evidencia. Esa inversión de factores duró una década, durante la cual el país construyó una importante infraestructura industrial y tecnológica. Esta fue conmovida y hasta cierto punto borrada de la escena en el período que siguió a la contrarrevolución de 1955; pero la corriente del cambio, expresado por la resistencia de las masas populares, persistió hasta que la horrenda peripecia del Proceso –al que la institución que representa el Sr. Roulet saludó alborozada- le quebró el espinazo y abrió el camino a la restauración de la República del privilegio.
Ahora esta configuración está siendo rebatida, nuevamente, por un ascenso popular. Vacilante, por cierto; contradictorio, carente de metas claras o al menos muy mediadas por una combinación de debilidad con irresolución política, pero surgida del naufragio del modelo neoliberal que había impuesto la restauración oligárquica a partir de 1976.
En este escenario palabras como las del vicepresidente de la CRA cobran un sentido siniestro. Y corroboran lo que dijimos al principio: hay tipos a los que la historia no enseña nada. Lejos de examinar con sentido crítico lo que pasó en el poco más de medio siglo que va desde la jornada de Octubre hasta hoy, esas palabras apuntalan la remanida tesis de que al país lo hizo el campo. Es decir, la casta parasitaria que se constituyó sobre las derrotas populares y las peripecias bárbaras que llevaron a la organización del país tal como lo conocemos.
Atención, que al referirnos a esa casta parasitaria no hacemos alusión a los que protagonizaron y dirigieron esa brutal operación, quienes “pusieron el cuerpo”, sino sobre todo a las generaciones de sus descendientes, incapaces de reelaborar el modelo que habían heredado para adecuarlo a los requerimientos del mundo moderno. Estos señores prefirieron bañarse en sus rentas –sobre todo en París y Londres- antes que invertirlas en el país, para fundar y alentar una diversificación productiva que consolidase un mercado interno y pusiese a la Argentina sobre sus piernas. De alguna manera siempre quisieron volver a lo mismo. Las palabras de Roulet lo corroboran. Pero, ¿cómo podrán arreglárselas para conseguir que un modelo que funcionaba cuando la nación tenía ocho millones de habitantes, siga haciéndolo cuando esta supera los 40?
El aprendizaje de la historia no es fácil. Lleva tiempo. Pero nuestros presuntos “fundadores” lo han tenido de sobra. Para aprender, sin embargo, es preciso afrontar la realidad de los hechos que, en el caso al que nos referimos, está indisolublemente mezclado a la culpa.
Quizá la historia, a la que tanto se obstinan en no mirar, se los lleve de una buena vez por delante.