El caso del senador Miguel Angel Pichetto tiene ribetes de truculencia que resultan desacostumbrados, incluso para un ámbito político como el nuestro, que no se distingue por su razonabilidad o elegancia, que digamos. El exjefe del peronismo federal, pasado a Juntos por el Cambio -a cambio justamente de la candidatura vicepresidencial- hacía rato que venía cultivando una imagen distinta a la que cualquier político justicialista acostumbra a desplegar cuando se propone capturar el voto popular. Como Patricia Bullrich, alejada de los fervores montoneros de su juventud, el Sr. Pichetto se ha convertido en el adalid del pensamiento securitario. Sus bestias negras son la inmigración –de los países vecinos, entiéndase bien-, el delito, el tráfico de drogas, la marginalia social y las villas miseria. Ah, y el ex ministro de economía Axel Kiciloff, actual candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, a quien ha calificado de marxista y comunista, y al que solo le falta invectivar como judío para completar el cuadro de reaccionarismo cerril que distingue a su prédica. Como guinda que corona el postre, a Pichetto no se la ha ocurrido nada mejor, días pasados, que sugerir la voladura de esos antros que según él son las villas miseria. Por supuesto que inmediatamente después “aclaró” sus términos al decir que no se había referido a las villas en su totalidad, sino tan sólo a los “búnkeres” donde anida el narcotráfico. Viejo truco que aprendimos de las películas norteamericanas, donde el fiscal o el defensor dejan caer una afirmación que luego deben retirar por intimación del juez, pero que no por esto deja de hacer su camino en la mente del jurado…
¿Qué expresa el fenómeno Pichetto? ¿Un simple caso de equivocado oportunismo, que lo mueve a desplazarse a destiempo hacia una opción política que parece condenada al fracaso en las elecciones a realizarse este mes? ¿La certeza de que ya no tiene nada que hacer en el rol del hombre del aparato que tan bien había llenado en el peronismo, pues la recuperación de Cristina Kirchner lo condena al ostracismo o a la expulsión de las filas del movimiento? Sin duda estos son factores que pesan, pero es probable que no estén solos. Pues en lo desaforado de las expresiones de Pichetto y en su papel de cortarse como líbero dentro de la formación de Cambiemos parece estar alentando el proyecto de hacerse un traje a la medida de un Bolsonaro argentino. Perdido por perdido, el senador podría jugar la carta de convertirse en un polo de atracción para los frustrados y enojados electores que podrían quedar a la deriva en el caso de un eventual fracaso de la experiencia de gobierno de la fórmula Fernández-Fernández.
Creo que, si ese es su propósito, el senador delira, pues no parece disponer del atributo carismático que, incomprensiblemente para mí, el presidente brasileño disfruta. Pero esta es, a su vez, una observación arbitraria: ¿quién menos carismático que Mauricio Macri, que sin embargo se encuentra aún hoy instalado en la presidencia de nuestro país?
El tema de fondo es que hay una masa, predominantemente de clase media y media baja, que no termina de asociar las causas con los efectos, y que, ante el incremento de la inseguridad y la degradación de muchas de las pautas de la vida cotidiana, tiende a culpar por ello a los agentes inmediatos del desorden, sin detenerse a pensar que la marginalia social de donde provienen muchos de esos elementos está generada por políticas que empobrecen de manera sistemática y deliberada a grandes estratos de población. Ni sin tomar en cuenta que la inmensa mayoría de los integrantes de esos sectores son honestos trabajadores que se esfuerzan, cada vez con menos éxito, por salir de esa situación, pues el encuadre socioeconómico del país y de la región los torna superfluos o supernumerarios.
Los sectores de clase media a que hacemos referencia y en los que Pichetto y quienes son como él pretenden pescar, se sienten doblemente amenazados: por un lado por la agresión física de los delincuentes y, en un plano más soterrado, por el miedo a perder su estatus y a caer en algo igual o parecido a la situación que detestan. Tienen en general origen inmigratorio, en algunas regiones del país predominantemente italiano, y son fácil presa del discurso meritocrático, que atribuye a la sola energía individual el éxito que una persona puede alcanzar a nivel social. Las políticas que orientan la economía no les interesan, pues ellos, creen, sólo triunfan o fracasan por su esfuerzo personal. En consecuencia no es raro encontrarse con individuos como esa ama de casa a quien veía días pasados por televisión y que despotricaba contra los “extranjeros” que no eran blancos como ella y como sus ancestros “productores” que habían “hecho” al país.
El racismo ínsito en esas expresiones no parecía molestar a nadie, pero lo que es aún más grave, tampoco la ignorancia que esas afirmaciones trasuntaban. A este país lo hicimos entre todos, pero en primer lugar, lo hizo la población criolla que libró las guerras de la independencia, las guerras civiles y combatió al indio; y lo organizó, mal que nos pese, una combinación compleja de burguesía comercial y ganadera conocida luego como oligarquía, así como por los políticos, militares e intelectuales que desde las filas del campo nacional se le opusieron o eventualmente se mezclaron con ella. Fue en el país desbrozado por esas luchas que la inmigración vino a aposentarse, lo cual no significa restarle en absoluto mérito a su esfuerzo, que pasó por no poco sacrificio y por una integración afortunadamente fluida a la sociedad preexistente. Pero poner estos hechos en perspectiva es útil para comprender lo todavía inconcluso de nuestra cultura y el porqué de pronto surgen estos brotes de xenofobia que el sistema intenta aprovechar para perpetuar un estado de cosas que ya ha vivido y que requiere de reforma.
Los llamados extranjeros –peruanos bolivianos, paraguayos, etc.- que sublevan a Pichetto y a su clientela en el fondo no son tales. Son habitantes de la Patria Grande. En un sentido amplio, son la prolongación de los “cabecitas negras” que inundaron a Buenos Aires y que encontraron su expresión política en el primer peronismo. Eran los frutos de la inmigración interior, que concurrían a nacionalizar por segunda vez a la Capital Federal. Ahora se asiste a un fenómeno parecido. Sólo que, si en la décadas del 40 esa corriente migratoria se insertaba en una economía en expansión como fruto de la guerra mundial y de la necesidad de expandir a la vez el mercado interno y de abastecer al mundo de los alimentos de que estaba desesperadamente necesitado, hoy esa condición ha trocado por un mundo que al menos por ahora tiende a cerrarse y donde la revolución tecnológica está cambiando tanto la demanda como la oferta de trabajo y las modalidades en que este se manifiesta. Lo cual agrava los contornos brutales que revisten las grandes aglomeraciones de la periferia urbana.
Este cuadro de situación –más la deuda irresponsablemente adquirida por el gobierno Macri y que nos condiciona pesadamente-, más el desguace la educación y de los proyectos de innovación tecnológica, más coerción del FMI y la dificultad que supone la recuperación económica en estas condiciones, son factores que se perfilan amenazantes en el futuro inmediato y que la gestión de Cambiemos nos ofrece, esta vez sí, como una realmente pesada herencia. Pese a ello, creo que el país está aprendiendo, quizá por primera vez, de las experiencias pasadas, y que la fórmula Fernández-Fernández y sobre todo la manera en que se está expresando representan una oportunidad de síntesis y de reordenamiento del frente nacional que, con mucho esfuerzo y determinación, llegará a buen puerto. Y en ese momento las elucubraciones y los cálculos cínicos del Sr. Pichetto quedarán reducidos a la nada.